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Liber taurus: La presencia de México en Quito

Viernes, 03 Ago 2012    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes

La fiesta de los toros forma parte del exuberante patrimonio histórico y cultural del Ecuador. Sus raíces se remontan al siglo XV, cuando los conquistadores españoles introdujeron estas prácticas en el nuevo mundo. En la época colonial los juegos de toros y el mestizaje vivieron una simbiosis que daría lugar a festejos taurinos de matices especiales, determinados por la personalidad que le otorgaban la nueva raza y el entorno andino. En la etapa republicana, el rito taurino, lejos de extinguirse, adquirió mayor fuerza y consolidó su carácter de celebración popular.

El espectáculo taurino en el Ecuador y en especial el de la ciudad de Quito observa una importante relación histórica con la fiesta de los toros de México, vínculo activo desde la primera mitad del siglo pasado. De hecho, en la corrida de inauguración de la recordada plaza "Arenas", actuó el matador de toros Juan Silveti Mañón la tarde del 12 de octubre de 1930. De allí en adelante los coletas aztecas  resultaban infaltables en los carteles del recordado escenario y, posteriormente, en la plaza de toros Quito, escenario en el que, además, se lidiaron reses de las más importantes divisas mexicanas.

La suerte de explosión que vivió la fiesta en las primeras décadas del siglo pasado  determinó que Quito reclame un coso que cuente con una mayor capacidad para albergar público al tiempo que ofrezca las comodidades indispensables para el normal desarrollo de los espectáculos taurinos.

Con la construcción de la Monumental Quito, la fiesta de los toros adquirió una dimensión equivalente a la de las principales capitales taurinas de América. El aforo del nuevo escenario (14 mil 800 localidades) permitió la organización de  auténticas ferias -ciclos conformados por varias corridas  consecutivas- la contratación de matadores de toros de primera magnitud e incluso la importación de toros procedentes de ganaderías mexicanas  para lidiarse en el anual abono.

La plaza de toros Quito se inauguró el 5 marzo de 1960. Luis Miguel Dominguín, Pepe Cáceres y Manolo Segura, hicieron el primer paseíllo en el nuevo coso, donde estoquearon toros de Chalupas, Santa Mónica y de La Punta. La primera breve feria se compuso de tres festejos en cuyos carteles constó el nombre de Juan Silveti Reynoso, los días 6 y 13 de marzo. En el mismo año se realizaron dos cortos ciclos adicionales en los meses de junio y diciembre en los que se presentaron el propio Silveti, Humberto Moro y Manuel Capetillo, lidiando encierros de divisas locales así como toros mexicanos de La Punta y Santacilia.

Manolo Segura fue declarado el primer triunfador de la Feria de Quito, aunque en aquel entonces aún no se entregaba la estatuilla Jesús del Gran Poder. De hecho, en 1961 Pedro Martínez "Pedrés" recibe por primera vez la tradicional imagen que consigna los méritos del espada más destacado a lo largo de la feria quiteña.

La participación de toreros mexicanos ha sido constante con lapsos de mayor peso, en especial en los primeros años de existencia de la plaza; en esa línea exhibieron sus capacidades espadas como los citados Silveti, Capetillo y Moro, a los que se sumaron Luis Procuna, Rafael Rodríguez, Antonio del Olivar, Jesús Delgadillo "El Estudiante", Fernando de los Reyes "El Callao", Jaime Rangel, Gabino Aguilar, Alfonso Ramírez "Calesero", Joselito Huerta, Alfredo Leal, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Jesús Solórzano, Miguel Espinoza "Armillita", Curro Rivera, Mariano Ramos, Manolo Arruza, Antonio Lomelín, Jorge Gutiérrez, Manolo Mejía, David y Alejandro Silveti, entre los que lograron trascender. En esa lista los últimos en apuntarse en forma reciente fueron el joven Joselito Adame y el carismático Diego Silveti, cuyo nombre se inscribió en los carteles quiteños de los anteriores dos años.

La décadas de los sesenta y el primer lustro de los setenta, resultaron notables para la lidiadores y ganaderos de México ya que por el ruedo de la mitad del mundo desfilaron una importante tropa de coletas y un notable catastro de ganaderías lidiaron sus productos, el caso de los hierros de La Punta, Santacilia, Peñuelas, Pastejé, Piedras Negras, Reyes Huertas, Garfias, Carlomé, Heriberto Rodríguez, Zacatepec, Mimiahuapam, Campo Alegre, Rancho Seco, El Rocío, La Laguna, Santín y Torrecilla.

El "mexicanismo" de la plaza de Quito fue perdiendo espacio con el cambio de propietarios del coso. Al tomarla Luis Miguel Dominguín se acentuó la identidad española, importándose de preferencia corridas de ese país que conformaron los carteles junto a las divisas locales. Los diestros aztecas aún encontraban albergue en las combinaciones de toreros, comparecencias que también fueron disminuyendo en forma gradual.

Sin embargo,  por el ruedo quiteño han pasado -casi sin excepción- los más importantes toreros del hermano país, nombres que se sumaron a las máximas figuras españolas y ecuatorianas.

El caso es que los lidiadores aztecas cumplieron en Quito meritorias actuaciones en su anual feria que se  lleva a cabo, en forma ininterrumpida, desde hace más de medio siglo, ciclo de festejos que ha sabido superar a los  imponderables propios de la vida de las naciones como crisis económicas, inestabilidad política o lapsos de control social y pérdida de libertades. En la sensible coyuntura actual, vale la pena revisar la rica historia que vincula a México y Ecuador, con la fiesta de los toros como elemento sustancial de la cultura común de nuestros pueblos que merece conocerse,  apreciarse y protegerse.


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