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Opinión: De hilos negros y otros descubrimientos

Martes, 10 Mar 2009    México, D.F.    Leonardo Páez   
Cristóbal Colón

Un maloso, de esos que luego se cuelan a la otrora catedral taurina de América, preguntó: ¿En qué se parecen Cristóbal Colón y la Plaza México del reciente serial? ¿En su audacia?, aventuré sin mucho convencimiento. Para nada, contestó. ¿En la intuición que sostiene sus convicciones? Menos, reviró. ¿En su apuesta por el cambio? Frío. Me doy, confesé.

Pues en que tanto el almirante genovés como la empresa se toparon con lo que ya existía mucho antes de que ellos lo “descubrieran”, aclaró. Colón no sólo se tropezó con un continente desconocido para el viejo mundo, sino que en su ignorancia lo bautizó como las Indias Occidentales y a sus habitantes originales como “indios”. Y los extraviados promotores taurinos por fin “hallaron” en los descendientes de esos supuestos indios una capacidad torera históricamente reconocida, excepto por ellos.

Con la notable ausencia del último torero taquillero mexicano, Rodolfo Rodríguez "El Pana"; de las figuras emergentes Zotoluco y Rafael Ortega; del magnífico diestro Ignacio Garibay, del veterano maestro Mariano Ramos y del siempre espectacular Alfredo Ríos "El Conde", así como de los estupendos pero negligentes para promoverse, Morante de la Puebla y Sebastián Castella, la empresa no tuvo más remedio que volver los ojos a los matadores modestos y relegados pero con probadas cualidades.

Nacionalismo sin convicción

Fue cuando sobrevino la “reveladora” etapa mexiquera, que no mexicanista de la temporada, en que la empresa debió recurrir a estos toreros si no quería correr el riesgo de quedarse sin temporada o de tener que importar más diestros de lo previsto.

Sólo que a esa afortunada decisión, más por circunstancias que por convicción, ya no siguió una publicidad imaginativa y atrayente de los carteles que despertara mayor interés en el público y motivación adicional en los alternantes. Grave descuido que si no se reflejó en el desempeño de los diestros, sí lo hizo en las discretas entradas en la mayoría de las fechas del serial.

Fue una gran oportunidad para que la fiesta de toros recuperase posicionamiento publicitario, mercadotécnico y mediático que la empresa dejó pasar. El público siguió siendo aficionado a tres o cuatro apellidos, no a los toros, y la Plaza México una vez más no apostó por un liderazgo empresarial taurino que la convirtiera en referente de bien hacer las cosas.

Por lo anterior el empresario de la Plaza México, más temprano que tarde, resiente y se queja de la falta de seguimiento y apoyo a sus esfuerzos por parte de las empresas de los estados, tanto del consorcio de Alberto Bailleres como del resto de los metidos a promotores taurinos. Si falta liderazgo, en lo taurino y en lo demás, a partir del profesionalismo, entonces sobran la división y los pequeños cotos de poder en otras plazas y regiones.
 
Aciertos y reincidencias

Junto a la obligación más que “acierto” de la empresa de poner, aunque sin publicitar, a varios toreros mexicanos con merecimientos, no sólo con cualidades, la temporada 08-09, intensa y exitosa en el ruedo, ya no lo fue en los medios ni en el grueso del público, a excepción de los consabidos triunfos de las figuras importadas (José Tomás, Hermoso y Ponce), incluso con el anteriormente proscrito toro de regalo (hasta dos, en el caso de Miguel Angel Perera).
 
Como es su costumbre, ninguna explicación dio la empresa con respecto a la prometida, merecida y a la postre incumplida alternativa del novillero triunfador de la temporada 2008 en la Plaza México: Manuel González Montoyita.

Por el torerismo demostrado en su única tarde debieron haber vuelto: Alfredo Lomelí y Omar Villaseñor, que en la corrida inaugural realizaron cosas importantes ante un difícil encierro de La Soledad; Víctor Mora, que tan bien estuviera con los de Malpaso y cortara dos orejas; Juan Chávez, luego de su garruda faena a uno de San Marcos, e Ismael Rodríguez y su gran disposición con los deslucidos de Funtanet.

En cambio, dado su discreto o nulo desempeño reciente carecían de merecimientos para ocupar un puesto en la temporada, Pedro Rubén, Manolo Lizardo, Jorge López, Christian Ortega, Fermín Rivera y Guillermo Capetillo, así como los peninsulares Miguel Abellán y José María Manzanares. Inadmisible contratar -y venir- a las atinadas al serial supuestamente más importante del país.
Sin discusión, la ganadería triunfadora fue –bravura con clase sigue matando docilidad descastada- El Junco, a la que en dos tardes se le cortaron siete orejas.

Público, autoridades y gran final

Sea ocasional, como la mayoría, o asiduo, como la minoría, al público de la Plaza México le pasa como a los viajeros que en 14 días recorren diez países: a como dé lugar necesitan desquitar lo pagado, divertirse por obligación y convencerse de lo acertado de sus apreciaciones.

De ahí que ante la desproporción, salvo confirmadoras excepciones, entre lo pagado y lo recibido, ese público, otrora mejor informado y más exigente, hoy solicite orejas, rabos, indultos y toritos de regalo como si se tratara de una feria de pueblo del santo patrono en una plaza de trancas.
 
Pero si lo anterior resulta grave, más alarmante es la notable ausencia de criterio taurino sólido por parte de los jueces de plaza –sólo cinco esta temporada-, con semanales bandazos entre la debilidad obsequiosa –¡a peso los rabos, a peso!, o aprobar novillones que al salir al ruedo deben ser devueltos- y el rigorismo protagónico –la merecida oreja de su segundo absurdamente negada a Joselito Adame por Gilberto Ruiz Torres, la tarde de su confirmación de alternativa.

Ahora, a este desacertado ejercicio de la autoridad taurina en la Plaza México lo mal sostienen dos deterioradas columnas: una, el absoluto desinterés de sucesivos Gobiernos del Distrito Federal por la tradición taurina de esta ciudad, sean priístas, perredistas o indefinidos, así como su estrecha comprensión de la importancia política de dicha tradición; y la otra, el escaso o nulo respaldo por parte de la Delegación Benito Juárez a la figura del Juez de Plaza. Se trata pues, de autoridades sin autoridad a merced de su estado de ánimo, de las presiones de empresa, ganaderos, apoderados o vaivenes políticos o de filias y fobias estrictamente personales.

Extasiada y agotada por las apoteósicas tardes de Hermoso y Ponce, la empresa de la México tuvo a bien concluir con un ridículo a la altura del inmueble: pretender, de espaldas al público, que un impresentable encierro de Barralva fuera aprobado, en la última carcajada de la cumbancha autorregulatoria, abusiva e ineficaz. Mediocre final de una temporada que tuvo asomos de grandeza pero escasez de emoción a partir de la bravura.
 


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