"... los toros se convirtieron en uno de los ejes de su existencia..."
Ernest Milller Hemingway estuvo presente en las grandes guerras de la primera mitad del siglo XX, excepto en la Primera Guerra Mundial donde fue chofer de ambulancia, en todas las demás participó como periodista. Un reportero por excelencia, un hombre que aparecía bajo cualquier fuego con su chaleco de gamuza, sonrisa socarrona y con una inseparable dosis de ginebra.
Un Hemingway aficionado a los toros que llegó a España en 1921, gracias a la escritora estadounidense Gertrude Stein, allí entró en contacto con los literatos de la llamada "Generación Perdida", precisamente Stein, admiradora de Joselito y amiga de Belmonte, fue la que lo animó a volver a España para que asistiese por primera vez a una corrida de toros.
Fue en 1923 cuando el corresponsal entonces de un semanario canadiense, vio en Madrid una corrida de la feria de San Isidro en la que alternaban Gitanillo de Ricla, Chicuelo y Villalta, las impresiones de esa corrida están recogidas en el artículo que envió al Toronto Star con el título: "La corrida de toros no es un deporte, es una tragedia".
Desde entonces los toros se convirtieron en uno de los ejes de su existencia, volvió ese mismo año a España para asistir a los sanfermines. Las experiencias de los diferentes sanfermines en los que participó en esos años culminarían no ya en artículos o relatos cortos, sino en una novela "The sun also rises" (1926), popularizada con el título de Fiesta.
Para el investigador Jacobo Cortines Torres, "Fiesta" no es propiamente una novela taurina, sino una sucesión de escenas rápidas y de diálogos aparentemente triviales que reflejan con desnudo realismo la existencia cotidiana de unos personajes que quieren vivir la vida en plenitud. Pamplona en fiestas es el núcleo de la narración, los toros adquieren protagonismo, encierros y corridas, pero el ambiente, el goce colectivo, los contrastes entre bacanal y tragedia son, más aún que los toros, los verdaderos protagonistas
El torero que en la ficción se llama igual que el mítico torero de Ronda, Pedro Romero, no es otro que el rondeño Cayetano Ordóñez, el Niño de la Palma, padre del futuro y definitivo héroe del Hemingway de "El verano peligroso": Antonio Ordóñez. En un salto en el tiempo, al estallar la Guerra Civil, Hemingway optó por el bando republicano y llegó a España en 1937 como corresponsal de guerra. En Madrid se instala en el Hotel Florida y rueda con un director holandés el filme "La tierra española".
En Noviembre de 1938 abandona tierras ibéricas dando por perdida la guerra para la causa de la República, se siente un perdedor más y redacta en 1939 "Por quién doblan las campanas", tal vez la novela más famosa de todas las escritas sobre la guerra civil española. Ya empezada la década de los 50, el novel regresa a su querida España.
Acompañado de su cuarta esposa, Mary Welsh, se dirigió hacia Pamplona para presenciar los sanfermines, se encontró con su amigo Juanito Quintana, el dueño del ya desaparecido Hotel Montoya de "Fiesta". Fue como una vuelta en busca del tiempo perdido. Hemingway ya no era el joven con aire de galán de cine, sino un tipo fornido, prematuramente envejecido, con grandes entradas en las sienes y una barba blanca espolvoreada de amarillo para combatir la dermitis.
Hemingway asistió a las corridas pamplonesas que resultaron, según su testimonio, muy pobres, sin embargo, un hecho de excepción que califica de histórico: fue la primera vez que vio a Antonio Ordóñez, era el Mesías que había deseado más que profetizado años antes, en "Muerte en la tarde"; ahora lo tenía ante sus ojos y lo tendría aún más en muy pocos veranos, en el de 1959, que quedaría regado por su sangre y la de su antagonista, el controvertido Luis Miguel Dominguín.
A consecuencia de lo anterior, la narración de "El verano peligroso" supone un reportaje periodístico, pero es al mismo tiempo un apasionante relato, con el empleo de leyes y recursos propios del género narrativo. Donde no hay que buscar en la obra una realidad ni más allá ni más acá de la literaria. Hemingway opta por Ordóñez y le somete a un duro camino de perfección enfrentándole a un peligroso rival. El precio será su sangre y el galardón final la victoria sobre el contrincante, que también saboreará otros triunfos y dejará teñida de rojo la arena de los ruedos.
En conclusión, el Antonio Ordóñez de Hemingway es un héroe literario hecho a la medida del deseo del escritor, es la culminación de un proceso que se había iniciado muchos años antes, pero ese personaje responde al mismo tiempo a la realidad en la que se basó.