Después de años de poco interés por los toreros mexicanos en la Feria de San Isidro, al fin se han conseguido valiosos puestos para ocho de ellos. Ahora es importantísimo defender con todo esos lugares.
Si alguien está consciente de que por ningún motivo hay que devolver el terreno ganado es Arturo Saldívar. En su actuación dentro del ciclo, el diestro de Aguascalientes salió a brindarse al máximo, con el cuchillo entre los dientes y su característica firmeza.
Este torero bragado tiene mentalidad triunfadora y una enorme entrega. Aprovechó cabalmente la oportunidad y mereció haber cortado las orejas. Aún sin los trofeos, llegarán el reconocimiento y los contratos. Sus allegados nos refieren que no se envanece ni se confía, sino que reconoce sus defectos con autocrítica y se ocupa largas horas en corregirlos.
Arturo es uno de los valores surgidos de Tauromagia Mexicana, plataforma de la que nos hemos ocupado en distintas ocasiones, cuyo acierto es mandar a tiempo a los prospectos con cualidades a prepararse en España.
A El Payo no lo hallo
A diferencia de Saldívar, El Payo andaba obnubilado, sin rumbo. Fue a la guerra sin fusil. Desapasionado, el gesto adusto, la determinación ausente, el torero queretano se quedó muy por debajo de la expectativa. Sin fibra y sin espíritu no se puede ir a Madrid. Y no hay peor fracaso que no intentar las cosas. ¿Qué extraño sentimiento lo atenazó?
El puntillero acabó de arruinar el panorama con su impericia. Es evidente que Octavio no se encuentra en plenitud de facultades físicas ni anímicas. Una verdadera pena, porque potencial tiene.
Un lidiador
Apenas el lunes pasado, el tercer mexicano en aparecer en la feria fue El Zotoluco. Su primer toraco, mansote, tenía un pitón derecho intratable. Se lo quitó de enfrente con una estocada habilidosa, sin siquiera alcanzar a verle el morrillo en el cruce. El otro parecía ofrecer mayores prestaciones y Eulalio echó su resto, intentando ligar los muletazos, pero a final de cuentas no logró alcanzar el triunfo anhelado.
Menos bullidor que en sus años mozos, resolvió la papeleta con oficio y claridad de ideas, confirmando lo que es: un lidiador en toda la extensión de la palabra.
¡Bravo, Nacho!
A los picadores nuestros también les corresponde aprovechar la oportunidad de torear en Madrid. Ignacio Meléndez encantó con sus espectaculares cites levantando la garrocha y su precisión para picar en todo lo alto. El bravo piquero potosino vendió muy bien los encuentros y se levantó de un tumbo aparatoso con sed de venganza. Al escuchar las vibrantes aclamaciones, su sonrisa franca reflejaba toda una trayectoria valerosa. ¡Qué momentos tan emocionantes!
Durante su regreso por el callejón hacia el patio de caballos, la gente de las barreras se acercaba para felicitarlo. Y él respondía dando un apretón de manos y luego chocando su puño contra el de sus admiradores emergentes, un saludo simpático y coloquial, con tintes más deportivos que taurinos.
Nacho es hijo de Jesús "El Chute" Meléndez y primo de Alberto Preciado y de Polo Meléndez. Se convierte en el continuador de las grandes hazañas de otros lanceros mexicanos en Madrid como Sixto Vázquez y Efrén Acosta.
El buen juez
En la biografía que está a punto de publicar, Jesús Dávila nombró las características que debe reunir todo aquel que pretenda ser juez de plaza: haber toreado mucho; ser muy buen aficionado; tener un criterio amplio, ecuanimidad, ponderación y equilibrio; haber vivido casi toda su existencia dentro del ambiente taurino y conocer ampliamente todas sus facetas; no tener predilección por ningún torero pero admirar y respetar a todos.
Agrega la última de manera jocosa: tener muchos de uno de los ingredientes con los que se elabora el rompope.