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Tauromaquia: Una confirmación y una gesta

Lunes, 05 Oct 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de los lunes en La Jornada de Oriente

El domingo pasado, con José Tomás en el tendido de Las Ventas, fue la confirmación en Madrid del hidrocálido Fabián Barba. Un toro de los hermanos Fraile Mazas, "Madrilero" (485 kilos), fue el de la ceremonia, con Pérez Mota el padrino y de testigo Miguel Ángel Delgado. Cartel modesto, del que fue el tercer espada el mejor librado (doble saludo desde el tercio), pues cuando el mexicano, a la muerte de su segundo, asomó del burladero para saludar, sonaron algunos pitos. Aunque se le notara la inactividad, Fabián había estado torero y estoqueado a ley a los dos suyos, flojos y deslucidos como el resto del encierro salmantino. Este festejo no formaba parte de la Feria de Otoño, como tampoco la corrida del día 12, para la cual está anunciado el tijuanense Alejandro Amaya, váyase a saber a santo de qué.

Con Fabián Barba son 88 los mexicanos anunciados para confirmar o tomar alternativa en la capital de España, aunque para Adrián Romero la ceremonia no llegó a consumarse, herido al banderillear a "Farolero", de Alonso Moreno, con el que hubiera tomado el refrendo de manos de Francisco Ruiz Miguel (29-05-73). El primero fue Ponciano Díaz (17-10-1889), con un toro del Duque de Veragua cedido por Salvador Sánchez "Frascuelo" en presencia de Rafael Guerra "Guerrita". Desde luego, incluyo en la lista a Ernesto Pastor, mexicano nacido en Puerto Rico al que García Malla confirmó con un miura en el desaparecido coso de la Carretera de Aragón (30-05-20). Pastor perdería la vida allí mismo, por cornada de una res de Villagodio (05-06-21).

En hombros hasta la enfermería

Alberto López Simón no es torero que me inspire. Lo poco que de él había visto mostraba un estilo parado, sí, pero demasiado seco, enhilado y rígido, algo rápido y un tanto mecánico. Mucha decisión, temple aleatorio y escaso sentimiento. Aunque su alternativa data de hace tres años, ha sido la mayor revelación de la temporada española, y sus dos puertas grandes en Las Ventas efectiva solamente la de San Isidro, pues el 2 de mayo estaba en la enfermería le abrieron paso a un par de carteles de la madrileña feria de otoño, el primero de ellos su mano a mano del viernes 2 con Diego Urdiales. Latía el deseo del torero y su gente –compartido por el público de Madrid– de igualar la legendaria marca de César Rincón de cuatro salidas en hombros consecutivas en 1991. Con un toreo, eso sí, claramente comprometido con el clasicismo, belmontino en los cruces y antoñetista en el dar aire y distancia a los toros. López Simón está muy joven para pedirle tanto. Por ahora, su impronta es un estoicismo ejemplar. 

Tarde muy madrileña

Las Ventas es, desde luego, la primera plaza del mundo, la basílica mayor, la que da, quita y vuelve a dar y quitar. Pero a mí, su público me desconcierta. Oscila entre la sabiduría y el capricho; indiferente a lo que no le conmueve, empatiza de pronto porque sí o exhibe una no menos gratuita agresividad. El viernes, por ejemplo, le pitó a Urdiales una salida al tercio tras jugarse la vida con un mal pájaro del Puerto de San Lorenzo: imposible redondear nada con ese "Campanito", intocable por el izquierdo, que acometía a oleadas, vencido y achuchando; aun así, el riojano trazó un par de tandas derechistas de asolerado corte y mató entregándose, de estoconazo ligeramente contrario. No le hicieron ni caso. Con sus otros dos, antes y después, anduvo de trámite, en correspondencia con un lote insípido y manso.

De entrada, no se entiende bien que hacía El Puerto de San Lorenzo en el cartel estelar de la feria. Los seis dieron un juego bronco e indefinido, excepto por la mansedumbre que los hermanó. Y tenían peligro, el que emana de testas bien armadas y esa fuerza que los puyazos, entre un alud de derrotes, no alcanzan a restar. El cuarto fue devuelto por blandear, y con mayor razón debió serlo el sexto, dañado de una pata casi de salida, y que nada más desplegar la muleta López Simón se quebró la mano derecha en la irregular superficie venteña, dando lugar a las escenas lastimeras que son de imaginar.

Impertérrito 

Alberto López Simón, con todas sus deficiencias estilísticas, salió dispuesto a morir en la raya. No lo consiguió, por fortuna, pero su primero, en el parpadeo de un pase de pecho zurdo, le pegó una cornada que hubiera mandado a urgencias a cualquiera. Mas no a un torero en celo, que, con una herida dolorísima en el pubis obligó al doctor García Padrós a hacerle una cura superficial, anestesiarle la zona y permitirle que saliera a lidiar a los dos últimos toros, que, tal como estaba saliendo el encierro, bien poco prometían. Antes, en el que lo hirió, "Cubanoso" de nombre, había reiterado que lo suyo es quedarse quieto a palo seco y obligar a los astados con la muleta baja y el pulso firme.

Le había sacado varias tandas cortas, más meritorias que otra cosa, cuando el morlaco se le metió debajo y lo alzó violentamente por la entrepierna. Doblado por el dolor, el joven nacido en Barajas tardó en reponerse, pero volvió con absoluta convición a la cara del toro, demasiado listo a esas alturas, como se notó al intentar Alberto el toreo zurdo y en las manoletinas finales. El pinchazo previo a la estocada no impidió que la gente, que se había dado cuenta de todo, agitase los pañuelos hasta obligar al juez a concederle la oreja. Lo de menos era la faena; lo esencial, la conmovedora entrega del toreo, que, palidísimo pero muy serio, saludó mostrando el apéndice y enseguida se fue a la enfermería.

Remachar el clavo

El público vio reaparecer al diestro con un discreto vendaje sobre el azul rey de la taleguilla y la movilidad corporal visiblemente disminuida. De hecho, de la lidia, en esos toros quinto y sexto, se encargaría su cuadrilla, con acierto desigual. La que continuó idéntica a sí misma fue la entrega del torero, que logró fijar en su muleta a un burel huidizo y que estiraba el pitón izquierdo como si fuera de goma –"Caratuerta", negro, 531 kilos, y acto seguido empezó a correrle despaciosamente la derecha con la muñeca flexible, la mano baja y una economía de movimientos que encandiló al animal y, milagrosamente, lo hizo repetir sobre la tela, suave y mandonamente deslizada por un hombre que apenas podía girar para ligar los pases. 

Aquello era torear de verdad a un bovino que a cada remate amagaba con rajarse. Y que de hecho lo hizo, para acabar casi aculado en tablas, hasta donde llegó Alberto para cruzarse y provocarle las últimas embestidas, extraídas a regañadientes a fuerza de permanecer inmóvil soportando probonas miradas. Con la plaza sobrecogida de emoción y el torero jugándose el todo por el todo sin el menor titubeo. Incluso, cruzándose hacia los adentros, intentó el natural, una quimera con aquel marrajo.

Montó entonces la espada –terrenos cambiados, la puerta de toriles a la izquierda del bicho, incitó a "Caratuerta"… ¡y le metió toda la espada arriba, en la suerte de recibir! Salió el toro muerto de la muleta, se cimbró la plaza y, rengueante, López Simón paseó la oreja que le daba pasaporte a la puerta grande más meritoria del año. De nuevo, lo de menos fue la faena –su estructura, su limpieza, su ligazón, impensables con semejante bicharraco y lo de más la impasibilidad heroica de un torero que había consumado tal hazaña con una seria cornada en el cuerpo y su capacidad para reponer terreno reducida al mínimo. Y todavía permaneció en el ruedo para esperar al cierraplaza –ese "Bailador", fatalmente inutilizado, y descabellarlo certeramente. 


Éste lo había brindado al cantautor argentino Andrés Calamaro "en agradecimiento por cuanto quiere y apoya a nuestra Fiesta", y no pudo evitar el fervor de los que, todo lo cuidadosamente que podían, lo auparon sobre sus hombros para trasponer así la puerta grande de Las Ventas. No llegaron hasta la calle porque el diestro les pidió lo dejaran pasar a la enfermería, a la que accedió por su propio pie. Antes, declaró ante un micrófono, atajando el entusiasmo del entrevistador, "Valientes somos todos los toreros y yo no soy ninguna leyenda. Sólo respondo, toreando, a la necesidad interior de entregarme al toro, que es el animal más hermoso y digno de la creación".


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