Una de las profesiones que más admiro es la de ganadero de toros de lidia. No es solo un oficio del campo ni un negocio pecuario, sino una vocación que combina ciencia, intuición y carácter. El toro que pisa la plaza es el fruto de siglos de selección hereditaria y de un cuidado minucioso, donde la ciencia genética más avanzada se entrelaza con la tradición y el romanticismo.
Detrás de cada embestida hay años de observación, modelos de predicción genómica que proyectan, pero también decisiones tomadas al calor del tentadero, guiadas por una memoria familiar y una idea de lo que debe ser la bravura.
Se trata de un animal costoso, libre, exigente. Esta crianza cuidadosa garantiza uno de los modelos más sostenibles para preservar la biodiversidad. Criar toros es, en el fondo, una forma de cuidar la tierra, de darle sentido al tiempo y de salvaguardar una emoción que nos conecta con lo esencial.
En este contexto de complejidad y entrega, la ganadería de Victoriano del Río representa uno de los ejemplos más sólidos de cómo tradición y modernidad pueden dialogar en favor del arte y la emoción. Referente entre las ganaderías actuales, su selección apunta a un toro con fuerza y temple, que combine casta con nobleza. Es una ganadería que no rehúye la exigencia: selecciona animales encastados, que a veces resultan incómodos para el torero, pero que ofrecen al aficionado la emoción genuina del toreo auténtico.
Detrás de esa selección, hay una búsqueda constante de armonía, una voluntad firme de mantener vivo el encaste Domecq, pero con un sello propio. Para Victoriano del Río criar toros es un arte que no admite la mediocridad. Es un compromiso con la emoción y una responsabilidad con la herencia que sostiene el arte del toreo.
Tuvimos la fortuna de visitar la ganadería justo al día siguiente del triunfo de "Frenoso" en Las Ventas. Ricardo del Río nos recibió con generosidad y nos condujo por los potreros mientras compartía, con la precisión de un genetista y la pasión de un artista, los detalles de los empadres, los cruces y las decisiones que van moldeando el sello de la ganadería. Todavía resonaba en el ambiente la vibrante faena de Fernando Adrián del día anterior –malograda con la espada–, y el teléfono no dejaba de sonar. Eran periodistas, toreros, ganaderos: todos querían darle la enhorabuena y hablar de la embestida de ese toro.
En medio de la euforia, nos tocó presenciar una escena que condensó la esencia del oficio ganadero: la discusión entre don Victoriano y su hijo Ricardo. Para el padre, "Frenoso" había sido el toro más bravo que había visto. Cuando nos describió las características del toro, se le cortó la voz y se le salieron las lágrimas. Ricardo, con respeto y firmeza, le enseñó la cabeza de "Duplicado", el cárdeno salpicado que Álvaro de la Calle lidió en abril de 2022 y que fue reconocido como el más bravo de esa temporada en Madrid, y su nombre quedó inscrito en un azulejo de las Ventas. Entre ambos no había desacuerdo, sino matices: una conversación que revelaba la riqueza de miradas que exige el criterio ganadero. Para Ricardo, la suerte en el toreo –y en la vida– es eso: la atención precisa y la devoción constante por los detalles.
Durante la visita, Ricardo del Río nos mostró los toros que estaban reseñados para Madrid el 23 de mayo. Apreciamos su estampa y sus hechuras, pero hubo uno que acaparó nuestra atención: un castaño marcado con el número 85. Imponente en la dehesa, destacaba por su seriedad y expresión. Nos detuvimos largos minutos a observarlo. Le tomamos fotografías. Ricardo hablaba de él con una mezcla de orgullo y expectativa: no con palabras grandilocuentes, pero sí con esa mirada que revela lo que uno aguarda en silencio.
El viernes 23 de mayo, en la plaza de Las Ventas, salió al ruedo "Alabardero", castaño, de 575 kilos, nacido en noviembre de 2019 y marcado con el número 85. Había sido el toro que más observamos durante nuestra visita al campo: imponía por presencia y despertaba expectación. El encierro, compuesto por toros cinqueños, tuvo seriedad y bravura, pero fue el sexto el que alcanzó las notas más altas.
Desde su salida destacó por una nobleza franca y una movilidad que permitió a Tomás Rufo desarrollar una faena templada y continua. Respondía con precisión al toque, repetía con ritmo y humillaba con regularidad, dando vuelo a cada pase. Fue un toro obediente, fijo, de gran claridad en la embestida. No se trató sólo de bravura: su virtud estuvo en conjugar fuerza y clase, con ritmo y hondura.
La ganadería de toros de lidia es una de las expresiones más complejas, exigentes y admirables del mundo rural y cultural. En ella confluyen ciencia y sensibilidad, datos y emociones, técnica e intuición. No basta con conocer la genética: hace falta también entender la esencia del toro.
Así lo demuestra el trabajo de Victoriano del Río y de su hijo Ricardo, quienes, con rigor y pasión, han logrado mantener una proporción delicada entre casta y nobleza, entre modernidad y fidelidad al encaste. Visitar su casa, compartir su afición y atestiguar la aparición de un toro como "Alabardero", permite comprender algo esencial: criar un toro bravo no es sólo una faena ganadera, es sostener una forma de vida, una ética de la selección y una estética del riesgo.