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No claudicar, por el bien de la sociedad

Sábado, 15 Mar 2025    CDMX    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
"...No podemos permitir que se nos imponga un pensamiento..."
Iba camino a mi oficina. Aunque había salido temprano, en mi teléfono vibraban mensajes que replicaban reacciones a la declaración del día anterior de la jefa de Gobierno de la ciudad de México en donde modificaba la esencia de las corridas de toros. Ante la impotencia de ver como la libertad se ponía en riesgo,  rompí en llanto.  El muchacho que manejaba el Uber no supo qué hacer. 

–¿Está usted bien? –me preguntó por cortesía.

–No –le dije. Pero no se preocupe, usted siga.

En medio del llanto, recordé la frase de Winston Churchill: "Quien se arrodilla ante el hecho consumado es incapaz de enfrentar el porvenir."

Usted, amigo lector, sabe que desde hace varios años he intentado escribir y argumentar en favor de la fiesta de los toros. ¡No ha sido suficiente! Los taurinos no hemos sabido comunicar a la sociedad la grandeza de la Fiesta Brava, los peligros del animalismo, ni la consecuencia de una prohibición como la que plantea el gobierno capitalino.

Permitir que un grupo imponga su voluntad abre la puerta a nuevas restricciones que pueden afectar otras libertades individuales. Las prohibiciones rara vez se detienen en una sola expresión cultural. Hoy atacan a las corridas de toros, pero mañana podrían ir por los sones jarochos, las danzas de la Guelaguetza, la equitación o incluso las manifestaciones religiosas que no coincidan con la ideología del poder. La historia nos enseña que las censuras comienzan limitando una práctica específica y terminan por asfixiar la diversidad cultural de una sociedad.

En los sistemas autoritarios, las prohibiciones son herramientas para limitar las libertades individuales y controlar a las personas. Permitir que un grupo imponga su visión pone en riesgo el derecho de todos a decidir por sí mismos. Isaiah Berlin, uno de los grandes teóricos del liberalismo y la libertad en el siglo XX, advertía que el peligro de estas imposiciones es que permite a los gobernantes decidir qué es lo mejor para los individuos, incluso en contra de su voluntad. En el caso de la tauromaquia, este paternalismo autoritario se traduce en una imposición moral disfrazada de progreso, que ignora la voluntad de quienes valoramos esta expresión artística.

En contraste, las democracias modernas se basan en el respeto a las diferencias. La  Constitución mexicana protege libertades fundamentales como la de expresión, de culto y de conciencia. Prohibir la tauromaquia viola estos derechos, al imponer una visión única sobre un tema que debería ser decidido libremente por cada persona.

La tauromaquia es una forma de expresión y en México existe libertad de expresión. También hay libertad de conciencia, de religión y culto (para los taurinos es el culto al toro). Lo que plantea la jefa de Gobierno de la CDMX atenta contra todas estas libertades.

John Stuart Mill, uno de los más grandes defensores de la libertad individual y el pensamiento crítico, afirmaba: "La persona que no tiene nada por lo que esté dispuesta a luchar, nada que le importe más que su seguridad personal, es una criatura miserable y no tiene ninguna posibilidad de ser libre, a menos que la protejan hombres mejores que ella".

No podemos claudicar, tenemos que seguir defendiendo nuestros valores. No solo por el bien de la tauromaquia, sino por la sociedad. Por el derecho de las minorías y por cuidar nuestro patrimonio cultural.

Por otro lado, invitaría a los taurinos a tener paciencia. Lo que defendemos es mucho más grande y trascendente que la coyuntura del debate actual. 

Irene Vallejo, en su libro "El infinito en un junco", nos recuerda que, en las aguas profundas, los cambios son lentos. La sociedad contemporánea padece un sesgo futurista. "Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo –como un libro y una tableta, o una monja sentada junto a un adolescente que chatea en el metro–, creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad sucede lo contrario. Cuando más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes. Es más probable que en el siglo XXII haya monjas y libros que WhatsApp y tabletas".

Al inicio del documental "Tauromaquias Universales", de André Viard, la narradora dice: "Desde que el hombre se propuso contar su historia el toro ha formado parte de ella". En la península ibérica hay festejos taurinos desde el siglo IX y en México se tienen registros de corridas de toros desde 1526.

En México ha habido prohibiciones en los gobiernos de Benito Juárez y de Venustiano Carranza, y de ambas la fiesta de los toros ha salido fortalecida.  Así que veamos la situación con perspectiva de largo plazo y no desesperemos ante las derrotas momentáneas.

Parafraseando a Irene Vallejo, ante la catarata de predicciones apocalípticas sobre las corridas de toros, yo digo: un respeto. No subsisten tantos espectáculos milenarios entre nosotros. Solo permanecen los que han demostrado ser supervivientes difíciles de eliminar.   

La tauromaquia ha superado muchas pruebas, sobre todo, la prueba del paso de los siglos. Eso no quiere decir que los que amamos al toro bravo no la debamos defender, al contrario. Ante los ataques de los animalistas, nuestro deber es alertar los peligros de esa neoreligión que quiere trastocar los valores fundamentales de la sociedad occidental. Y al mismo tiempo expresar en forma pedagógica y, con paciencia, la ética y estética de una corrida de toros.

Estoy cierto que dentro de veinticinco años nadie se acordará de Clara Brugada, pero seguiremos recordando a Rodolfo Gaona.

No se trata solo de defender una tradición, sino de hacerle ver a la sociedad que somos plurales, que tenemos distintas formas de entender la vida y la muerte, por lo tanto no podemos permitir que se nos imponga un pensamiento o ideología única. La tauromaquia ha superado censuras, prohibiciones y cambios de época, y lo seguirá haciendo. La cuestión no es si sobrevivirá, sino si seremos capaces de defenderla con la convicción y el orgullo que merece.


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