Hoy quiero compartir con ustedes lo que Morante de la Puebla me transmitió de dos maneras: al torear en Guadalajara y al hablar conmigo por teléfono.
Morante es un estilista que se cuece aparte. Verlo torear es un placer para los diletantes. Qué empaque y qué torería, soportados por una excelente técnica y un gran valor, en su faena cumbre, rebosante de arte, del domingo pasado en el Nuevo Progreso de Guadalajara.
El pecho por delante, la elegancia natural, una gran personalidad y un ritmo insuperable. Al presenciar las imágenes de la actuación del torero más hondo se disfruta enormemente la forma en que acompaña las embestidas del buen toro de Teófilo Gómez. Los mecidos muletazos fueron cromos a conservarse para siempre en la memoria. El próximo lunes hará su presentación en la Temporada Grande de la Plaza México y los aficionados ya se están frotando las manos.
Toreando me dijo que el toreo es sentimiento, expresión artística, sello, hondura. Me confirmó asimismo que la frase de Fernando Domínguez es cierta: "El baile es elevarse, el toreo es hundirse".
Hablando por teléfono, me dijo hace unas horas que se encuentra "motivado e ilusionado" tras la faena del domingo pasado en Guadalajara; que si el próximo lunes hay suerte en la Plaza México, volverá al coso metropolitano en la segunda parte de la temporada; que siente ahora mismo “la dicha de poder evolucionar y verlo todo mucho más claro"; que la campaña de 2013 tendrá el plus especial del nuevo apoderamiento, “las manos experimentadas” de Espectáculos Taurinos de México y de Antonio Barrera, "que está siempre a mi vera"; que el público de México es "muy particular, distinto a todos"; y que si al principio de su carrera le hubieran dicho que llegaría a este nivel (de calidad artística), “no lo hubiera creído”. Con su tono pausado y su aire reflexivo, me transmitió serenidad y fondo.
La entrevista completa con Morante se publicará mañana jueves en las páginas del diario Récord.
Madurez
La faena más consistente del domingo pasado en la Plaza México la realizó Eulalio López "Zotoluco" con el único toro potable del descastado encierro de Bernaldo de Quirós. El toro se la pasó escarbando y reculando, pero mostró clase en sus lentas embestidas.
Eulalio tuvo que atacarlo un poco y pisarle los terrenos para encelarlo y así conseguir que acudiera al engaño hasta sacarle pases desmayados con la figura erguida. Poco a poco fue estructurando inteligentemente una faena que, para su mala fortuna, malogró con la espada.
Desgaste
El domingo pasado en la Plaza México se recurrió de nuevo al desgastado recurso del toro de regalo. Por una parte, el público agradece ver lidiarse uno o dos animales más por el mismo boleto, pero el toro de regalo parte de un principio de inequidad porque si un torero regala un toro y los otros dos no, aquél lleva una ventaja que no tienen sus alternantes.
Además, el toro de regalo quiebra de alguna manera la esencia del azar, que forma parte intrínsecamente del toreo. Es como una “manipulación” de la suerte, por mucho que nadie pueda predecir a ciencia cierta cuál será el juego del toro abonado.
Otro punto negativo es que existe una especie de derecho de apartado de los toros de reserva y un matador no puede obsequiar la res que fue escogida y llevada a la plaza por otro torero. En fin, lo ideal sería atenerse a lo que la suerte depare con los dos toros del lote de cada lidiador.
Ahora bien, la opción también tiene sus bemoles. ¿Cuál es el colmo del toro de regalo? Que no lo apruebe la gente, como ocurrió recientemente con Enrique Ponce, o que te pegue una cornada, como le sucedió desafortunadamente a Diego Silveti el domingo último en Guadalajara.
Estereotipo
En ese marco del "regaladero" salió un sobrero bravo, emotivo, de gran calidad artística y larga duración de la ganadería queretana de Campo Real. Sebastián Castella lo toreó bien, lo aprovechó cabalmente, pero su faena fue como la de muchas que realizan las figuras ultramarinas: estereotipada.
Como si estuviera siguiendo un esquema predeterminado, lo lidió en automático, sin arrimar el alma, con pases buenos pero olvidables. En sus trasteos hay verticalidad, hay quietud, hay sitio, pero acaso falta el sello.
Por momentos se ponía a la distancia que pedía el burel, luego se salía de ella o la acortaba con un encimismo innecesario. Era un toro para consagrarse, para cortarle el rabo, y sólo le cortó una oreja que supo a poco, considerando las grandes cualidades de un colaborador con arte, muy en el aire del mejor toro mexicano. Además, la estocada fue caída, por lo cual ni siquiera se le debió otorgar el apéndice.
Ausente
El domingo y lunes próximos me encontraré fuera de México, por lo cual no transmitiré por televisión las corridas desde la Plaza México, reincorporándome a la crónica el domingo 25 de noviembre. ¡Me duele en el alma perderme la actuación del maestro José Antonio!