El fútbol es sin duda el espectáculo con mayor capacidad de convocatoria de espectadores, su gancho popular se reedita cada cuatro años a propósito de la realización del torneo mundial, acontecimiento que reúne en los estadios a decenas de miles de personas ansiosas por presenciar en directo los partidos, formando una masa de multicolor aspecto y pasión desmedida; en tanto que millones de seres humanos se apiñan frente a los televisores para seguir el minuto a minuto de los encuentros.
Países enteros encuentran en este deporte la ocasión para reconstituir su patriotismo, canalizar historias, reeditar conflictos y descargar presiones. El tejido social de importantes naciones se siente representado por una oncena de atletas que, a cualquier precio, debe llegar a la victoria.
Durante los treinta días de duración de la competencia el fútbol es el eje del comportamiento social y el elemento fundamental de los contenidos mediáticos e inclusive de la gestión y del discurso político. Sí, el balompié trasciende su carácter lúdico para convertirse poco menos que en un asunto de estado. Autoridades de uno y otro país asisten a los partidos procurando recaudar simpatías y compartir el siempre generoso palco de la poderosa FIFA.
La política entonces irrumpe en el juego para restablecer el "pan y circo" como herramienta de control social, agregando en este caso el elemento mercantil que ubica a este pasatiempo y a su órgano rector en la condición de una multimillonaria empresa transnacional.
El mundo ensimismado sigue los giros, rebotes y saltos de un globo de polímero de medio kilo de peso empujado por la habilidad de los futbolistas y por el sentimiento de sus connacionales. El mundial en curso sirve también para, de mano de la tecnología, acercar al máximo detalle anotaciones y jugadas, y con ellas, los gestos y el comportamiento de los protagonistas, que, en demasiadas ocasiones, llaman la atención por la agresividad que rebasa el carácter y el brío propios de la competencia, hasta alcanzar niveles injustificables de ira y rudeza o de ficción en el caso de las exageradas cabriolas a la hora de fingir una lesión. Violencia pura y dura colocada en antena en horarios de mayor sintonía para público de todas las edades.
Es triste, pero hay que decirlo, el globo terráqueo asiste a una puesta en escena con el dinero como telón de fondo y el "no money no play" como filosofía de quienes visten de corto y pisan el verde rectángulo.
Así las cosas, no dejan de impresionar los mensajes que subyacen en esta maravillosa práctica, hoy por hoy transmutada en una industria global que contamina y distorsiona los valores fundamentales del hombre y el deporte; dejando a un lado el credo del juego limpio que inútilmente se inscribe en todos los estadios.