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Desde el barrio: Sevilla es la que pierde

Martes, 10 Mar 2015    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Qué gran oportunidad han vuelto a desaprovechar los cuñados Canorea y Valencia para hacer una feria de Sevilla, por lo menos, interesante. Y no sólo porque falten cinco –no olviden nunca al desterrado José Tomás– de las primeras figuras en su carteles, sino porque, una vez planteada su ausencia como un hecho irreversible, los herederos de Pagés bien podrían haber aprovechado para rematar unas combinaciones frescas y con una mínima visión de futuro.

Con un escalafón plagado de toreros punteros con más de quince y hasta de veinte años de alternativa, temporada a temporada se hace más urgente un relevo generacional que, precisamente, podía haber tenido su primera gran oportunidad en una Feria de Abril infinitamente más ilusionante que la ofertada, tan rutinaria y gris como la actitud de sus empresarios.

El mayor error de la casa Pagés en 2015, añadido al de la falta de acuerdos y al cantado maltrato a las figuras, es el de volver a incidir en los mismos nombres mil veces repetidos o hasta en franca decadencia, por mucho que para su contratación se alegue un pretendido tirón taquillero que, seamos realistas, la mayoría de ellos tiene ya más desgastado que la nariz de la esfinge de Guiza.

Probablemente, un abono salpicado de nombres nuevos y bien combinados, con los toreros que en realidad ilusionan a los aficionados y se han ganado en el ruedo estar presentes en la cita, provocaría una demanda mucho mayor que la que van a tener estos carteles con tan fuerte olor a rancio y a intereses baratos de taurinos mediocres.

Por mucho que haya tres alternativas en los carteles, a la feria de Abril de 2015 le falta imaginación y le sobran monotonía y desgana empresarial. Porque parece como si, una vez Manzanares se ofreció como "salvador" de los muebles de Pagés, su apoderado salmantino, Toño Matilla, se haya sentido con autoridad suficiente como para manejarla al aire de sus intereses y de sus fobias personales, entre la complacencia displicente de quienes no ven ni van más allá de las fronteras de la calle Adriano.

La impresión general que se desprende de todo este triste asunto es que a nadie dentro de la empresa ni de la propia Maestranza de Caballería le importan un bledo ni el futuro de la Fiesta ni la categoría del bello coso del Arenal, por mucho que los portavoces de la "sevillanía" se empeñen en buscar otros culpables del verdadero problema de fondo.

Reconozcamos de una vez que, contrastada su persistente actitud, no parece que los herederos de Pagés tengan muchas ganas de continuar al frente de la plaza, sino que más bien anden buscando una salida bien retribuida para poder seguir manteniendo sus caras aficiones cinegéticas y sus viajes a Amsterdam. Y, en ese sentido, podrían haber hecho del "cuanto peor, mejor" el mejor lema para conseguir sus intenciones.

Claro que para ello deben estar chocando contra el eterno muro maestrante, el de una corporación anclada en el siglo XIX que se lleva cómodamente el gran pedazo de la tarta sin ceder ni un ápice de sus privilegios heredados. Son también los maestrantes, que estarían resistiéndose a soltar la mosca de una indemnización multimillonaria por la rescisión del misterioso contrato, quienes en un pulso de malos pagadores también están haciendo que su joya arquitectónica cada vez tenga menos trascendencia en el toreo.

Por eso extraña –o quizá no tanto– que hasta la Cámara de Comercio local haya salido en defensa de la empresa y de los maestrantes, para acusar a las figuras de ir incluso contra la ciudad de Sevilla. Es cierto que, un año más, hasta la orilla del Guadalquivir no se desplazará el siempre generoso turismo taurino, y que los hoteles, restaurantes y bares del Baratillo y alrededores presentarán un aspecto tan desolador como el que ya tuvieron en la triste edición de 2014, pero en esta historia no todo es tan sencillo como para volcar la mierda en un solo contenedor.

El caso es que, entre la avaricia de unos y la torpeza de otros, pierde el toreo y pierde Sevilla, que sigue permitiéndose el estúpido lujo de que, un año más y entre el silencio cómplice de los palmeros, no pisen su incomparable escenario toreros tan incomparables como José Tomás y Morante de la Puebla. Claro que el de Galapagar, aquel al que Canorea mandó al Senegal, hace ya bastante tiempo que se adelantó a la jugada. Como en tantas otras cosas.


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