La profunda tranquilidad que reflejaba el rostro de José Antonio Morante, la pausa de los movimientos de su cuerpo nazareno y oro, su paciente atención a decenas de seguidores que alborotaban el patio de cuadrillas y el murmullo expectante que llegaba del graderío, anticipaban lo que una vez iniciada la corrida se viviría en la plaza de toros de Latacunga convertida en el santuario de la fiesta de los toros en el Ecuador en el que la tarde del 29 de noviembre el toreo brotó con una fuerza vital del capote y la muleta del torero de la Puebla del Río.
Una tarde de toros inolvidable, de aquellas de registro, memoria y legado es la que se escenificó en el recoleto redondel latacungueño en el que Morante de la Puebla edificó una impresionante faena pletórica de clase y torería expresadas en su genial tauromaquia, al dejar su alma en los vuelos de los engaños manejados con técnica magistral y desgarrada sensibilidad.
Esta fue la esencia de su labor en el quinto de la tarde, un gran toro de Huagrahuasi que tomó las telas con nobleza en medio centenar de largas embestidas convertidas en obra de arte de tonos rosa capotero al inicio, de roja tela más tarde y de oro de 24 quilates al final. La descripción del trasteo del sevillano debe pasar por el usual catastro de lances, momentos y pases, mencionar el parsimonioso toreo a la verónica y la variedad de muletazos por la derecha y al natural, sazonados por remates de trinchera, kikirikíes o voladores molinetes invertidos.
Sin embargo, más allá de las asombrosas formas, la labor del diestro se centró y se sostuvo en la profundidad y la hondura de una tarea de hermosa arquitectura y trascendente contenido. El torero engolosinado se excedió en el cara a cara creativo con su bravo oponente al punto que los pinchazos dejaron en calidad de anécdota la obtención de los máximos trofeos, que para el caso no eran necesarios luego de consumada la monumental faena.
La noche del tres de diciembre la afición de Quito se volcó en un homenaje de gala al torero por su significado en la fiesta de los toros, en el acto Morante descubrió, ahora con palabras, su forma de sentir y expresar el arte; frases memorables, hilo conductor de una velada irrepetible como el toreo que mostrara, otra vez, pocas horas más tarde.
Fue en el festival de la Virgen de la Esperanza de Triana que se celebró en la Plaza Belmonte en la línea del toreo clásico que ha caracterizado a este simpar espectáculo que logra conjuntar en una misma noche la emoción de la fe y el toreo del bueno atestiguado por un público estupendo y conocedor.
El genial lidiador continuó con su recital taurino en Ecuador al dibujar una desgarrada faena a un exigente novillo de Triana al que saludo con verónicas y la media marca de la casa, con la muleta sus muñecas prodigiosas marcaron el camino de la res en series sobre las dos manos que al final tomaron el camino del arrebato y fantasía en portentosas tandas de muletazos en redondo y preciosos remates de mano baja en un trasteo brillante que iluminó la noche de la mitad del mundo.
Los gritos de ¡torero torero! Repetidos a lo largo de sus actuaciones acompañaron la sonrisa, satisfacción y gozo vividos por el maestro al confesar de palabra y obra lo que lleva en el alma.