Desde el barrio: Las lecciones de Quito
Martes, 06 Dic 2011
Quito, Ecuador
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Termina hoy la polémica feria de Quito. Polémica pero elocuente, porque el abono de Jesús del Gran Poder de 2011 ha servido para sacar alguna de las lecciones que el mundo del toro nunca debe olvidar.
La primera, la básica, de catón, es que una corrida sin muerte del toro es un sucedáneo. Que la lidia se desvirtúa cuando no tiene como fin y norte la ejecución de la suerte suprema, el centro del rito desde sus inicios. Lo sabíamos todos perfectamente, pero lo hemos constatado para siempre en unas corridas que se desarrollaban con normalidad, con el tono particular del Ecuador, hasta que los toreros simulaban la suerte con una banderilla corta envuelta en papel plateado.
Una desoladora sensación de vacío, una tremenda insatisfacción invadía a profesionales y a público cuando la hora de la verdad se convertía en un minuto de farsa. Y más aún cuando, adecuada la puerta de cuadrillas como ancha manga de vuelta a chiqueros, los toros tomaban sin dignidad el camino del puntillazo sórdido, oculto a las miradas cínicas de quienes promovieron la prohibición.
Pero la afición ha resistido, desde la clandestinidad previa a la feria, y con clamor en su protesta a plena luz de los tendidos, que han registrado más que estimables entradas. Tomada esta corrida mutilada como un mal menor pasajero y esperando mejores tiempos, público y profesionales se han manifestado en la plaza, a pie de obra, contra la autoritaria democracia de Correa y contra el absurdo de esta medida restrictiva y sin sentido.
Los constantes gritos de libertad y las pancartas del tendido han tenido un acento de rabia e indignación, y los gestos de solidaridad de los toreros españoles un fondo de admiración y reconocimiento a quienes luchan y seguirán luchando duramente por mantener encendida la llama del toreo en la capital del Ecuador.
Algún día tendrán que contar todos estos febriles activistas taurinos cómo se han desarrollado las cosas en los últimos años, la forma en la que han peleado y dado la cara en un contexto amenazante y coercitivo. Y cómo han frenado de momento las intenciones abolicionistas del gobierno tocando todos los palos de la baraja, desde el político hasta el judicial, desde el mediático al electoral, incluso huyendo de la policía para grafitear paredes o envolver monumentos con sus lemas de protesta en las sombras de la noche equinoccial.
Su lucha ha sido anónima, sin protagonismos, sin "medallistas", coordinada por algunas mentes pensantes y mantenida, sin apenas medios pero con idéntica e infatigable fuerza, lo mismo por profesionales que por aficionados. Y sobre todo por los cientos de jóvenes fascinados por el toreo y sus protagonistas que son, hoy por hoy, el mejor tesoro del Quito taurino, su mejor garantía de futuro frente a los duros ataque gubernamentales. Y ninguno está dispuesto a bajar la guardia ante los nuevos arreones antitaurinos que aún estar por llegar.
Quienes sí hemos venido a Quito sentimos en su día que teníamos que apoyarles en esta férrea resistencia, para compensar esa injusta incomprensión con la que, por puro desconocimiento o por intereses personales, han sido tratados a miles de kilómetros de las faldas de este volcán. Pero, ahora que acaba la feria, los extranjeros hemos descubierto en realidad que más que a ayudar hemos venido a aprender.
Su lucha, sus estrategias, su coordinación, la fuerte unión con la que han trabajado son todo un ejemplo a seguir, ahora que, viendo cortar las barbas del vecino, desde otros países taurinos hemos de poner las nuestras a remojar.
Ojalá que en Barcelona el mundo taurino español hubiera sido capaz de defender la Fiesta como lo están haciendo en Quito aquellos que, urgentemente, deben explicar a los taurinos del mundo como se defiende, al pie del cañón, nuestra pasión compartida. Porque esa sí que es una lección.
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