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Desde el barrio: El milagro ganadero

Martes, 04 Jul 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...Han ido desapareciendo, pues, casi todas las vacadas de esos...
Con la que le ha caído, y aún le sigue cayendo, al toreo en España en los últimos años, no deja de ser asombroso que los toros sigan embistiendo. Y más todavía que lo hagan tantos y tan bien como los que llevamos vistos, sobre todo en las plazas grandes, en lo que va de una temporada en la que el considerable número de ejemplares destacados ha sido la mejor noticia del balance final de cada feria.

La situación no deja de ser sorprendente, pues se produce después de aquellos perjudiciales tiempos del ladrillo y el pelotazo, esos primeros años del siglo en que la desbordada masificación ganadera estuvo a punto de tirar por los suelos tanto la calidad del ganado como el mercado del toro, ahíto de tanto excedente y de tanta vaca mediocre vendida a precio de oro a los nuevos millonarios.

Y más aún, la sorpresa llega justo después de estos ya diez largos años de crisis que aguaron aquella juerga de unos pocos para imponer, sin piedad, una forzosa criba que ha terminado llevando al matadero, año tras año, a miles de reses de lidia y ha sacado de los carteles incluso a divisas legendarias.

Es evidente que la drástica reducción de festejos anuales que acompañó la gran recesión económica, ese paulatino descenso que ha dejado su número en menos de la mitad de los que se celebraban en los años de las vacas gordas, ha hecho que muchos ganaderos, lo fueran por tradición o capricho, desistan de su vocación hasta dejar la cabaña brava reducida a los mínimos.

Han ido desapareciendo, pues, casi todas las vacadas de esos "ladrilleros" a los que la crisis también dejó sin coches de lujo, yates y mansiones horteras, pero también muchas de las históricas, vendidas, sacrificadas o sostenidas en su expresión más testimonial (Guardiola, Conde de la Corte…) como víctimas todas ellas del drástico cambio de los vientos económicos.

Por eso hay que reconocer como se merece el trabajo sordo de otros muchos criadores de bravo que, con esfuerzo, inteligencia y sacrificios personales, han sabido resistir los embates de la crisis para llegar, sin rendirse, a estas alturas del siglo no sólo manteniendo la vigencia de sus productos sino que, y he ahí lo asombroso, los han subido además a un nivel superior de calidad en cuanto a juego y presentación.

Es en realidad en ese último aspecto, en el del seriedad y el volumen, donde está la clave de su resistencia, porque con ello han conseguido una mayor presencia en las plazas grandes, que es donde está la única y auténtica rentabilidad del "negocio" ganadero en estos momentos y no en los cosos menores, sujetos a la arbitrariedad empresarial y al azar de la taquilla.

Con más toros para plazas de primera y también buscando ingresos añadidos a sus explotaciones, ya sea con el turismo rural, con la socorrida venta -a muy buen precio, hay que decir- de toros para las calles de Levante o con la ayuda que también supone el alquiler de becerras para los aficionados prácticos, es como dichos ganaderos han podido mantenerse en números asequibles en medio de la precaria situación actual.

Ese es su gran mérito y su notable acierto, pues, a pesar de la constante e imparable subida de los costes de producción y del estancamiento de los precios del toro para las plazas, muchos siguen ofreciendo productos de primera que embisten incluso con mayor fondo de bravura que los de décadas anteriores, lo que es un hecho incontestable pese de la opinión de quienes siempre añoran lo que no vieron.

Y es que no todo iban a ser aspectos negativos por la reducción de vacas en el campo, ya que la travesía del desierto les obligó a una estricta selección de reproductores que supone que, hoy por hoy, en los cercados de bravo se haya quedado lo mejor de lo mejor de cada casa: esa afinada  muestra del patrimonio genético que explica los excelentes resultados que se vienen produciendo desde hace dos temporadas y, sobre todo, en el inicio de esta de 2017.

Con todo, sería deseable que, por responsabilidad y como un favor al futuro de la fiesta y de la ganadería de lidia, las figuras abrieran el cerrado coto de divisas que eligen para las ferias –precisamente, las que mejor han sorteado la crisis– y dejaran lugar, entre col y col, a encierros de otros hierros que, con mayores esfuerzos aún, también siguen trabajando y resistiendo con rigor sobre la base de una menor pero también selecta cantidad de reses.

Sí, ese es el auténtico milagro de estos años duros del toreo, el que cada día hacen los ganaderos de bravo españoles para mantener sus vacadas sin que ni la reducción de la oferta, como sería de esperar, les valga para poder subir el precio de sus corridas. Pero el caso es que sus toros siguen embistiendo cada vez más. Y ya si lo hacen también los mostrencos que acaban de llegar a los pamploneses corrales del Gas, habría que ir pensando en ponerles un monumento.


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