Gabino y Abel
El domingo de agosto en que Marilyn Monroe se suicidó alternaban mano a mano en la México Gabino Aguilar y Abel Flores, triunfadores de la temporada chica de 1962. Gabino corta dos orejas por una gran faena. Abel vencerá en la disputa por la Oreja de Plata. Y ambos serán, al año siguiente, la mejor representación de la novillería mexicana en España. Gabino –que como El Ranchero había nacido en Piedras Negras, sin haber parentesco entre ambos– alcanzó triunfos resonantes en Sevilla y otros cosos del sur. Flores tomó su alternativa en la Maestranza (29.09.63, de manos de Diego Puerta), y Aguilar en Madrid, en corrida de Beneficencia y en presencia de El Cordobés (16-06-64). Dos valientes que de matadores torearon poco, tras dejar huella aquel verano del 62.
Villanueva y Ponce de León
Ya habían pasado por la gran cazuela, en plan de novilleros sensacionales pero sin alternantes que les hicieran sombra, Manolo Martínez (1965), Eloy Cavazos (66) y Curro Rivera (68), cuando en 1969 movieron fuerte la taquilla Miguel Villanueva –apizaquense de intuitiva finura –y, con una tauromaquia que aunaba garra y hondura, Raúl Ponce de León, sobrino del Ranchero Aguilar. Luego de varias tardes en abierta competencia, Ponce de León ganó el Estoque de Plata con un faenón, y ambos participaron en la siguiente temporada chica, antes de hacerse matadores por el norte en ese verano del 70. Les faltó, como a Gabino Aguilar y Abel Flores, la fortuna indispensable para descollar en la división de honor, copada por el trío Martínez-Cavazos-Rivera y sus protegidos, entre los cuales nunca se contaron.
En esos años 60 comparecieron en la México, y no hicieron mal papel, los norteamericanos Diego O´Bolger y Robert Ryan, que hoy es pintor y escritor taurino muy distinguido. Más logró impactar su paisano Richard Corey, triunfador con Adrián Romero del último verano de la década, el de 1970.
Fue precisamente por entonces que los hijos de toreros famosos empezaron a pulular. Por la México pasaron Caleserito –que despertó clamores con su arte finísimo pero pronto se vino abajo– y Chucho Solórzano, autor de una de las mejores faenas novilleriles vistas en la Monumental (a "Bellotero" de Santo Domingo, 18-10-64). Pero uno de ellos, Manolo Espinosa, el primogénito de Armillita, inauguraría la moda de viajar directamente a España para prepararse y debutar allá. Manolo Arruza siguió su ejemplo a principios de la década siguiente, y tras él Miguel Espinosa, como anuncio de lo que hoy es práctica común entre novilleros con apoyo económico, sean o no de dinastía. Uno de tantos efectos perversos del drástico achicamiento de las temporadas chicas.
Mariano y Rafaelillo
En la línea de un dominio intuitivo y seco sobre los astados, Mariano Ramos fue la gran revelación de 1971 en la Monumental. Podía con todos los novillos, les corría la mano con seguridad y temple sorprendentes en un joven de 19 años, y a menudo les cortaba las orejas. El contraste lo establecía Rafael Gil "Rafaelillo", hijo de novillero y dotado de un carisma natural para el toreo pinturero, con el que disputaba las palmas a Mariano y a prospectos tan interesantes como José Antonio Gaona –nieto del Califa– y Curro Leal. En la novillada por el Estoque de Plata –que se adjudicaría Mariano–, bordó Rafaelillo un verdadero faenón, malogrado con la espada. Ambos se doctoraron ese invierno, aunque el porvenir les reservaba trayectorias harto diferentes.
Hablando de novilleros de dinastía, en los 70 se presentaron en Insurgentes, gustando sin llegar a más, Fermín Espinosa Meléndez, Humberto Moro hijo (ambos en 1974) y David Silveti (1976); mayor vuelo tomarían, al año siguiente, Guillermo y Manuel Capetillo, en una temporada en la que descolló y se ganó la alternativa Jorge Gutiérrez, y en la que José Antonio Ramírez Ibarra "El Capitán" –otro hijo de Calesero– inmortalizó al indultado "Pelotero" de San Martín (09-09-77), histórica faena a la que, sin embargo, aquel enorme artista no consiguió agregar ninguna más, tal como ocurriera con Rafael Osorno tras su recordado faenón a "Mañico" de Matancillas en El Toreo de la Condesa (30.08.42).
El Pana, Majano y Pastor
Pero los mayores llenos y polémicas de la década del 70 los despertó un novillero ya veterano, curtido en las chonadas y novenarios del centro y sur de la república, que procedía de Tlaxcala y había pisado por primera vez la Monumental en calidad de espontáneo. Desde el primer momento, Rodolfo Rodríguez "El Pana" sacudió, apasionó y dividió a la afición: mientras los conocedores se inclinaban por las maneras clásicas de César Pastor o las templadas faenas izquierdistas del madrileño Ángel Majano, las masas se entregaron al expanadero de Apizaco, con su toreo osadamente original y frecuentemente retador.
Esa temporada de 1978, marcada por llenos, triunfos y emociones constantes, condujo a Rodolfo y a Ángel directamente a la alternativa, que ambos tomaron en la temporada grande inmediata, en tanto César marchaba a España. Ya lastraban a El Pana las secuelas del cornadón de un novillo de Almeya en su última comparecencia, que toreó vestido de chinaco, pero también sus constantes mofas y desafíos a las figuras que dominaban el tinglado. Y lo que en algún momento le sirvió para incrementar su popularidad, al pasar a las filas de los matadores se volvió en su contra cuando, previsiblemente, los mandones –y su prensa adicta– optaron por hacerle el vacío y cerrarle el paso.
Valente, Mejía y Belmont
Sin duda, el último gran ídolo novilleril de la México fue Valente Arellano, que llegó a la fiesta cuando ya las temporadas del doctor Gaona habían caído en un desorden indescifrable, y desaparecería como el meteoro que fue por culpa de un desdichado accidente vial que lo sorprendió con apenas 20 años (04.08.84).
Nacido en Torreón, Valente impuso su carisma, basado en la frescura de su estilo, la variedad de su toreo y un valor lindante en el estoicismo. Se presentó en la México el 28.09.82, y la expectación que había por conocerlo, producto de sus triunfos en provincia, quedó rebasada desde el primer momento. Ya ese día desorejó a un novillo fuerte y encastado de Rodrigo Tapia, y a poco le cortaba el rabo a "Pelotero” de Felipe González. Esa tarde (07-11-82) salió en hombros con Manolo Mejía y Ernesto Belmont, grandes animadores de una temporada tardía en la que Gaona dejaba pasar varios domingos sin toros, y al reanudar la serie, sin abandonar tales intermitencias, nos encontrábamos ya a las puertas del invierno. Mejía apuntaba un corte de torero bueno, sobrio y dominador, Belmont era un auténtico torbellino en el ruedo, pero Valente, erigido ya en ídolo con mayúsculas, coronaría su superioridad al repetirse la terna de moda y cobrar cuatro orejas de sus novillos de La Venta del Refugio (28-11-82).
A tanto llegó el fervor y la entrega del público que éste no le perdonó una mala tarde, última suya en el embudo de Insurgentes. En lo sucesivo, sin volver ya a la capital, sería perseguido por las cornadas, de modo que su alternativa se demoró casi dos años (Monterrey, 04-06-84, de manos de Eloy Cavazos), con la muerte pisándole los talones. Su desaparición supuso un golpe paralelo al de la atonía de la fiesta en la capital. Malos años fueron los 80, aun sin que sus irregulares temporadas chicas llegasen a la patética situación actual.