Tauromaquia: Dos ganaderías y dos toreros
Lunes, 13 Ene 2014
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Hemos dicho, a propósito de los insulsos carteles pre y post navideños en la México, que prescindir voluntariamente de las figuras en el período Guadalupe-Reyes, como lo hace la empresa de la capital, no tendría que traducirse en mezclar toreros interesantes con diestros sin ningún atractivo ni futuro, para echarles ganado que nadie más aceptaría torear. Aunque este último punto merece una explicación adicional.
En efecto, no hay, entre los espadas “que se cotizan”, quien acceda a anunciarse con ciertos hierros que, a priori, les resultan poco apetecibles, más que por antecedentes de flojedad o mansedumbre, por la sospecha de que pudieran disponer de la casta y fuerza a que tan alérgicas son figuras y figurines, sobre todo los foráneos. Éstos, especialmente, no hay forma de que acepten ponerse delante de un astado distinto del que este columnista ha denominado post-toro de lidia mexicano, ese tipo de res que antes salía esporádicamente y hoy se corresponde con la pura y gris normalidad: anovillado las más de las veces, regordete en vez de musculoso, incapaz de soportar un puyazo en forma sin venirse abajo, sin asomo de codicia ni fuerza ni casta; ese bovino que pasa cansinamente delante de los engaños pero es incapaz de embestir con brío; reses aptas, si antes no han rodado lastimosamente por la arena, para engatusar villamelones con interminables exhibiciones de encimismo, pero no para ligar las treinta o cuarenta embestidas propias del toro de lidia entero y cabal. Ése que salía habitualmente en México y que tiende a desaparecer, escamoteado por apoderados, ganaderos y empresas.
Y como no hay mal que por bien no venga, ahí radica, precisamente, la gracia de las cinco semanas de referencia: en la posibilidad de que, a favor del escaso poder en los despachos de quienes torean poco y barato, el toro auténtico asome –¡por fin!– por la puerta de chiqueros, y la gran cazuela recupere el aroma y el sabor del guiso taurino clásico. Como el que trajeran los encierros tlaxcaltecas de Rancho Seco y De Haro corridos en la monumental los dos domingos finales de 2013.
Rancho Seco: simplemente toros
Ni se comían a nadie ni impresionaron por trapío –corrida correctamente presentada, sin más–; tampoco alardeaban de fuerza o fiereza inusuales. Todos fueron al caballo y se dejaron pegar en la "univara" de rigor. Los enfrentó una terna con más voluntad que sitio, por eso le gente tomó decidido partido por el excelente tercero, al que Angelino de Arriaga muleteó fuera de cacho casi siempre y alternando muletazos de limpio trazo con otros enganchados. Sobró pose y faltó plan en la faena, ni de lejos lo que "Regocijo" merecía. Por eso se le arrastró bajo una ovación, que contrastó con el silencio que acompañó al matador.
Pero aún mejor resultó “Agasajo”, jugado en el lugar de honor para contento de Eduardo Gallo, que ya había desorejado al noble segundo –"Redentor"– y tan a gusto anduvo con este quinto que lo pasó de faena, tuvo dificultades para pasaportarlo y, cuando se lanzó a dar la vuelta al ruedo, encontró opiniones muy divididas. Fue "Agasajo" un toro que repitió con clase, tuvo duración y debió irse sin orejas al destazadero. El salmantino Gallo, por su parte, aunque alargó innecesariamente ambas faenas –el prurito encimista, nuevamente– evidenció disposición, sitio y condiciones de temple y mando suficientes para justificar la oportunidad. Lo contrario de Israel Téllez, que se encontró con el lote flojo y anduvo desconcertado y sin plan.
La nota dolorosa de la tarde estuvo representada por la cornada –grande, aunque sin lesionar vasos importantes—sufrida por el banderillero Juan Ramón Saldaña, a quien también luxó un tobillo el cierraplaza "Pastorcito", que no llegaba a la media tonelada pero, sin ser especialmente bravo, tuvo la enjundia y el peligro exigibles a cualquier toro de lidia digno de ese nombre.
De Haro pone la muestra
El domingo 29 –aniversario luctuoso número 73 de Alberto Balderas–, De Haro envió de ejemplar presentación y seca bravura. Pero también d emuchísima clase y alegría en el formidable "Camorrista", obsequiado por Pepe López, quien hizo un honesto y torero esfuerzo por ponerse a su altura. Con más corridas dentro, sin duda lo habría conseguido. Aun así, su trasteo derechista consiguió retener al público –se trató del inevitable toro de regalo y el frío ya se dejaba sentir con fuerza– y a ratos incluso entusiasmarlo. Y la estocada, buena, dio paso a una oreja que debió saberle a gloria al capitalino, tras andar a la deriva con un lote, del que sobresalió el quinto, "Alarico", que sin gran clase tuvo casta para ir a más, al contrario del espada, avisado dos veces.
Magnífico fue también "Gonzalero", el segundo, el toro cuya boyantía, no exenta de picante, pondría a flote la asolerada torería de Federico Pizarro, que le cuajó larga y emotiva faena, salpicada de momentos bellos y premiada con una oreja de ley. Una salva de aplausos premió al cárdeno atigrado de 530 kilos que Antonio de Haro crió en sus potreros tlaxcaltecas. Y hubo arrastre lento para los restos de "Camorrista", el séptimo, desorejado por Pepe López.
Antes había abierto plaza un "Volcánico" con mucho que torear. Precioso berrendo en cárdeno, Ricardo Rivera, confirmante colombiano, lo veroniqueó sabrosamente –superior la media del remate– y no empezó mal el muleteo, pero el de De Haro no era fácil de dominar y pronto desarrolló sentido, desarbolando la faena del caleño, cuyo desconcierto fue notorio. Pecharía luego con "Monosilábico", el menor del encierro, incluso por calidad y empuje, y que terminó distraído, y regaló un octavo, "Mal pensado" de nombre, que tuvo cierta clase pero muy poca duración, por lo que el emocionante inicio de faena de Rivera –doble péndulo en los medios de gran aguante– terminó por diluirse entre las sombras de la noche.
Pero para muestra había quedado ya el gran juego dado por "Gonzalero" y "Camorrista", así como la ejemplar presentación y buena pelea en varas del encastado encierro.
Pizarro, solera de la buena
Alguna vez, Federico Pizarro hizo concebir esperanzas firmes de que cuajaría en figura. Por los motivos que sea, esa posibilidad se fue difuminando poco a poco, entre indecisiones del diestro y falta de oportunidades reales. La planta de torero, el sello personal –una especie de finura exenta de alardes– estaban ahí, pero nunca cuajaron en el gran torero presentido. Ni siquiera en una faena redonda que mantuviera encendida la llama encendida con aquel "Consentido" de Xajay, al que le había cortado el rabo (26.03-95).
Desde entonces, nunca volvió Pizarro a cuajar un toro en la México hasta este "Gonzalero". Con la ventaja de un sabor torero acrecentado con los años, que le llegó al público como nunca, obre todo cuando, con la muleta en la zurda, dio Federico naturales mejore aún que lo que integraron el núcleo duro de su gran faena a "Consentido".
En una época de trofeo fáciles, la oreja del espléndido cárdeno de De Haro debe ser la mejor cortada y otorgada en años de insustanciales regueros de apéndice regalado en la Monumental. Y el aroma emanado del toreo de Federico Pizarro, de los más vigorosos aspirados allí en años.
Jerónimo o el sentimiento
Si lo que Pizarro hace a los toros huele y sabe a torero, la tauromaquia de Jerónimo comunica y llena la plaza de un sentimiento inasible e inefable. El poblano tuvo delante no un lote encastado como lo de Rancho Seco o De Haro, sino un par de burros con cuernos como los que suele enviar Carranco. Noblote, eso sí, pero el "Perdiguero" cuya oreja cobró sólo admitía ir desgranando los pases uno a uno, sin la emoción del mando sobre la casta ni solución de continuidad. Jerónimo anduvo tranquilo, más centrado y seguro de lo que solía y haciéndonos saborear su toreo de siempre: largo, templado y absolutamente amexicanado, personalísimo. Faena de detalles, la única que "Perdiguero" permitía, pero detalles de oro, capaces de integrar un conjunto de orfebrería cara. Desde la revolera trunca de tan lenta que cerró los ahondados lances de recibo hasta la deletreada estocada, seguramente el volapié más limpio y lento en mucho tiempo. Hubo derechazos larguísimos, algún perfumado trincherazo y, sobre todo, un par de naturales que fueron dos pinturas con vocación de eternidad.
Como Pizarro, Jerónimo paseó, jubiloso, una oreja que sabía más a reencuentro que a culminación. Y que ojalá sea promesa de logros mayores. O cuando menos similares. Toreros así, de tanto sello, de semejante clase, cuánta falta nos están haciendo para proyectar la fiesta a las alturas que merece.
Y Mario Aguilar
Si Eduardo Gallo y Pepe López, sobre todo el salmantino, habían aprovechado con creces la oportunidad, las sensaciones más hondas, tras la resurrección de Pizarro y Jerónimo, emanaron sin duda de la muleta y la expresiva clase torera de Mario Aguilar. Aparentemente dejado en la cuneta por los jóvenes diestros de su generación en tauromagia, el hidrocálido se reencontró con su yo más profundo a favor de las ideales condiciones del único de Carranco que aunó en su embestida nobleza y alegría, un "Andasolo" que, si bien desmereció en trapío –fue recibido con pitos– iba a permitirle a Mario bordar una faena de mucho empaque, limpio trazo y cumplida ligazón. Algo la perdió hacia el final por exceso de ganas o falta de sitio –sobraron dos tandas que descompusieron el cuadro–, y el triunfo acabó de diluirse cuando a la defectuosa estocada le siguieron fallidos intentos de descabello. Pero ahí quedan los tersos y personales naturales de Mario. Y un trincherazo zurdo monumental.
De modo que, pese a las flojas entradas, mal puede hablarse de tiempo perdido –tiempo invertido y tiempo taurino– en estos domingos de finales y principios de año que la empresa destina a cubrir el expediente y deshacerse de compromisos menores.
Falta ver si en el futuro hace justicia a los legítimos triunfadores.
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