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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 20 Jul 2023    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...La cornada de Saldívar viene a reivindicar al toro bravo..."
Arturo Saldívar se encuentra todavía convaleciente de la fuerte cornada sufrida el domingo pasado en Caxuxi, y resulta un tanto paradójico el hecho de haber caído herido en este pueblito del taurino estado de Hidalgo y, en cambio, haber salido ileso el 31 de mayo de la plaza de Las Ventas de Madrid, donde los encastados toros de Santiago Domecq lo cogieron para matarlo.

Pero bien dicen los románticos que al toro no le interesa la identidad de quien se pone delante, y su único afán es salir a dar cornadas, fiel a su esencia defensiva basada en el ataque, el arma que lo convierte en un animal único de la naturaleza, capaz de crear una gran belleza estética a través de su embestida.

Y es ese miedo del toro, enfrentado a otro miedo, el del torero, provoca la magia del arte del toreo –entendido como una fascinante simbiosis de sentimientos– fundamentado en la profunda vocación del hombre que desdeña hasta su propia existencia, en aras de ejercer una singular filosofía de vida.

La cornada de Saldívar viene a reivindicar al toro bravo y su peligrosidad, independientemente de la plaza donde se lidie; al margen del público que lo juzga o de los toreros que lo enfrentan… El toro, ese ser de mirada clara, definida y sincera, en la que los toreros que se arriman siempre encuentran las respuestas que andan buscando.

La mala suerte de Arturo a la hora de entrar a matar fue haberse ido en banda detrás de la espada, y producto de la caída, el toro de Torreón de Cañas no le perdonó el desafortunado yerro, asestándole la certera cornada en el muslo izquierdo, ahí donde le quedó un amplio costurón, otra medalla más que ya forma parte de su historial de sangre derramada en los ruedos.

Por eso, el aficionado entendido, y hasta el más ingenuo de los espectadores, nunca debe dejar de observar al toro, que al salir del toril nos ofrece un maravilloso caudal de sensaciones irrepetibles y, en apenas poco menos de 25 minutos, saca lo que lleva dentro, aquello que su misteriosa genética le aporta de bravura, de clase, de sentido o mansedumbre.

Porque cada toro que se lidia en una corrida es como la degustación de un vino, y observar detalladamente su comportamiento es adentrarse en la corrida. Sólo a partir de entonces se puede hacer la valoración de lo que el torero realiza para tratar de desentrañar sus reacciones y encontrar los registros técnicos más adecuados que, sobre la marcha, va poniendo al servicio de su arte al construir la faena.

El toro es un permanente generador de emociones, y si se le respeta y se le admira, cumple cabalmente con su destino: morir en la plaza con la gallardía propia de su estirpe, lo mismo en Madrid que en Caxuxi. El toro, ese que suele dar a ganar millones a muy pocos... y reparte cornadas a todos.


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