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Viñeta: Hasta el día señalado

Martes, 19 Ago 2025    Cali, Col.    Jorge Arturo Díaz Reyes | Cronicatoro   
"...nació, vivió y murió torero, sin jamás dejar de serlo..."
Pepe Cáceres murió en Bogotá el 16 de agosto de 1987, 26 días después de que "Monín" ("Garrotillo", de nombre materno) de San Esteban de Ovejas le destrozara el pecho, aquel 20 de julio de 1987, durante la Feria del Sol en Sogamoso. Murió en su ley. Fue un torero artista, emocional, de gran afición y temperamento. Plástico con el capote (autor de la “cacerina”), clásico con la muleta e incierto con la espada.

En Colombia, por lo menos, su relación con el público no tuvo medias tintas; iba, sin pasar por la indiferencia, del odio al amor, del desprecio a la idolatría, de la ovación a la bronca. Su presencia en el ruedo, incluso, su solo anuncio en los carteles, provocaba reacciones encontradas y extremas. Había "caceristas" devotos y "anticaceristas" militantes. Pasión que quizás tuvo en Cali su escenario más tórrido.

Nació en Honda, cuando empezaba la decadencia de la calurosa ciudad ribereña, que durante la colonia y gran parte de la república, fue próspera e importante. Obligado puerto para la comunicación y el comercio de Bogotá con Andalucía, con Sevilla, con Europa; por su muelle pasó, del barco a la mula, todo cuanto navegó a través del Guadalquivir, el Atlántico y el río Magdalena, rumbo a la cordillerana capital del país. Todo lo español llegó por allí.

Durante los años infantiles de Pepe, la desaparición de la navegación fluvial y el desvió del tráfico al tren, las carreteras y al avión, dejaron a Honda fuera de la ruta, llevándola, en corto tiempo, del protagonismo al olvido, del exceso a la carencia y de la hiperactividad a un profundo letargo de tierra caliente.

Pero sus épocas coloniales la marcaron con un estilo andaluz del cual quedan vestigios: aleros de teja colorada, sombreando estrechas calles tortuosas, empedradas, flanqueadas por zaguanes, rejas de hierro torcido y paredes encaladas de las cuales penden balcones, ropa y tiestos de flores.

Es Honda con sus leyendas y arcos moros,
vestigios del hispano poderío,
que hoy ha visto nacer junto a su río,
un torero de sedas y de oros.

(Arcesio Villegas).

Qué la "sevillanía torera" de Pepe Cáceres haya sido otro de esos vestigios, como alude Villegas en su elegía al matador, nadie podría probarlo. Pero cualquiera puede sospecharlo, considerando, además, cómo no es circunstancial, el hecho de que recibiera su alternativa (30-09-56), de manos de don Antonio Bienvenida, durante la Feria de San Miguel, en la Real Maestranza, de aquella lejana ciudad a la que le unió más el sentimiento del toreo que el navegable cordón umbilical de su río natal.

Huérfano, fugado de casa "para ser torero", fue hallado en un nocturno bus provinciano y adoptado por el picador Melanio Murillo, quien a la sazón (torero bufo), deambulaba con su cuadrilla de pueblo en pueblo. Melanio lo llevó a una ciudad fría y montañera.

Allá, desde los trece años, cuando se abrió de capa por primera vez en la "Plaza del Soldado", inició su romance con el público de Manizales que le aclamó como triunfador, y, más disfrazado que vestido de luces, le obligó a dar vueltas al ruedo paseando orejas, en el primer encuentro de un idilio que se mantuvo por cuarenta años, hasta esa tarde del 4 de enero de 1987, en la que ya envejecido, alternando con Ortega Cano y "Joselito" (Arroyo), corneado, sangrante, iracundo, lidió y mató su último toro en esa plaza, que otra vez le entregó trofeos y le aclamó con un delirio al que se sumaron sus alternantes. Manizales ha perennizado ese afecto, en una estatua póstuma.

Siete años de novillería cimarrona y su presentación en la "Santa María" de Bogotá, donde corta orejas y rabo; lo lanzaron sobre los pasos de sus atavismos taurinos hacia España, para completar su formación. Un novillo de José de la Cova lo recibió, en Málaga, el 10 de Abril de 1955, con la primera de las veintitantas cornadas graves que sufriría.
 
Toreó treinta y ocho novilladas en plazas importantes, incluida Madrid. En Écija, otra cornada le marcó en el pecho el sitio por donde le mataría "Monín" muchos años después en Sogamoso. Vuelve a ser herido en Barcelona, antes de doctorarse. Lo demás es historia, larga, cruenta… daría para libros.
 
Valgan estas leves notas como incitación al recuerdo de aquel que nació, vivió y murió torero, sin jamás dejar de serlo... Hasta el día señalado.


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