La suspensión de la Feria de Quito 2012 nos conduce a revisar los significados históricos del prestigioso ciclo de corridas y su identidad popular como un elemento convocante a celebrar el anual aniversario de la fundación de la capital del Ecuador.
A mediados del siglo pasado, la ciudad de Quito crecía en forma sostenida al igual que su población estimada en 300 mil habitantes, la ciudad cobró una dinámica que reflejaba la expansión económica del país, parecía que Quito despertaba ansiosa por renovarse y crecer para dejar atrás –de una vez por todas– esa imagen de urbe modesta y recoleta.
En el segundo lustro de la década de los cincuenta se emprendió en la construcción de varios edificios que con el paso de los años se convertirían en íconos de la nueva arquitectura capitalina: El aeropuerto Mariscal Sucre, el Palacio Legislativo, la Caja del Seguro, la Ciudadela Universitaria, el Palacio de Justicia y, claro está, la Plaza Monumental de Toros Quito.
La Cámara de Agricultura de la Primera Zona acogió la idea, su presidente Marco Tulio González y todo el directorio del importante gremio pusieron manos a la obra. En junio de 1959 se aprobó un crédito de cuatro millones de sucres para la construcción de la Plaza Monumental en el sector de Iñaquito, la compañía Mena Atlas diseñó y ejecutó el proyecto en el lapso de ocho meses; así, en un abrir y cerrar de ojos, la ciudad contaba con un moderno escenario taurino.
El sábado 5 de marzo de 1960 fue el día que el "coso de Iñaquito", como se lo conocería en adelante, abrió sus puertas al público. El vespertino Últimas Noticias señaló en su crónica principal que la Plaza de Toros es el cumplimiento al "auténtico sueño de los quiteños".
Quedó registrado en la historia el cartel de la tarde inaugural conformado por Luis Miguel Dominguín, la máxima figura de la época acompañado del colombiano Pepe Cáceres y Manolo Segura, lidiando toros nacionales de Santa Mónica y Chalupas y mexicanos de La Punta. La primera feria constó de tres corridas. Cáceres cortó la primera oreja en la flamante arena y Segura recibió una medalla de oro con la imagen de la Virgen de la Merced como triunfador del ciclo.
En junio del mismo año se organizó otra corta serie de corridas en la que se presentaron los espadas mexicanos Juan Silveti, Manuel Capetillo y Humberto Moro, los españoles Juan Bienvenida y Manolo Vázquez, el venezolano César Girón y el ecuatoriano Édgar Puente, que reaparecía en Quito.
La voluntad por aprovechar la nueva infraestructura taurina determinó que en diciembre se desarrolle otro grupo de tres festejos; Paco Camino, Rafael de Paula, Curro Romero, Diego Puerta, el ecuatoriano Manolo Cadena y el rejoneador Bernardino Landete dieron forma a los carteles.
En 1961 se realizan corridas de toros sueltas en los meses de marzo abril y agosto; en diciembre ya con el nombre de Jesús del Gran Poder la feria adquiere imagen y personalidad, a su presencia anual ininterrumpida se anclan las festividades quiteñas.
La programación de la fiestas de Quito en las fechas de recordación de su fundación fue paralela a la apertura de la nueva plaza y aún posterior; la famosa Serenata Quiteña se realizó por primera ocasión la noche del 5 de diciembre de 1961, escenarios y protagonistas fueron la Plaza Grande, el atrio de la Catedral, el dúo Benítez y Valencia y el llamado de los medios para que los ciudadanos "Salgan a cantar a Quito". Con el "¡Viva Quito!" ya en boca de todos, las fiestas crecieron en función de su cada vez más conocida feria taurina, en 1964 se lleva a cabo el primer Desfile de la Confraternidad, en el 66 se elige a la primera reina de la ciudad, en el 67 las verbenas se multiplican en actos como el "Amazonazo", un año después el primer pregón y los campeonatos de cuarenta y de coches de madera.
Durante medio siglo desfilaron por el ruedo quiteño las más importantes figuras del toreo mundial, varias generaciones de espadas de diversos estilos, distintas líneas de expresión artística y diferente capacidad técnica, procedentes de todos los países taurinos se presentaron en su prestigiosa arena, en más de quinientas tardes de toros que se escenificaron en el ruedo equinoccial.
El caso es que en las fechas de realización de la Feria de Quito, la ciudad se caracterizó por el extraordinario ambiente generado por el espectáculo taurino, clima de cordialidad sostenido en la afición y en la hospitalidad de los quiteños. La capital, durante los días de toros, vivía una suerte de convulsión al punto que la rutina de la urbe, y de su gente, se condicionaba por la agenda taurina que propios y extraños cumplieron con entusiasmo generando un círculo virtuoso cuyos beneficios económicos alcanzaron a amplios sectores de la población.
Al tratar de ubicar en perspectiva histórica la importancia del funcionamiento de la Plaza Monumental de Toros Quito y la realización de la semana taurina capitalina, debemos concluir que representaron el punto de inflexión en el recorrido temporal del evento taurómaco, un giro trascendental en la estructura y sustancia del espectáculo, fue dar paso a la revolución de las ganaderías locales, a la promoción de los toreros y al nacimiento jurídico de los organismos aglutinantes de los actores de la Fiesta.
La feria y las fiestas se convirtieron en elementos significativos en la vida de los ciudadanos que participaban en ellas con una desbordada emoción sostenida en el afecto por su ciudad y sus tradiciones; es que con la plaza la fiesta de los toros en la ciudad adquirió su forma definitiva y los quiteños encontraron una maravillosa forma de decir su alegría desde los graderíos del coso de Iñaquito, una emoción que por ahora se ha visto interrumpida.