Estábamos en que, en el verano del 34, la pareja Garza-El Soldado había puesto de cabeza al toreo entero y no solamente al público de Madrid. Si la torería hispana encajó ese golpe como un agravio, los públicos de España, por el contrario, están encantados con los mexicanos. Y no sólo por los dos novilleros de referencia, ya inminentes matadores (Garza lo será el 5 de septiembre del propio 1934, en Aranjuez y de manos de Juan Belmonte; a Luis Castro otro veterano ilustre, Rafael El Gallo, va a darle la alternativa en Castellón durante la primera feria importante del año siguiente, 24-03-35), también cuenta el paso avasallador de Fermín Espinosa "Armillita" que habrá de convertirlo en líder del escalafón de 1935 con 64 corridas.
Y el afianzado cartel de valiente que se ha labrado el tapatío José González "Carnicerito de México", especialmente en Barcelona. Y un largo etcétera de matadores y novilleros lanzados a una especie de conquista inversa de la península ibérica, casi todos con su banderillero y su picador de confianza, procedentes todos ellos del país del Anáhuac. Total, una lluvia de dardos sobre el herido orgullo español.
Escándalo en Madrid
Para el 15 de mayo de 1936 están anunciados en el coso de Las Ventas Marcial Lalanda, Fermín Espinosa, Manolo Bienvenida y Domingo Ortega con ocho toros de Coquilla. El boletaje está agotado, pero la corrida no podrá celebrarse porque, simple y tortuosamente, los tres hispanos se negaron a alternar con Armillita, alegando que su permiso para actuar en España, otorgado por el Ministerio de Trabajo, no está en regla. La autoridad revisa el carnet de Fermín, certifica que cumple con todos los requisitos y exhorta a los renuentes a partir plaza, pero al mantener éstos su actitud, dispone que sean conducidos a prisión. Se dejarán llevar sin oponer resistencia, pues su propósito era impedir que el saltillense toreara. Y que, en lo sucesivo, ningún mexicano vuelva a vestirse de luces en toda Iberia, esté o no autorizado oficialmente para hacerlo. Detrás de ese boicot, activamente promovido por Marcial Lalanda, existe un ominoso telón de fondo: la agitación social y la raquítica economía que muy pronto darán paso a la guerra civil. El creciente impulso xenófobo representa el fracaso de la incipiente democracia republicana y se expresa también en los toros, cumpliendo con la máxima de Ortega y Gasset según la cual la historia de España y la del toreo se encuentran inexorablemente ligadas.
La afición se rebela
Pero los argumentos de los boicoteadores son endebles y el público taurino los rechaza. Le suena absurdo que argumenten que en México se obstaculiza a los artistas y trabajadores hispanos cuando todo mundo sabe que el país azteca ha sido y es jauja para españoles de todas las clases, oficios y profesiones que deseen ganarse allí la vida. Está al tanto de que Armillita tiene firmadas más de ochenta corridas para este año 36 y anhela continuar disfrutando tanto de la esplendorosa madurez del de Saltillo como de la rivalidad de Garza y El Soldado, mucho más interesante, genuina y vital que la artificiosa entre Bienvenida y Ortega que la empresa madrileña, imposibilitada de anunciar mexicanos, se dispone a impulsar.
Lalanda llegó a declarar que en México, por ley, los artistas extranjeros sólo podían ocupar el diez por ciento de los puestos en un cartel, lo cual es claramente absurdo a la luz de toda evidencia. Buena parte de la prensa española, la que no está atada por compromisos espurios, contribuye a desnudar tal cúmulo de patrañas. Aquí el extracto de un texto del cronista de Blanco y Negro Manuel Reverte:
"–¿Qué hay del pleito con los toreros extranjeros?
–En primer lugar (…) las cosas deben llamarse por su nombre, aquí la cuestión es con los toreros de Méjico (…) y a mí la gente de allá nunca me pareció extranjera (…) La cuestión se ha planteado con evidente inoportunidad: cuando los mejicanos están en España y tienen firmados sus contratos se les prohíbe torear ¿Es esto justo?
– (…) Quizá no se hizo antes para evitar otro perjuicio, el que sufrirían los toreros españoles que actuaron durante el invierno en Méjico.
–Rechazo totalmente ese supuesto (…) Si aquí estábamos dispuestos a limitar o prohibir la actuación de los toreros mejicanos, los españoles no hubieran ido a América ni los americanos hubieran venido aquí. Esto sería lo justo y recíproco.
–¿Pero a ti que te parece todo esto?
–Lo primero, que el torero es un artista y no un trabajador, y que el arte no debe tener fronteras (…) Si los mejicanos en España torean mucho es porque los pide el público (…) La competencia y el estímulo son precisamente la esencia de nuestra fiesta.
–Pero, ¿qué se hace allá con nuestros toreros? ¿Es verdad que se limita su número de actuaciones?
– En la plaza El Toreo se han dado este invierno veinte corridas. Han actuado tres españoles, Cagancho que toreó trece, Niño de la Palma que toreó dos y Fernando Domínguez que toreó tres (…) Garza once, Armillita siete, Ortiz cuatro…
–Luego a Cagancho no le han limitado nada…
–La estadística lo demuestra (…)" (Blanco y Negro, 10 de mayo de 1936).
Mediante este hipotético diálogo el comentarista del magazine semanal del periódico más leído de España, el ABC, ponía muchas cosas en claro. Pero hay otros puntos de vista nada despreciables, como los firmados por Fabián Vidal en el diario catalán La Vanguardia: empieza dando voz a los diestros peninsulares, y terminará cuestionando sus torcidas sinrazones, y expresando temor ante posibles represalias.
Alegaban los boicoteadores y quienes los secundaban:
"(…) ¿Es tolerable que mientras en Méjico se nos ponen trabas rigurosas, nos quedemos parados porque vienen a quitarnos los ajustes, es decir, el pan, los lidiadores trasatlánticos? (...) ¿Hasta qué punto puede tolerarse que la tauromaquia, invención y tradición española, sea explotada por gentes de otros países?
A lo que el citado articulista iría matizando:
(…) Surgió la competencia del (sic) Soldado y Garza. Y durante un verano entero y parte del otoño, Madrid vivió taurinamente en pleno delirio. Los dos rivales llegaron a hacer cosas que nadie había hecho aún (…) Aquellos suicidas borraban el peligro con su valor inconsciente. Jugaban con la muerte y se reían de ella (…) Y había que oír a los diestros hispanos: "Son unos chalaos". "El arte no tiene que ver con la locura". "No se sale para estar más tiempo en el aire que en suelo" (…) Pero lo cierto es que las empresas preferían a los mejicanos porque llevaban más público a las plazas que los españoles."
(…) Méjico, taurinamente considerado, ya no es un discípulo de España. Sus artistas del coso ya no son únicamente indios de frío valor. Han aprendido y conocen todos los secretos del oficio (pero) ¡Cuidado! Hay en Méjico mucho obrero español, y en España no hay ninguno de Méjico (…) ¡Podrían extenderse las represalias! (La Vanguardia, Barcelona, 24 de mayo de 1936)
Por fortuna, esa advertencia final funcionó exactamente a la inversa, para honra de la nación mexicana y su hospitalidad proverbial.
"¡Armillita!¡Armillita!" y la cornada de La Serna
Cuando ya el boicot tenía trazas de hecho consumado se suscitó en Madrid un suceso que dice a las claras hasta qué punto la gente estaba por y con los toreros mexicanos. Resulta que Fermín Espinosa asistió, desde un tendido del 2, a la corrida de abono del 29 de mayo en Madrid, un cartel de figuras integrado por Manolo Bienvenida, Domingo Ortega y Victoriano de la Serna con toros de Clairac. No tardó el público en descubrir a Fermín, y menos aún en levantarse por toda la plaza el espontáneo coro de ¡Armillita! ¡Armillita!, como reproche a voz en cuello contra la rencorosa y mezquina conducta de los diestros hispanos.
El coro se repitió varias veces, y a la altura del sexto toro era ya ensordecedor. La Serna, que como sus alternantes estaba teniendo una tarde borrosa, se arrodilló de súbito a pocos centímetros de los pitones y lanzó un estertóreo ¡Viva España!; y al entrar a matar, el de Clairac lo prendió por el muslo derecho y lo caló seriamente. Ante el moribundo astado, Bienvenida también se arrodilló y repitió el ¡Viva España! lanzado por su compañero, suscitando todo tipo de manifestaciones. El cuerpo médico de Las Ventas le pronosticaría a Victoriano hasta dos meses de inactividad dada la gravedad de sus lesiones.
Cartel insólito y repatriación forzada
La última corrida toreada por mexicanos en España antes de la guerra civil se celebró en Murcia (11-06-36), donde en terna totalmente "extranjera" y con puros subalternos aztecas alternaron Fermín Armilla, José González "Carnicerito de México" y Luis Castro "El Soldado" con toros de Villamarta. Precautoriamente, la guardia civil motorizada escoltó a los mejicanos hasta Aranjuez; aun así, sus "colegas" iberos organizaron un atentado, fallido, contra el automóvil de Carnicerito. Para éste y para Luis Castro fue la de Murcia tarde de orejas, rabos y salidas en hombros. Pero no habría más.
Era el simbólico adiós a una época de irrepetible esplendor. El gobierno del general Lázaro Cárdenas –el presidente más izquierdista del siglo XX mexicano, cómo cambian los tiempos– no sólo apuró gestiones diplomáticas buscando resolver el litigio sino, una vez comprobada la posición irreductible de los dos sindicatos españoles que lanzaron el boicot –el de matadores y el de subalternos–, subvencionaría el retorno al país de los toreros compatriotas de todas las categorías que se encontraban varados en la península ibérica.
Les aguardaba, de vuelta en nuestro país, lo que la personalidad, el arrojo y el genio que abundaban en aquellos grandiosos exponentes del arte de torear daría lugar a lo que después se ha reconocido como la época de oro del toreo mexicano. Todo esto mientras España se hundía en el baño de sangre de una contienda entre hermanos, seguida por casi cuarenta años de férrea dictadura.
Colofón amargo
En cualquier caso, aquel boicot del miedo, como Juan Belmonte nombró al insidioso proceder de sus paisanos toreros, sería la primera y nunca atendida advertencia de que una tauromaquia dividida en estancos nacionalistas encerrados en sí mismos atenta contra la universalidad del arte y es el mejor regalo que la ceguera de los taurinos puede obsequiarle a la militancia taurofóbica, esa fiera en celo con garras y colmillos bien afilados y mucho músculo económico que este temible siglo XXI y su globalización anglosajona han liberado por completo.