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La faena de culto de Guillermo Capetillo...

Lunes, 27 Ene 2025    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Larde consagratoria cuando cuajó al toro "Gallero" en La México
El año taurino de 1994 habría sido uno de tantos de no mediar un par de faenas que brillan aún como dos gemas irreprimibles. Les favorecieron sin duda sus escenarios respectivos: México y Madrid. Gracias a ellas, dos artistas muy peculiares incrustaron sus nombres entre los más selectos del Siglo de Oro del Toreo, nombres que sin ellas habrían pasado casi inadvertidos, pues ahora sabemos que no fue mucho más lo que consiguieron a través de sus prolongadas trayectorias.  

La que ahora nos ocupa tuvo por autor a Guillermo Capetillo de Flores (CDMX, 30-04-1958), y con él a "Gallero" de Cierro Viejo, toro de obsequio que ponía punto final a la decimoprimera corrida de la temporada de 1993-94, tarde de lo más olvidable hasta ese momento. Nunca fui partidario de los toros de regalo, que los reglamentos mexicanos harían bien en proscribir. Pero la historia de la fiesta está cuajada de paradojas, y "Gallero" –cárdeno oscuro, de buenas hechuras y honda y duradera nobleza– fue un séptimo toro providencial. Para el historial del hijo mayor de Manuel Capetillo Villaseñor, para los anales de la Plaza México y, lo que es fundamental, para la memoria fiel de los aficionados que tuvieron la dicha de presenciarla. No muchos, por cierto, pues la empresa había optado por un cartel notoriamente flojo, en franca espantada ante la coincidencia de fechas con el llamado Super Bowl, ya con el lobo neoliberal asomando sus hirsutas orejas.

Reacciones mediáticas

No viajé a México capital ese día y por lo tanto no estuve en la plaza para dar fe del prodigio: nunca me arrepentiré lo suficiente. Porque el alboroto que levantó la faena de Guillermo Capetillo con "Gallero" de Cerro Viejo fue algo completamente anormal, nada que ver con el coro de alabanzas que siguen a una gran faena más, sino un desborde emocional que trascendió con mucho las fórmulas elogiosas convencionales, pues algo más fuerte, más imperioso movió, sin excepción, las plumas y gargantas de los asombrados relatores.

Ofrezco un muestrario no por sucinto menos indicativo de la magnitud de la obra que el hijo mayor de Capetillo el Viejo bordó, bajo los efectos de esa clase de iluminación que deja cortas y claudicantes las palabras.  

Escribieron José Ramón Garmabella: "Fiel a sí mismo, serio, sin alardes teatrales o retadores, Guillermo Capetillo fue desgranando sin prisa y sin pausa su obra consagratoria"  (¡Toro! Sol y Fiesta. 6 de febrero de 1994); Leo Speckman: "Se encontraron, para ventura nuestra, "Gallero" de Cerro Viejo y un torero corto de recursos pero de una inmensa sensibilidad artística: Guillermo Capetillo.” (íbid); Rafael Cardona: "Duele decirlo pero ese toro, "Gallero" (…) será la cumbre en la carrera de Guillermo Capetillo, pues difícilmente se reunirán de nuevo su disposición personal y su temperamento en una tarde tan afortunada, pues es una suerte enorme lograr condiciones así de excepcionales." (íbid). Heriberto Murrieta: "Guillermo y "Gallero", la doble G que merece una placa en la Plaza México." (Ovaciones. 1 de febrero de 1994). 

Crónica de José Carlos Arévalo

"Todo aficionado guarda en su corazón cinco o seis faenas que son su patrimonio taurino más íntimo (…) A partir de ahora recordaré siempre la faena de Guillermo Capetillo al de Cerro Viejo en la Monumental México, el pasado 30 de enero. (…) Fue una faena tan grande, fue una lidia tan iluminada que, como todas las obras maestras del arte, remite a las preguntas esenciales ¿Qué es el arte? ¿Qué es torear? (…) "Gallero", cárdeno, número 23, de 490 kilos, era bajo de agujas, proporcionado de hechuras y larguito de cuello (…) Toro chico de bravura grande (…) Al abrirse de capa el hijo de Manuel Capetillo, iluminar al rojo vivo la embestida de "Gallero", mecerla con sensualidad amexicanada, quebrarla hacia dentro con arte de fragua gitana y alargarla convertida en llanto (sus verónicas por el lado izquierdo, inenarrables), todos los toreros, idos y en activo (…) sentían con el corazón de Capetillo (…) Empezó su faena tanteando (…) Y se lo sacó afuera para torearlo con la derecha (…) y al cuarto redondo llovieron los sombreros, como en el primer tercio (…) Y cuando se fajó con la izquierda se encendió la llama en los tendidos, campanearon los cencerros, gimió la banda, saltaron los espectadores de sus asientos, y cuando el cuarto natural dijo que no terminaría nunca hubo gente que lloraba, convulsionada por un frenesí estético sin parangón (…) Se separó el diestro con la mirada perdida, y las diez mil gargantas presentes se transformaron en cincuenta mil y atronó el grito de ¡Torero! ¡Torero! (…) Un pase de trinchera, con los pies casi juntos, de forma que sin la menor enmienda se hilvanara a un redondo vertical, lentísimo, perfumado, que a su vez se ligó a otro portentoso, templadísimo de pecho en redondo, fue el ecuador cenital de la faena, la plaza convertida en manicomio (…) el torero un Apolo transformado en Dionisio. Vinieron muletazos emborrachados, el pase de las flores, un molinete, una vitolina, más derechazos y naturales (…) gritos de indulto que obligaron a Capetillo a mirar al palco, pero allí estaban, presidente y asesor, dos colosos del toreo, Jesús Córdoba y Félix Briones, quienes, por supuesto, no querían perderse la estocada del hijo de su rival de tantas tardes (…) ¡Magnífico "Gallero”, bravo hasta la muerte! ¡Colosal Capetillo, que hundió con fe la tizona! (…) Ví al torero regresar a la barrera con la mirada abstraída, el gesto serio y el alma ausente (…) pero cuando se apoyó en los tableros, lo anegó el llanto (…) Dieron al toro una lenta y apoteósica vuelta al ruedo, y Capetillo dio dos, una a pie y la otra a hombros, en medio del delirio (…) Pocas veces en la historia se ha visto a un torero estar tan por encima de un toro tan noblemente bravo (…) Un sentimiento torero que recogí en México y recordaré en España mientras viva. ¡Bienaventurado seas, Guillermo Capetillo, toreaste como los demás quisieran algún día llegar a torear!" (6 Toros 6, 1 de febrero de 1994).

Comentario de Leonardo Páez

"Ya con el segundo de la tarde Guillermo Capetillo había dado muestras de un tono torero distinto (…) una fuerza interna incluso novedosa para él mismo, que afloró en soberbias tandas de naturales, sin dudas, concentrado en escuchar su propio mensaje. (…) ¡Ah, si este Guillermo hubiera accedido años antes a esta decisión y esta fortaleza espiritual habría sido un torero de época! Pero incorporarse al orden del universo tiene su chiste. Demanda una toma de conciencia profunda que distinga y deseche egos estorbosos para que aflore, con fuerza y elocuencia, un ego sabio, aquel que permite a los temperamentos superiores amistarse consigo mismos (…) Así, la intensidad y continuidad de aquellos naturales serían el preámbulo a la delicada, Íntima y conmovedora sinfonía de forma y de fondo que Capetillo se regalaría y nos regalaría con la extraordinaria calidad del toro "Gallero" de la ganadería de Cerro Viejo, empeñada en honrar la mejor tradición mexicana de bravo (…) 490 kilos de bravura, nobleza y recorrido con el trapío que da la edad, no el peso (…) y con el que el galán de telenovelas se remontó a alturas interpretativas de inimaginada grandeza anímica y estética. Aquellas verónicas insoportablemente bellas, lentísimas, ensimismadas; aquellos muletazos lúdicos y gozosos por ambos lados, tan reunidos, tersos, tan mexicanamente universales; aquellos adornos sobrios y oportunos y aquella digna culminación con la espada (…) ¡Gracias, torero, por tan trascendente regalo!" (Ovaciones, íbid).

El padre y el juez

No pueden omitirse, por conmovidos y sinceros, los puntos de vista de dos figuras que cuatro décadas después de haber sostenido enconadas disputas sobre la arena se vieron casualmente unidos en comunión por el arte inmarcesible del hijo de uno de ellos, en tanto el otro ejercía de juez de plaza aquel memorable 30 de enero de 1994.

Manuel Capetillo: "Dios ha hecho justicia, después de tantos sinsabores y rechazos que le hicieron sufrir a mi hijo". (Ovaciones. 1 de febrero de 1994). 

Jesús Córdoba: "Faenas como la de Guillermo penetran en el mundo de los dioses (…) Seguimos flotando." (Íbid).

Colofón

No hay mucho más que agregar. Jesulín de Ubrique deambuló como un sonámbulo del ruedo, con el público y el toreo a la contra. El confirmante Humberto Flores –otro de los buenos prospectos que se tragó el irreversible colapso de la tauromaquia mexicana a partir de los años 90– expuso un torerismo tenaz por encima de la mansedumbre de los bichos de un decadente encierro de Valparaíso que se había encargado de estropear la tarde hasta que Capetillo y "Gallero" la transportaron a otra galaxia. 

Y yo tuve que conformarme con ver el video de aquella lidia, prodigiosa desde el primer lance hasta la estocada definitiva, de la misma manera que la de Julio Aparicio, el autor en Madrid de la otra faena inmortal de aquel año con "Cañego", de Alcurrucén (18-05-94). Dos obras imperecederas, aunque puesto a elegir me quedaría, por su extensión, intensidad, finura y redondez, con la de Guillermo Capetillo a "Gallero" de Cerro Viejo.


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