La fiesta de los toros en el Ecuador, y en particular en Quito, se fundamenta en la presencia en estas tierras del toro de lidia de origen ibérico que llegó a la –en aquel entonces– Gobernación de Quito, procedente del Virreinato de Nueva España transportado por las rutas marítimas utilizadas para abastecer de ganado al Virreinato del Perú.
Se cree que el puerto de desembarque fue El Callao, en Lima, y desde allí los conquistadores lo condujeron al norte por las estribaciones de la cordillera de los Andes. Datos históricos confirman que la llegada de un gran número de reses a Quito respondía a las necesidades de alimentación de la población, que conforme transcurrían los años iba en aumento. De hecho, en 1537 se realizaron las primeras marcas (hierros) para el ganado, tarea indispensable por el crecimiento de los hatos ganaderos.
El establecimiento, consolidación y crecimiento de las ganaderías en aquellos años, estuvo a cargo, en especial, de los jesuitas, que supieron perfeccionar a la hacienda como modelo de producción, constituyéndose en los mayores terratenientes de la Colonia. Precisamente, una inmensa propiedad jesuita rematada por don Pedro de Ante, tras la expulsión de los religiosos en 1767 fue dividida posteriormente en seis predios distintos: San Alonso, El Porvenir, Santa Ana del Pedregal, El Valle, El Tambo y Yanahurco.
El toro conservado por los jesuitas, encontraría en la afición de los nuevos propietarios de las tierras una garantía para la expansión de su simiente que derivarían en la conformación de ganaderías de lidia organizadas que, con el tiempo, adquirieron importancia y cartel, nutriendo de toros bravos a los espectáculos taurinos que se llevaban a cabo en la mayoría de la ciudades de la serranía.
Surgieron entonces los nombres de los hierros tradicionales que protagonizaron los festejos populares y las corridas convencionales, como es el caso de Pedregal, Antisana, Yanahurco, Atillo, Chisinche, Llangahua, Cuchitingue, Pullurima, Guaytacama y Llin Llin, entre otras, quedando grabadas en nuestra historia como precursoras de la ganadería brava en el Ecuador.
Las labores de campo como tentaderos y conformación de puntas fueron generalizándose; de hecho, en las primeras décadas del siglo pasado eran pocos los ganaderos que no habían instrumentado un proceso organizado de calificación y selección. En ese sentido, Pedregal, manejada por Francisco Chiriboga, marcó la pauta de la modernización de la ganadería de lidia en el país.
Aquellas tareas de reconformación de las vacadas y la selección de sementales, dieron muy buenos resultados, tanto así que se produjo una significativa mejora de la calidad de los productos que presentaban los hierros fundacionales. Sin embargo, las necesidades de refrescamiento de sangre derivaron en las primeras compras de un reducido número de reses de diferente simiente que llegaron al país en la primera mitad del siglo pasado. Para formar las ganaderías de "media casta" se hicieron importaciones de vacas y sementales de distintas ganaderías como la colombiana de Mondoñedo, la española de Domingo Ortega y las portuguesas de María Teresa Oliveira y Pinto Barreiro.
Ganaderías como Santa Mónica, de Luis de Ascázubi, San Agustín de Chalupas, de Galo y Leonidas Plaza Lasso, Pedregal, de Lorenzo Tous, Tambo, de Arturo Gangotena o Santa Martha, del Chimborazo, de Víctor García, avanzaron hacia una verdadera sistematización de la crianza del toro. de lidia. Los resultados fueron muy interesantes, hasta el punto en que varias de estas divisas lidiaron sus ejemplares en plazas de Perú, Colombia y Venezuela. En forma paralela, se formaron otras ganaderías como La Candelaria, San Francisco, Huagrahuasi, Atocha y Rumiquincha.
Este listado de ganaderías fue la base de la actividad taurina nacional; lidió sus productos con desiguales resultados en toda la geografía nacional hasta la década de los setenta. El incierto comportamiento de los encierros y la cortedad de las camadas obligaron a la importación de corridas mexicanas y españolas para tratar de asegurar el nivel artístico de la creciente Feria de Quito. La lidia de estos ejemplares no solo permitió la consolidación del ciclo taurino quiteño, sino también dio lugar a un nuevo refrescamiento de sangre al contar con la simiente de varios toros españoles indultados en el ruedo equinoccial.
En 1978, el campo bravo nacional marcó un punto de inflexión en su historia: la masiva importación de vacas y sementales españoles de tradicionales encastes, misma que determinó el surgimiento de la nueva ganadería de lidia en el Ecuador, tema del que nos ocuparemos en la segunda parte de este texto.