Desde el barrio: Una gesta de novilleros
Martes, 17 May 2016
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Cuando dentro de tres semanas llegue la hora de hacer balance de esta, hasta hora, decaída feria de San Isidro, la novillada de ayer deberá ser tenida en cuenta como uno de sus mayores hitos. Y no precisamente por el juego de los utreros, esa seria y dura mansada de El Montecillo, sino por la actitud heroica de tres chavales que demostraron ante ellos que, realmente, quieren ser toreros.
A la actuación de Filiberto, dentro de su aciago resultado, Luis David Adame y Juan de Castilla no hay otra manera de calificarla que como una auténtica gesta, porque ninguno de los tres se achantó ante el violento genio y el desconcertante, y hasta sospechoso, comportamiento de unos utreros que, en algunos casos, hubieran pasado por su trapío como auténticos toros en cualquiera de las corridas de la feria.
Para Adame fue a la vez, la gloria del triunfo y el dolor de la cornada, de las dos cornadas graves que le infirió el tercero, con el que dejó claro como el agua del río que está capacitado para tomar el liderato del escalafón de novilleros que acaban de dejar vacante los tres punteros que tomaron la alternativa el pasado fin de semana en el anfiteatro nimeño.
Tiene este nuevo Adame de la larga saga de toreros hidrocálidos el que ya parece un valor probado, más que nada por cómo se manejó ayer ante ese manso mentiroso que pareció "dejarse" en el inicio de la faena de muleta pero que descubrió su mal fondo en cuanto el mexicano se descuidó, para acabar de prenderle aparatosamente e inferirle esas dos heridas graves.
Pero ni antes ni después se amilanó el de Aguascalientes, que lo saludó con una apurada larga cambiada a portagayola, que galleó por armónicas tapatías y que le hizo un quite de chicuelinas pausadas y muy toreadas. Con clase, con temple siempre, como con la pañosa, con la que, atravesada la pierna izquierda por arriba y por abajo, continuó toreando con un corbatín anudado, aguantando firme y sin un síntoma de dolor o debilidad hasta pasear por todo el anillo la valiosa oreja que cobró tras una estocada fulminante.
Sus dos hermanos, Joselito el matador y Alejandro el becerrista, se emocionaron en una contrabarrera, conscientes más que nadie de la importancia de lo que acababa de hacer Luis David, que ya, desde ayer mismo, apunta muy alto para el futuro. Quién sabe si podrá volver a Las Ventas el próximo lunes, pero lo hecho ahí quedó, y le coloca en el centro de todas las expectativas.
Y también hay que hablar, y cantarlo como merece, del generoso esfuerzo del colombiano Juan de Castilla, que se quedó con cuatro novillos tras el percance de Adame y el del murciando Filiberto, quien se seccionó con la espada los tendones de la mano izquierda intentando matar a un manso de extrañas reacciones, tan pendiente de lo que pasaba a su alrededor como de arrollar, sin conseguirlo, al novillero que, impávido, siempre tuvo delante.
Fue así, pues, como el novillero de Medellín se encontró con la papeleta de estoquear cuatro auténticos mostrencos que, en mayor o menor medida, siempre amenazaron con quitárselo de en medio a base de coladas, frenazos y gañafones dirigidos a su cabeza. Aun así no dio el paisa un solo paso atrás, sino que se dio por entero al buen toreo, ya que, lejos de aplicar ratimagos defensivos, puso una plena sinceridad en todos los cites y a la hora de mover los vuelos de la muleta, con los que les robó pases de mucha pureza y mérito.
El esfuerzo de Juan de Castilla con la mansada fue épico, contemplado durante demasiado tiempo entre el silencio pastoril de una plaza decadente que ya no sabe reconocer los méritos de los toreros a primera vista. Aunque sean tan clamorosos. Pero ni eso hizo que se aburriera el colombiano, que si pecó de algo fue por exceso, por alargar de más las faenas en su ambicioso deseo de redondearlas y de calentar a un tendido frío que, aunque tarde, acabó por rendirse a las evidencias.
Por eso, más allá de otros triunfos sonoros y a favor de corriente, del arrojo envuelto entre efectos especiales y de las orejas de trámite, la gesta protagonizada por los novilleros de ayer fue una agria pero admirable antología de valor auténtico. Y debe quedar como ejemplo en estos tiempos de falsas apariencias y realidades paralelas.
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