La faceta taurina del gran Pedro Armendáriz
Viernes, 13 Ene 2012
México, D.F.
Juan Antonio de Labra | Foto: RAC
Pedro Armendáriz toreando una becerra en la ganadería de Malpaso
El actor Pedro Armendáriz tuvo una faceta taurina muy interesante a lo largo de su vida de aficionado, y nunca ocultó su gran afición a los toros, pues desde niño compartió salones de clase en el Instituto Patria con Ramiro Alatorre Córdoba, que años más tarde sería ganadero.
Y desde niño comprendió que el torero era una especia de actor que, como bien decía el inolvidable Orson Welles, es "es el único actor al que le pasan cosas de verdad". La amistad tan estrecha de quellos chiquillos se fortaleció en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, pues tanto Manolo Espinosa Acuña, como Ramiro Alatorre y el propio Armendáriz, fueron compañeros en la carrera.
Andando el tiempo, Manolo iba a debutar como novillero, alentado por su padre, el maestro Fermín Espinosa "Armilita"; Ramiro se iba a casar con Ana María Rivero Llaguno, hija de don Valentín Rivero, ganadero de Valparaíso y nieta de don Julián Llaguno, fundador de Torrecilla, mientras que Pedro dejó la escuela y se dedicó a la actuación.
Sin embargo, en esos años (estamos rememorando los últimos de la década de los cincuentas del siglo pasado) estos fraternales amigos tenían la concesión de la cafetería de la Ibero, a la que Pedro Armendáriz papá, había puesto el mote de "El Güero Gótico", porque la atendía un mesero rubio, de aspecto misterioso, al que le pusieron dicho mote.
Y comenzaron a organizar festivales para su propio beneficio, en los que alternaban capitaneador por Manolo, hijo de aquella grandiosa figura del toreo como lo fue el maestro Femín. En estas pachanguitas, que se desarrollaban, generalmente, en "La Tapatía", un cortijo que estaba en la tercera sección de Chapultepec, Armendáriz solía echar la capa con un personal acento, como años más tarde lo haría en sets de cine y televisión a lo largo de medio siglo.
Se preparaban en distintas ganaderías, siendo la casona de la ex hacienda de San Antonio Techalote, propiedad de otro brillante arquitecto, Tito Carranco, uno de sus cuarteles generales.
Pero también acudían a Xajay, cuando todavía era propiedad de los señores Guerrero, allá en Tequisquiapan, y siguiendo los consejos de Manolo Espinosa, otros aprendices de torero como Agustín García Garibay o Hugo Stiglitz (que también sería actor), echaban capa cargados de ilusiones y fomentando el taurinismo entre la palomilla.
Una de sus últimas "actuaciones" taurinas -nunca mejor expresado- fue en la Plaza Arroyo, ya cuando el grupo de amigos se había ampliado, y gozaron de una festival en compañía de sus padres y de sus hijos. Ahí, Pedro volvió a demostrar su bien aprendido oficio de maletilla juvenil.
Porque Pedro Armendáriz heredó la afición de su padre, al que se vio cierta tarde partiendo plaza en La México al lado de otro grande: Cantinflas, con los tendidos abarrotados de un público que encumbraba a sus ídolos de una manera especial, en una época donde las grandes personalidades de la vida pública de este país tenían un peso específico que subyugaba al pueblo.
Se recuerda una anécdota peculiar que refiera a Armendáriz padre haciendo un improvisado quite durante la filmación de una película de tema campirano, cuando de manera intempestiva irrumpió una res de lidia en mitad de una escena.
Así que Pedro hijo ya traía esa influencia paterna y su cariño por la Fiesta aumentó en los años de su más tierna infancia, y se acrecentó en la juventud al lado de tantos amigos aficionados a los que frecuentó siempre con inmenso cariño.
Y así como los hijos de las irrepetibles figuras del toreo de aquella época, que se afanaron en emular a sus famosos padres, Pedro Armendáriz hijo, trató de imponerse a la gallarda personalidad de su padre, en la interpretación de una vasta diversidad de personajes, muchos de los cuales ya han hecho historia, hasta que llegó la mala hora de su muerte, que nos arrebata a uno de los actores más prolíficos y recios de los últimos tiempos.
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