En algún otro lugar de este mismo sitio había señalado que
Jesús Solórzano Pesado pertenece a una generación de toreros que bien pueden ser considerados los "hidalgos" –"hijos de algo"– de la torería mexicana. Su padre, lo decía la pasada semana, es una de las columnas fundamentales de nuestra "Edad de Oro" y él sin duda es uno de los fundamentales en lo que, con todo el compromiso que implica
–Benjamín Flores Hernández dixit– me atrevo a calificar como nuestra "Edad Moderna". Su decisión de hacerse torero, se la contó así a
Carmelita Madrazo:"Me hice torero porque comprendí que lo más bello de la vida era torear un toro como mi padre lo había hecho. Desde niño supe ponerme un traje de luces y jugaba a los toros con
José Escutia, quien entonces era el chofer de mi abuela. Mi padre jamás me obligó o entusiasmó a que yo fuera torero. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo que el día que le dije que quería ser torero, puso el grito en el cielo, diciéndome que estaba totalmente loco. Se lo dije enfrente de
Carlos Arruza, y los dos me dijeron horrores. Pero yo estoy completamente convencido, que en el fondo de sus corazones a los dos les fascinó la idea…"
El contexto de los hechosCreo que no incurro en ninguna exageración si afirmo que la temporada 197-74 marcó la historia de la Plaza México con tres grandes hitos: La gravísima cornada que "Borrachón" de
San Mateo infirió a
Manolo Martínez y que le hizo ingresar clínicamente muerto a la enfermería; la triunfal despedida de los ruedos de
Luis Procuna y la gran faena que el 13 de enero de 1974 realizara
Jesús Solórzano al toro "Fedayín" de
Torrecilla, en tarde en la que alternaba con
Eloy Cavazos y
Mariano Ramos.La historia de las plazas de toros se escribe a partir de los hechos que los toreros escriben frente a los toros sobre su arena. Algunos serán gloriosos, otros estarán firmados con sangre, muchos más tendrán tintes épicos, pero todos ellos construirán la trama de una relación viva que a través del tiempo dejará constancia de que son escenarios vivos, órganos de la comunidad en la que están enclavados y para la que en una armonía bien entendida, son puntos necesarios de confluencia y de convivencia.
Jesús Solórzano y "Fedayín"Algunas informaciones de prensa de la época, sugieren que se tenían dificultades para cerrar el cartel del 13 de enero de 1974, sexta corrida de la temporada. Creo importante señalar que en esos días la ganadería de Torrecilla era una de las que los diestros más importantes se disputaban para lidiar sus toros y en consecuencia, sus encierros, en la Plaza México, eran los que las figuras mataban. Al parecer iban "fijos"
Eloy Cavazos y
Mariano Ramos, pero el "tercero en discordia" era la complicación. Al final, la empresa (Diversiones y Espectáculos Taurinos de México, conocida como DEMSA por sus siglas) se decidió por contratar a
Jesús Solórzano, que iría como segundo espada.
Ya arrancado el festejo, la corrida no dejó mal la fama de su divisa, aunque la falta de fuerza de los toros no permitió el lucimiento de los toreros ante la mayoría de ella. Y es que en ese año de 1974 el campo mexicano estaba convulso, agitado por una nueva implementación de la legislación agraria que regía en esos años, que afectó grandemente a la crianza del toro de lidia, lo que en ese tiempo y en el venidero, tendría consecuencias que aún no han sido debidamente justipreciadas.
El quinto toro de esa tarde fue llamado "Fedayín" –al socaire de las circunstancias políticas internacionales del momento– y le tocó en suerte a
Jesús Solórzano, quien ante él escribiría uno de los capítulos más trascendentes de su historia personal y de la historia de la Plaza México.
Recurro primeramente al testimonio de
Carlos León, quien en su sección titulada "Cartas Boca Arriba", publicada en el desaparecido diario "Novedades" de la Ciudad de México –14 de enero de 1974–, dirigía en forma epistolar, a algún destacado personaje de la vida nacional o internacional, la crónica de la corrida en un tono a veces jocundo y casi siempre mordaz:
"Con Chucho
Superstar renació el toreo estelar: Dos orejas
Sr. Don
Lucas LizaurEl Borceguí
Bolívar 27
México 1, D.F.
En la Plaza México, el domingo 13 de enero de 1974.
Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser El Ceniciento de la tarde; un simple "arrimado", marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande. Pero resultó que el "arrimado" salió a arrimarse, que es, si no lo primordial, sí indispensable para pisar fuerte. Pues, como tu bien sabes, esto del oficio del toreo es como un remendón poniendo medias suelas: Unos le dan al clavo y otros se destrozan los dedos… ¿Qué fue lo que hizo
Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta "Escuela Mexicana del Toreo", retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Por supuesto que, en esto del toreo, como en el bien calzar, cada quien necesita un ejemplar "a su medida". Ni chicos que le aprieten, ni otros que le vengan grandes, para que el asunto camine. Ni duros, como los de anca de potro, a los que hay que amansar, pues normalmente, entre la torería moderna, se sienten más a gusto con los que ya vienen amansados… Pero
Chucho, a la inversa del popular
slogan, es un joven con ideas antiguas, con la añeja solera de su padre, el
Rey del Temple. Si bien con el capote anduvo desdibujado –lo estuvieron todos–, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de "las de ayer", un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron "Fedayín", nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo…"
La crónica de
Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena de
Jesús Solórzano a "Fedayín", la pureza en su trazo y en los procedimientos que utilizó y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista, al describirla, la señala como una “faena de las de ayer”.
En esta ocasión la unanimidad de los cronistas fue notable. Don
Antonio García Castillo "Jarameño", titular de la sección taurina del diario deportivo "Ovaciones", también de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:
"Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de
Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos –suficiencia y torerismo– en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, "El estilo del hombre". Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios...".
Menos ditirámbica que la de Carlos León, la relación de Jarameño deja en claro que la obra realizada por Jesús Solórzano ante "Fedayín" no era cosa de cualquier domingo, sino una faena de esas que se recordarían por siempre.
Cinco años después del hito, en el programa de televisión del canal 11 de la Capital de la República, "Toros y Toreros" que en ese entonces (enero de 1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo "Arenero", se proyectó la filmación de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente:
"Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: "o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…", me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico, se inspira por ejemplo en Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez, Paco Muñoz… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…"
Como se aprecia, en esas fechas, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distingue, creo que sin petulancia, el valor de su obra ante "Fedayín", y establece las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo "moderno". No se muestra refractario a lo que algunos han dado en llamar la "evolución del toreo", pero sí deja bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.
La leyenda de
Jesús Solórzano Pesado no se constriñe solamente a "Fedayín". Los capítulos de su historia en la Plaza México llevan entre otros, nombres como "Bellotero", "Pirulí", "Sardinero" o "Billetero", y aunque el epílogo pareció escribirse en ese ruedo el 8 de marzo de 1992 con un toro de nombre "Joronguito", de vez en cuando se calza la guayabera y la calzona para dejar en los ruedos lecciones de una torería que no se debe perder.
Concluyo con esta reflexión que sobre el torero hace
Leonardo Páez:"Estilista, entendido no sólo como el torero de refinado estilo sino, más ampliamente, como el diestro poseedor de un estilo acentuado, interesante, distinto, capaz de provocar en las masas la necesidad de acudir a verlo cada vez que es anunciado…"
En este día se cumplen cuarenta años de esta gran obra de
Jesús Solórzano, misma que resulta ser una de las faenas que podemos considerar "de culto" y verdaderamente trascendentes en las ya casi siete décadas de existencia de la plaza de toros más grande del mundo.