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Murió el escultor mexicano Heriberto Juárez

Viernes, 17 Oct 2008    México, D.F.    Juan Antonio de Labra   
Inspiración mexicana
El escultor Heriberto Juárez falleció el pasado 26 de agosto en la ciudad de México, a la edad de 76 años, como consecuencia de un cáncer de médula. Su muerte deja un hondo pesar en el medio taurino, debido al humanismo de su trato y la pasión que el artista mexiquense dedicó a la fiesta de los toros, que fue una de sus mayores vocaciones.

Heriberto había nacido el 16 de marzo de 1932 en un lugar emblemático: el pueblo de San Juan Teotihuacán, muy cerca de donde se encuentran las majestuosas pirámides del “Sol” y la “Luna”, edificaciones arqueológicas de un gran valor histórico. Un lugar preñado de energía y misterio. En este entorno de fuerte influencia indígena, se forjó el carácter que años más tarde le iba a convertir en un reconocido artista plástico.

Ahí fue donde tomó contacto con el barro y comenzó a incursionar en la cerámica. Sin embargo, andando el tiempo, encontró su verdadera veta artística en la escultura, que trabajó con materiales tan diversos como mármol, ónix, hierro y hasta lámina cromada. Su estilo estaba influenciado del arte rupestre de Altamira, pero también de la originalidad del juguete mexicano.

Una parte destacada de su obra la dedicó al tema taurino, espectáculo por el que sentía una verdadera devoción, pues fue novillero durante cinco años, en los albores de los cincuentas. Entres sus contemporáneos sobresalen los nombres de Joselito Huerta y Amado “El Loco” Ramírez.

Juárez expuso su obra en infinidad de muestras individuales y colectivas tanto en México como el extranjero, y destacó por la vitalidad de su talento, ejercido con maestría. Gozó del reconocimiento de los artistas de su tiempo y ha sido el único escultor mexicano que integró el círculo de artistas denominado “Fellow of the royal society of Arts” de Londres.

Para el periodista Julio Scherer García, Heriberto Juárez era un “artista sin reposo posible; un pequeño dios en la tierra, mago y hechicero. Dio luz a la sombra, color al cobre, movimiento a rudos materiales. Escucharlo era seguir la conversación entre sus manos, los gritos inesperados que se desprenden de los dedos, un vocabulario de cien voces, de signos inacabables”.

Su desaparición trae a cuento una elocuente cita que el mismo virtió en 1995, recogida en el libro “Cien Jueves Taurinos”, de Heriberto Murrieta:

“Cuando morimos, en verdad no morimos, seguimos viviendo, despertamos. Esto nos hace felices. Así hablaban los teotihuacanos”.


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