Corridas sí, pachangas, no. Corridas sí, su caricatura no. Hace unas semanas, el gobierno de Teocelo, Veracruz, dio a entender que cancelaba las corridas de toros cuando lo que prohibía, eso sí atinadamente, son las llamadas "vaquilladas", donde se golpea y se denigra a los toretes.
Regreso al tema para hablar sobre lo que Alejandro Silveti llama los códigos de ética que rigen las corridas y otros espectáculos con toros de lidia, como son los encierros de Pamplona o los recortadores.
Estos códigos de ética consisten fundamentalmente en dar al toro un trato digno a lo largo de sus cuatro o cinco años de vida. Aún dentro de la realización de un festejo, durante los últimos veinte minutos de su existencia, al toro se le lidia dentro de unos cánones donde no caben prácticas que lo sobajen o que atenten contra el "fair play" del que habla Fernando Savater en su libro "Tauroética".
Esto es, sin ignorar el castigo paulatino a que es sometido para poder ser toreado al estilo moderno, al toro se le considera y se le respeta. "Ojalá con todos los demás animales fuésemos siempre tan considerados", desea Savater.
Por eso reprobamos que los peones con sus capotes obliguen a un toro que se encuentra todavía entero a que dé vueltas para disminuirlo. Al público le disgusta que el torero le pegue con la mano en el testuz para encelarlo y provocar sus embestidas, o lo pateé, como hacía ocasionalmente el legendario Manuel Benítez "El Cordobés". También se reprueba que los subalternos tiren de su rabo para levantarlo después de haber caído. Al toro no hay que tocarlo.
En la obra antes mencionada, Savater habla sobre nuestros "parientes inferiores" y recuerda que "quien se complace con el sufrimiento de los animales no viola una obligación moral contra ellos, que no existe, sino que renuncia a su propio perfeccionamiento moral y se predispone a ejercer malevolencia contra sus semejantes, con quienes sí tiene deberes éticos. En una palabra, la crueldad contra las bestias es un mal síntoma y probablemente el preludio de comportamientos aún peores con el prójimo; por el contrario, la compasión engrandece nuestra vida moral –la excepcionalidad humana por excelencia– y nos acerca a lo que Nietzsche llamó bellamente la estética de la generosidad".
Así pues, no se pueden tolerar todas aquellas prácticas grotescas, salvajes y rudas, ajenas al ritual del toreo, en las que dominan la crueldad, el maltrato, los bajos instintos, la falta de respeto y hasta los complejos del hombre que, en su infinita ignorancia, cree que patentiza su superioridad a través de humillar y ensañarse con los animales.