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Ruedo: El toro parlante

Miércoles, 16 May 2012    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Récord   
La columna de los miércoles

La semana pasada, José Tomás leyó un texto de su autoría  durante la entrega del Premio Paquiro que concede la revista "El Cultural" del periódico El Mundo.

Lo primero que hay que decir es que resulta una excelente noticia ver en buenas condiciones al torero por antonomasia. El discurso es ciertamente original y contiene dos frases extraordinarias: "En la plaza no se puede fingir" y "vivir sin torear no es vivir". Ésta última ya reflejaba claramente su intención de reaparecer el mes próximo en Badajoz. José Tomás dijo que "Navegante", el toro de Pepe Garfias que lo hirió gravemente en Aguascalientes el año antepasado, empezó a visitarlo días después del percance.  "Empezamos a conversar", contó. Más allá del sentido imaginario del relato, nos hizo recordar el nivel de entendimiento que pueden alcanzar un toro y un torero. Comparte que llegaron a hacerse colegas, pero se cuidó de no decir amigos.

Toda vez que Tomás le dio voz, "Navegante" expresó cosas muy ciertas: son pocas las cornadas a cambio de los numerosos triunfos de los diestros; de vez en cuando hay que pagar con sangre el derecho de piso y todos, absolutamente todos los toros tienen un peligro natural. Solemos hablar en México de los animales pastueños, nobles y borregunos de ciertas ganaderías, pero a veces perdemos de vista que cualquiera de ellos puede llegar a herir.

Pensando en la frase de Hegel citada por Tomás, del discurso del torero yo me quedaría más con el fondo que con la forma. Porque en medio de conceptos buenísimos, la mención de Walt Disney "que trajo lo de ponerle voz a los animalitos", me pareció poco taurina. Me sorprendió que un torero tan valiente y tan recio ilustrara su cuento con colores pastel, él que siempre pinta con la gama de rojos.

Embarcar y abarcar

Paco Aguado
sabe distinguir a los buenos toreros. Por eso tiene tanto crédito. Capta con sensibilidad todas las luces de sus tauromaquias y desentraña los misterios de sus personalidades.

El año pasado publicó un libro sobre Morante, torero de culto del que habló ampliamente hace unos días en Aguascalientes. Siendo Morante el tema, naturalmente había que referirse al toreo de capote. Paco sentenció: "Un capote pequeño acompaña, un capote más grande torea". Aunque hemos visto cosas bellísimas con "pañuelos", verdaderas joyas ejecutadas casi a manos libres (como aquellos inolvidables lances de Guillermo Capetillo en 1994 en la Plaza México), es cierto que un capote pequeño tiende a acortar los viajes del toro, por más que el torero extienda los brazos para darle salida en el último tiempo de los lances. Un capote de proporciones regulares o grandes  "abarca" más toro y por consiguiente direcciona sus embestidas con un importante grado de precisión. Por supuesto que como en toda suerte siempre son fundamentales el toque justo, el pulso, el temple y el ceñimiento".

¿En dónde queda entonces  aquello de que los capotes pequeños dan más verdad al toreo? Ese puede ser tópico de otra columna.

A propósito de la sevillanía del máximo esteta de esta época, Paco mencionó otra frase, ésta del matador Fernando Domínguez: "El baile es elevarse, el toreo es hundirse". La bella imagen nos describe dos sublimaciones en sentido opuesto. La flotante sensación del bailaor y la de inmersión del torero al abandonarse.

Verdadero e independiente

Para la elaboración del libro "Joselito el verdadero", que va en su quinta edición y ha vendido más de 20 mil ejemplares, el nunca diluido Aguado fue el escucha empático de José Miguel Arroyo "Joselito", ese torero clásico que nos dejó una marca indeleble.

Publicada por Espasa, la obra de 303 páginas es un acierto desde su título porque transmite la franqueza de un tío profundamente humano que se atreve a sincerarse sin ningún ánimo comercial u oportunista, y porque se trata de un lidiador con autenticidad, sin cortapisas, enemigo de las máscaras en el toreo. No por nada aparece en la portada con el torso desnudo.

El libro se lee de un tirón. El diestro platica con fluidez, amenidad y un caló muy madrileño  detalles de su infancia barrial en el Madrid profundo dentro de una familia disfuncional, rodeado de drogas y delincuencia, donde las circunstancias y su particular perspicacia lo convierten  en un chaval avispado, un pandillero que incluso llega a robar. José acabó desmarcándose de aquel nocivo entorno para convertirse en una figura de época, superando todos los obstáculos que se fueron presentando a su paso. Cuando recuerda sus temporadas en México, reconoce abiertamente el valor de David Silveti, exalta al público de la Plaza México, "cuya pasión no había visto en ninguna otra parte", y reconoce a los médicos de Aguascalientes que hace dos años le salvaron la vida a José Tomás. El diestro de La Guindalera agradece el apoyo incondicional que siempre le ha brindado su padre adoptivo Enrique Martín Arranz, y revela que hace pocos años pensó en el suicidio.

En esta biografía, que es al mismo tiempo un compendio de valiosos conceptos, resulta fascinante darnos cuenta cómo un hombre salido de un ambiente sórdido y manchado llegó a expresarse artísticamente con tanta pureza. Si siempre admiré a Joselito, tras conocer su fondo humano ahora lo admiro más.


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