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Desde el barrio: La alarma andaluza

Martes, 14 Ene 2014    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Mientras seguimos dándole vueltas al asunto de la Maestranza, ese al parecer firme veto de las cinco figuras a los empresarios de la plaza de Sevilla, la Andalucía taurina sigue dando señales de alarma a las que pocos atienden.

Porque es precisamente en el inmenso resto de esa comunidad, y muy al margen de los asuntos puntuales de la que sigue siendo rentabilísima plaza de la capital, donde está el verdadero problema, el que debería preocuparnos, el que obliga a los medios a poner tanta o más atención que a la movida sevillana. El que nos debería llevar a la reflexión y a la denuncia para atajar esta deriva hacia la nada.

Porque más allá de ese pulso de poder de la Maestranza, un "affaire" que afecta básicamente a los sectores privilegiados del toreo, está el de las bases, el de todas esas plazas de la geografía andaluza que han ido cerrando sus puertas a lo largo de estos años de crisis hasta reducir la, hasta no hace tanto, extensa temporada taurina en las siete provincias a unas decenas de festejos casi testimoniales.

Como señalaba hace unos días el amigo Javier García-Baquero en su blog ambitotoros, la Andalucía taurina está "reventada", habiendo pasado en unos años de ochenta a treinta corridas de toros en las plazas de primera y segunda categorías, por no hablar de la absoluta ruina de las de tercera.

Los de Osuna, Écija, Morón, Lucena, Aracena, Baza, Andújar, Estepona, Los Barrios… y otro buen puñado de cosos de la que se supone comunidad más taurina de España llevan cerrados o en infraexplotación desde hace varios años y, lo que es peor, no hay visos ni a medio plazo de que vuelvan a recobrar el particular esplendor de los tiempos de las vacas gordas.

Sin apenas novilladas picadas en la última temporada –no tenemos los datos exactos, pero García-Baquero habla de nueve o diez fuera de Sevilla el panorama del toreo de base en Andalucía es tétrico. Y más aún si tenemos en cuenta los últimos datos, las últimas noticias que hablan elocuentemente de la total falta de consciencia en los centro de decisión acerca de esta perentoria situación,  por no hablar de la ausencia absoluta de planes o medidas necesarios para solucionarla.

Basta con ver, sin ir más lejos, el pliego que acaba de redactar el ayuntamiento de El Puerto de Santa María, que sigue primando los intereses particulares no de la ciudad sino de los miembros del consistorio, pues pretende que sea el sector taurino –todo el sector, todos sus estamentos- quienes les paguen el lujoso mantenimiento del llamado Coso Real.

No parece, pues, que en el ayuntamiento de El Puerto haya nadie con dos dedos de frente que entienda que un buen funcionamiento de esa plaza con tan tremendo potencial –y con aforo suficiente como para tener precios tan baratos como los de Las ventas redundaría muy generosamente en beneficio de la propia ciudad, sin necesidad de ahuyentar a las empresas o de atraer a golfos e incumplidores.

Pero es que tampoco parece que la mayoría de las propiedades privadas de las plazas andaluzas hayan caído en la cuenta de que, para que sus cosos puedan ser rentables en un futuro, deben facilitar en este duro presente el trabajo de quienes las pueden levantar.

En ese sentido sigue siendo significativo el caso de la plaza de Jaén, cuya sociedad propietaria sigue empeñada en maltratar y explotar, como acaba de suceder con Juan Bajo, a los gestores de buena fe que han intentado ayudar en los últimos treinta años a ese coso de la Alameda no tan difícil por su público como por la falta de miras de quienes no ven más allá de su bolsillo, ese que, pronto encontrarán absolutamente vacío.

Y más o menos así andan también las cosas en Córdoba –un caso de ceguera que ya parece crónica, en Granada, en Algeciras… donde aún no ha cundido el ejemplo de los políticos de Málaga, que el año pasado –a costa del batacazo de los Chopera parecieron reaccionar a tiempo para evitar la debacle a la que su errática filosofía abocaba a La Malagueta.

En Andalucía, igual que en otras regiones españolas, no están haciendo falta antitaurinos, como en Cataluña, para que se cierren plazas de toros. Pero es desde dentro del negocio, y sobre todo desde las propiedades públicas y privadas, donde algunos que presumen de taurinos se han bastado por sí solos para hacer casi inviable el desarrollo del espectáculo.

Y eso en una comunidad en la que, demasiado confiados, demasiado ilusos, todos damos por hecho que el futuro está asegurado. Y, mientras tanto, los hay que siguen erre que erre con el tema de la Maestranza, entretenidos con las musarañas de que si Bailleres, que si Canorea…


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