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Espuerta: Escozor de Morante

Domingo, 29 Jul 2018    CDMX    Heriberto Murrieta | El Heraldo de México   
"...un espectáculo que está urgido de publicidad positiva..."

La entrevista es reciente; los conceptos, atemporales. José Antonio piensa cada palabra antes de pronunciarla, y entonces su discurso tiene la lentitud de un buzo. Es reflexivo, habla con pausa y profundidad en la segunda parte de la charla con Televisión Española.

El artista de La Puebla no está de acuerdo ni con la existencia de las escuelas taurinas ni con las transmisiones de corridas por televisión.

"En una escuela taurina te ponen a competir para gustarle al maestro. Ese proceso mata el halo que traemos al nacer”, se queja el esteta sevillano. Aun cuando muchos toreros españoles ciertamente están metidos dentro de la estrechura de un cartabón y se han estereotipado lastimosamente (desbarrancando el ejercicio del toreo hacia una desesperante monotonía), la escuela de tauromaquia aporta bases técnicas, antes de que cada aspirante vaya adquiriendo su propio estilo. Es como un filtro que determina quiénes tienen capacidades. La técnica es fría, pero necesaria.

"El toreo es un pensamiento solitario", establece Morante. Y afirma: “La televisión sustituye a las escuelas”. Pero ver las transmisiones en definitiva no basta para aprender a torear.

Por otra parte, el andaluz tiene una idea parecida a la de José Tomás, con respecto a las corridas en directo. Rechazan ambos la tele, pero éste es un medio que logra que las grandes faenas repercutan, una gran plataforma de difusión de un espectáculo que está urgido de publicidad positiva. Lo óptimo es transmitir poco y bueno, no a destajo. Sólo unas cuantas corridas, muy cuidadas, con buena organización, ganado digno y, si es posible, buenas entradas aseguradas para dar una imagen de aceptación, popularidad y categoría.

Asegura: “El toreo se tiene que comentar con mucha paciencia y mucho silencio”. Tiene razón. Narrar toros no es narrar futbol. Exagerar los hechos o llenar el espacio con palabrería es una de las más grandes vulgaridades en las que puede incurrir un comentarista de televisión. Los silencios permiten disfrutar y sirven para que pesen las palabras que se acaban de decir.

Prefiere Morante que los taurinos se cuenten el toreo de boca a boca, pero para que la Fiesta se cuente de boca a boca es obligado que los interlocutores conozcan de toros, es decir, no a cualquier persona y ni siquiera a cualquier periodista se le puede preguntar qué pasó en una tarde de toros con la certeza de que habrá sabido entenderla y analizarla. No se puede pues, confiar en cualquier persona para que te platique una corrida que no pudiste ver. Contar el toreo del modo que aspira Morante se puede convertir en un teléfono descompuesto.

Está convencido de que alguien en su casa no tiene predisposición para ver una corrida por TV. La experiencia sensorial es muy diferente en comparación con la que se vive en la plaza,  pero no veo por qué no se pueda estar predispuesto para verla en el plasma, con sus bellos acercamientos, oportunas repeticiones y la solera de un Fernández Román o los apuntes atinados de un Emilio Muñoz. Puede ser que en el hogar haya distracciones, pero si el festejo se verifica en un lugar lejano al que el aficionado no puede acudir, no le queda otra que verlo por televisión. Y quien está ávido de presenciar algo (y si ese algo es interesante), no le quitará el ojo de encima.

Al esteta de las patillas abultadas le agrada el toreo por TV, siempre y cuando sea a cuentagotas; está en contra de la dañina saturación y le disgusta que el cronista vaya contando lo que pasa. "Es como si alguien se pusiera a narrar el momento en que el pintor realiza una obra, primero el rojo, ahora venga el verde…".

Sin embargo, la labor del comentarista es necesaria para orientar con conocimiento y sutileza, sin estrépito. Está para aderezar las imágenes, complementarlas y revelar ese punto fino que quizá el espectador no advirtió.


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