Había terminado la primera mitad del festejo y solo se había reseñado en los tres toros que tenían la fuerza justa y que tendieron a la sosería. Sin embargo, salió el cuarto toro -que fue ligeramente protestado por su escasa presencia- y con éste, Óscar San Román daría rienda suelta a la inspiración para estructurar una faena de regusto, de esas que transmiten al tendido la satisfacción del torero.
Desde el capote improvisó, aprovechando el fuelle del de Corlomé -su mayor virtud- y alternando verónicas y chicuelinas, para después del breve encuentro con el picador - solo se señaló el puyazo-, quitar por caleserinas.
Tras el inicio de la faena de muleta con un cambiado por la espalda, vendría una colección de muletazos largos por ambos lados, donde tras cada remate, salía el torero queretano transmitiendo satisfacción por lo realizado.
Hacia el final se dio el gusto de torear al natural del frente a pies juntos, así como dar una serie de lasernistas de rodillas que precedió a una estocada entera y desprendida que fue suficiente para que le fueran concedidas las dos orejas. En éste, quizás el mal juego de los tres toros anteriores impresionó a la autoridad para conceder un anecdótico arrastre lento.
Su primero se apagó pronto y lo más destacable fue el recibo a la verónica, que fue el único momento donde el toro repitió con mayor continuidad.
El mayor mérito de Fernando Ochoa fue sobreponerse a las condiciones de su lote y ser capaz de mantener el interés del tendido, y se vio recompensado cortando una oreja por turno. En ambas faenas el común denominador fue la voluntad, la comunicación con el tendido y los recursos para lograrla, además de estar certero con la espada, si bien la estocada al quinto fue más bien baja.
Quien se llevó el peor lote de la tarde fue Ignacio Garibay, ya que el que hizo tercero apenas iniciada la faena de muleta terminó por claudicar y caerse, más por su falta de raza que por la falta de fuerzas. A éste tuvieron que levantarlo para que pudiera Ignacio entrar a matar. Su segundo resultó soso y volteaba contrario, por lo que solo habría de porfiar para ser aplaudido.
Debido a una ligera llovizna que cayó antes del festejo, se decidió que cerrara plaza el rejoneador Horacio Casas, para asegurar que el serrín que se esparció en la arena absorbiera la humedad.
Al final la lidia del toro de rejones pasó sin pena ni gloria, primero debido a las condiciones del toro de José Julián Llaguno, que se distraía por completo, y por las dudas del caballero en plaza, que lo intentó, pero no logró remontar el ambiente. Lo destacado fue la buena pega de los Forcados de Juriquilla, que se llevaron los honores en éste séptimo de la función.