Banners
Banners

Tauromaquia: La tarde perfecta

Lunes, 06 Ene 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El título completo del libro es "La tarde perfecta de José Tomás" y acaba de ser presentado en México el mes pasado. Escrito por el empresario y apoderado francés Simón Casas, se le supondría pensado para recrear la famosa corrida del 16 de septiembre de 2012 en Nimes, en la que José Tomás se encerró con seis toros de distintos hierros y obtuvo un triunfo memorable. Es así, pero sólo parcialmente.
Concebido en tres partes bien diferenciadas o tres tiempos, como los llama el autor– en realidad es una especie de larga carta personal dirigida a Alain Montcouquiol, con quien Bernard Simon Bomb (es decir, "Simón Casas") compartió el sueño de ser torero, primero en su natal Nimes y, antes de que cumplieran ambos los veinte años, en la mismísima capital de España. Con escasa fortuna en apariencia, pero arando sin desmayo para sembrar la semilla del moderno toreo francés, hoy tan en boga.

Prologuista de la obra es el muy original y celebrado músico argentino Andrés Calamaro, ferviente taurófilo, para escozor de los que propalan que la fiesta de toros es hija bastarda de la barbarie hispana, y reflejo de la incultura y atraso de unos cuantos pueblos más.

Homenaje a la Francia taurina

Si el hilo conductor de La Tarde perfecta es, efectivamente, un relato de la referida corrida de 2012 en las Arenas de Nimes –no existe en el mundo un anfiteatro romano mejor adaptado al toreo, hay una larga elipsis –todo el segundo tiempo– eservada a la reconstrucción sentimental del impulso inicial de los primeros toreros franceses de la era moderna, encabezados de algún modo por la pareja Casas-Montcouquiol. Una historia poco conocida, sin la cual sería inimaginable el auge posterior de la tauromaquia gala, tanto en la arena, vestida de luces, como en los  tendidos de sus plazas, a menudo repletos, y en la abundante y valiosa literatura que la ha acompañado.

Franceses y polacos

En un siglo, sólo hubo cuatro matadores franceses, cuyas modestas carreras no habían aportado ningún brío a la historia del arte taurino. En mi época (años 60s) ser torero y ser francés también podía ser síntoma de una forma de demencia… (Simon y Alain) nos estábamos condenando, sin saberlo, a un caos de identidad que nunca dejó de pesarnos… (pp 52-53).

No exagera el autor. Cuenta incluso que cuando se acercaron al empresario de Saint-Sever, en Las Landas, para solicitarle una oportunidad, su respuesta fue: "mientras yo viva, ningún torero francés pisará mi ruedo…" En semanas subsecuentes, semejante afrenta le costó al buen hombre una invasión de veintitantos espontáneos en sus novilladas, entre otros Frédéric Pascal, Jacques Brunet "Jaquito", Lucien Orlewski "Chinito de Francia" (el primer francés que salió en hombros de Las Ventas), Simon y Alain, por supuesto, y además Christian, hermano del segundo, que por entonces aún no se llamaba Nimeño II. ¡Cinco de nosotros tomamos la alternativa!... Y sin embargo, por nuestras venas no corría sangre española… la de Chinito era medio vietnamita, medio polaca. Polaca… al igual que la de Sebastian Castella… o la mía, mezcla sefardí-turco-polaca (un día deberíamos preguntarnos de verdad por qué corre tanta sangre polaca por las venas de los toreros franceses) (p. 67).

Nimeño II… y su hermano Alain

Figura en ese segundo tiempo este emocionado recuerdo del infortunado Nimeño II: Sórdidamente enganchado por un miura en Arlés, Christian cayó de cabeza después de que su cuerpo, desarticulado como el de un títere, volara más de dos metros… (cuando) llevamos a Christian a la enfermería estaba inánime y con los ojos en blanco… José Luis (Segura, su apoderado) me dijo, con voz sollozante, que le habían practicado una traqueotomía, que el cuerpo de Christian ya no respondía, que las vértebras cervicales estaban afectadas, que un helicóptero lo llevaría a Marsella… Llovía a cántaros. En el hall del hospital, Alain (el primer Nimeño, hermano del herido) aguardaba con dos o tres íntimos. Se dirigió a mí. Lo llevé al parking. Nos sentamos en mi coche como si estuviéramos a punto de hacer un largo viaje, pero el coche no arrancó. La lluvia golpeaba en ráfagas ruidosas ¿Qué nos dijimos? Poca cosa, quizá nada… (pp 72-73).

Pocos años de inmovilidad tetrapléjica después, Christian fue sepultado como un héroe en la catedral de Nimes. Durante el oficio sonó una de sus rancheras preferidas: "con dinero y sin dinero… sigo siendo el rey…" Sí, con su muerte, este ni-moi (natural de Nimes, en francés) se convirtió en rey. Desde la Roma antigua, ¿habrá tenido Nimes un héroe más mítico? (p. 73).


¿Qué fue de Nimeño I?


Alain Montcouquiol no quiso siquiera tomar la alternativa (sí lo hizo Casas, su compañero de andanzas madrileñas, aunque el mismo 17 de mayo de 1975, en cuanto se despojó del terno negro y oro con que recibiera la investidura, se dio por bien servido y definitivamente retirado). No obstante, Simón le rinde este tributo fraterno: tenía todas las cualidades para convertirse en un gran torero: fuerte personalidad, técnica segura, repertorio variado, pasión. Alain sigue siendo para mí el “torero francés desconocido” que iluminó la carrera de los matadores que nos sucedieron. (p 113).


Dos cafés, dos épocas


En Madrid, a los dos francesitos les gustaba merodear el Café Gijón, frecuentado más por gente de la cultura que del toro. Para poder comer, Simon y Alain, seguros de su apostura, andaban a la caza de cocteles e inauguraciones, donde nunca faltan ni los bocadillos ni el buen vino, y a los que procuraban colarse vistiendo sus mejores trapitos y colgada del brazo alguna chica de trapío apantallador. No llegaron a torear seriamente, fuera de algunas capeas y esporádicos tentaderos donde quizás les dejaran echar capa.

Todo esto recordaba Simón Casas en el Dolce Café de Nimes, hojeando su agenda de 1965, rescatada de alguna caja polvorienta. Y mientras hacía los últimos ajustes a las cuentas de la ya inminente encerrona de José Tomás. Con más cuidado que nunca, pues su acuerdo con Salvador Boix, el músico catalán de jazz que apodera al diestro, señalaba que Casas no perdería ni un euro, pero todas las utilidades serían para José Tomás. Ése fue el trato. Lo tomas o lo dejas, le había dicho Boix.

Para dar fe de la clase compromiso que contrae el torero de Galapagar las pocas veces que se viste de luces –apenas tres en 2012, ninguna en 2013, en el artículo 7 de sus contratos se lee: "Equipo médico obligado, además del de reglamento: un cirujano torácico, un cirujano vascular y cuatro bolsas de sangre A negativo…" (p. 30).

El indulto de "Ingrato"

El toro de Juan Pedro Domecq, quinto de la mañana nimeña (la corrida se celebró a mediodía, lo cual no es inusual en Francia), saltó de salida al callejón, como lo hacen los mansos que quieren huir. Lo hizo justo contra el burladero de los médicos de plaza y: Su impulso fue tal que alcanzó con el cuerno el antebrazo de un cirujano, que quedó estupefacto al resultar, por primera vez, el improbable herido. Se abrió una puerta para que Ingrato volviera al ruedo. Entonces se encontró a José Tomás, quien, sin el menor gesto de duda, lo recibió en los pliegues de su capa sujetándola únicamente con la mano derecha, cosa que nunca se hace, y enlazando los pases como si toreara por derechazos. Ingrato embestía una y otra vez con una suavidad poco habitual en ese momento de la lidia… Entonces, José Tomás creó un repertorio teniendo por instrumento su capa de seda. Hizo florecer ante nuestros ojos pases raros con los enlaces más insólitos: caleserinas, fregolinas, serpentinas, tapatías, rancheras… ¡Pases recogidos en ramos como si fueran flores!... una sobredosis de belleza…

Así se desarrolló la faena: nos transportaba de sorpresa en sorpresa, nos bamboleaba en un torrente de emociones, nos proyectaba a un universo nunca imaginado. Llegó el momento en que el torero debería haber levantado la espada para entrar a matar. Se alzó una voz ¡Indulto! Después cien, después mil: ¡Indulto! ¡Indulto!... Los puristas protestaban… ¡No entendían que también "Ingrato" era un artista! ¡Un poeta en cuatro patas, cuya alma animal había evolucionado por la gracia de José Tomás, y que, en estos casos, la gracia se debe compartir! (pp 98-99).

El otro toro "Navegante"

El 24 de abril de 2010, en Aguascalientes, "Navegante", de De Santiago, a punto estuvo de acabar con la vida de José Tomás. En Nimes, el 16 de septiembre de 2012, cerraba plaza otro "Navegante" que, a contrapelo con la nobleza del resto de la corrida, resultó lleno de vicios y no se dejó engañar… el objetivo del torero era ganar, pase a pase, algunos centímetros de terreno, hasta pegar sus muslos a la punta de los cuernos de un animal obligado a rendirse poco a poco a un hombre que solamente utilizaba su valor para reducir a la nada su salvajería aparentemente indomable, consiguiendo de ese modo cortar otra oreja de un toro que no ofrecía ninguna posibilidad de triunfo… José Tomás cortó en total once orejas y un rabo. (pp 109-110).


Reflexión final

La actuación de José Tomás en la plaza de Nimes el 16 de septiembre de 2012 ha pasado ya a la historia de la corrida. Lo propio de las obras maestras es dinamizar la reflexión, iluminar la memoria, ofrecer al espíritu una mayor percepción y marcar con su sello el paso del tiempo. Esta corrida tuvo para mí ese efecto revelador, y lo mismo les ocurrió a los demás espectadores… (p. 20). José Tomás fundió los corazones en una unidad sagrada, porque sólo lo sagrado puede imponer a miles de personas tan dichosa unidad. Así, los ruedos son templos donde el sacrificio del toro no se hace en vano y su muerte no es cruel. Desde la Antigüedad, ese sacrificio es mítico: la muerte del toro da sentido a la vida de los hombres… La dramaturgia de la tauromaquia se alimenta a la vez de belleza, de poesía y de preceptos condenados. (p. 120).

Cuando mi mirada se cruzó con la de Alain, me pregunté cuál de los dos, si él, contemplativo agotado, o yo, activista exhausto, tuvo más veces acceso a la felicidad… con ese objetivo emprendimos a los veinte años una carrera cuya línea de llegada, me temo, ni él ni yo hemos alcanzado nunca… ¡Ojalá hubiéramos podido torear como José Tomás! (pp 110-111).


Comparte la noticia