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Evocación: Ignacio García Aceves, empresario non

Sábado, 30 May 2009    México, D.F.    Francisco Madrazo (+) / Especial     
A 25 años de su muerte
Hoy se cumplen 25 años del fallecimiento de uno de los empresarios mexicanos más importantes del siglo XX: Ignacio García Aceves, y hemos querido evocarlo a través de la sensible pluma del ganadero Francisco Madrazo Solórzano, uno de sus íntimos amigos.

El siguiente texto, titulado "Requiem", está extraído del libro "¡Agotado el boletaje!" escrito por Paco Madrazo en 1991. Se trata de una obra a manera de homenaje a "Don Nacho", como se le conocía cariñosamente al empresario de la desaparecida plaza "El Progreso" de Guadalajara y más tarde gandero de San Marcos y San Mateo, así como empresario del coso "Nuevo Progreso" de la capital de Jalisco.

"El 30 de mayo de 1984 millares de seres humanos se aprestaban a presenciar el fenómeno atmosférico de un eclipse solar.

A las siete en punto de la mañana de aquel mismo día, en la ciudad de Guadalajara, el doctor Gabriel de la Torre Gutiérrez llegaba al hospital de la Beata Margarita a ver a un paciente. La noche anterior había dormido menos de dos horas. Le preocupaba en demasía el grave estado de salud de un gran amigo que, por desgracia, no esperaba ver a al Luna cobijar al Sol, sino que, con entereza aguardaba que la muerte lo cobijara a él.

El doctor Gabriel de la Torre entró al sanatorio y pidió de inmediato el último informe sobre el estado de su paciente, mientras se cambiaba la chaqueta de cuero por la bata blanca. A su paso cojitranco -un lance charro que estuvo a punto de costarle la pierna-, se dirigió a la habitación de su muy querido amigo.

Un corazón octogenario, muy cansado, estaba a punto de pararse, y la vida de un hombre corpulento llegaba a su fin. El doctor De la Torre tomó las manos del paciente -aquellas manos que cuarenta años antes le habían subido a su primer caballo-, y comprendió que todo era inútil.

Cuántas, cuántas, cuántas horas pasé charlando con este hombre de dura boca y recio trato, durante los veinte años de fuimos íntimos amigos, a pesar de nuestra diferencia de edades. Infinidad.

Cuántos días le acompañé a comer o cenar a sus restaurantes favoritos en Guadalajara: El Círculo Francés y El Tizoc -el primero de exquisita comida, y el otro de cocina permantente-, oyéndole contarme su vida entera. Infinidad.

Cuántas horas al sol de los campos pasé con Don Nacho viendo y reseñando, en las mejores ganaderías de México, los toros y novillos para su temporadas. Cuántos atardeceres, algunos ya sin luz, observé a su lado comer las corridas de San Mateo y San Marcos que el viejo engordaba en su finca de El Cuadrado -en los meros Altos de Jalisco-, a tiro de piedra de Valle de Guadalupe. Infinidad.

Cuántas noches y madrugadas, sentados en la casa del guarda plaza, esperamos la llegada de los toros, para de inmediato desembarcarlos, pesarlos, y media a ver a la triste luz de unos focos empolvados, su presencia y su trapío. Muchas, muchas veces.

En cuántas ocasiones tuve el gusto de recibir al gran viejo en nuestra casa ganadera para el contrato de corridas y novilladas. Durante muchos años el nombre de La Punta estuvo colgado en el cartel de más postín y mayor tradición de sus temporadas: el del primero de enero. Y también en ocasiones, tuvimos nuestras desavenencias -orgullo de por medio- y él se retiró de nuestra casa, y nosotros de su plaza, pero jamás perdimos la amistad.

A incontables sorteos le acompañé, y a su vera, sentado siempre a su diestra en el palco de la empresa de ambos "Progresos", presencíe con él y don Alberto Topete -su íntimo amigo de años- corridas de muy alto bordo, novilladas de postín, festejos menores y económicos, pachangas, y aquellas pantomimas de "Los hombres gordos" y "El bimbalete de la muerte", que eran su delicia.

Aprendí de Don Nacho, taurinamente y de la vida, muchas cosas.

Para varios personajes del mundo de los toros el viejo fue un hombre duro, déspota, casi intratable. Para mí fue un gran amigo que generosamente me tendió siempre su mano, en los días amargos de mi vida. Y eso no se puede olvidar, ni lo olvidaré jamás.

Y cómo olvidar también aquellas mañanas que me citaba en su casa -siempre a las diez-, para sentarnos en la terraza frente al jardín, y al ancho jaulón donde, como aves de ornato, tenía un sinnúmero de patos silvestres: mallards, trigueros, zarcetas, gansos del Canadá de todas clases, anceras y una pareja de hermosas grullas coronadas, a cuyos acordes de graznidos y piteos, el palique de los toros se alargaba hasta la hora de comer.

Ahí, un mediodía de julio de 1980, junto con su hijo Nachito, empezamos a planear el calendario de festejos para su cincuentenario como empresario taurino -motivo de este libro-, comenzando a pensar en las casas ganaderas que podrían venir con sus toros a tan señalado acontecimiento.

Cómo olvidar las giras a las ganaderías, casi siempre sesenta días antes de principiar la temporada con la tradicional Feria de Octubre, para ver el estado en que estaban los toros y novillos, comprados con más de un año de anterioridad.

A prudente tiempo avisábamos a los ganaderos de nuestra visita, y procurábamos siempre estar con ellos con la puntualidad de un tren inglés.

Abríamos fuego en la finca de "El Burral", en el municipio de Villa de Guadalupe, Jalisco, donde nos esperaba Alfonso Franco, hijo y nieto de ganaderos, para enseñarnos con la proverbial sencillez de un auténtico hombre de campo, sus toros de Cerro Viejo. Estupenda ganadería, predilecta del público tapatío, y amás aún de Don Nacho, que durante muchos años les compró los machos, los que engordaba y lidiaba en sus plazas con suma frecuencia.

De ahí "brincábamos la cerca" y llegábamos a "El Cuadrado" -la casa del amo y de Nachito-, donde pastaban los toros de San Marcos, y comían las corridas de San Mateo, y las compradas al criador leonés Rafael Obregón Urtaza. Acompañándonos siempre en nuestro recorrido, mi íntimo amigo y administrador de la casa, Manuel de la Torre, el hombre que mejor he visto montar a caballo,  y una de esas personas camperas de la que los viejos solían decir: "que poco paren las yeguas".

Cien kilómetros al norte, partiendo el corazón de los Altos, y llegábamos a Peñuelas, la hacienda ganadera de doña Raquel González viuda de Dosamantes. Aquí hacíamos "rancho". ¡Y qué rancho!, pues es de todo mundo conocido la espléndida forma que tiene Raquel para recibir y atender a sus visitas.

Después de comer, a los cerrados de saca a ver unos toros y novillos de muy bonito tipo, perfectamente bien presentados. Por entonces comenzaba a cuidar de la ganadería, como administrador, mi gran amigo José Guadalupe Sánchez López Velarde, el hoy famoso papá de los diestros Ricardo y Luis Fernando.

Y de nuevo "carretera y manta", al frío, rumbo a Fresnillo, dondel en el Motel "La Fortuna", nos esperaba a cenar "Chemel" Garamendi para visitar, al día siguiente, a los cuatro famosos ganaderos zacatecanos.

Los toros de los hermanos Llaguno, de Valparaíso, y de Cabrera, se veían cómodamente en un día. Acostumbrábamos a comer casi siempre en casa de Valentín Rivero y Ana María Llaguno, y ya pardeando la tarde, salíamos rumbo a San Luis Potosí, donde hacíamos noche.

Sobre la carretera que va de la ciudad de las tunas a Querétaro, se encuentran las otras fincas a visitar: Manuel Labastida, Santo Domingo, Carranco, Barbachano, y Mimiahuápam, no sin antes haber hecho un pequeño corte rumbo a Villa de Reyes, a ver los pupilos de Pepe Garfias, en sus nuevos potreros de "La Mancha".

Muy bonitos toros, muy bonitas casas y, sobre todo, muy bonita gente.

Terminábamos la gira con dos ganaderías queretanas: San Martín, ubicada en el predio de "La Gloria", donde últimamente Pepe Chafik engorda sus corridas, y Xajay, asentada en la fina "La Laja" -preciosa casa-, donde el matrimonio Sordo Madaleno-Bringas, mantiene lo bravo en el doloroso recuerdo de su hijo José Juan.

Aprobadas las "liebres", tendría que empesar el viejo la contrata de los "cocineros" para darle buen sabor al caldo de su temporada número cincuenta.

¿Cómo olvidar los días anteriores al domingo de su cumpleaños como el primer empresario taurino del mundo que apagaba cincuenta velas?

¿Cómo olvidar la emoción preñada de tristeza el día que terminó la vida de su amado "Progreso"?

¿Cómo?

Hace poco volví después de mucho tiempo a la plaza "Nuevo Progreso". En el patio de caballos, junto a corrales, me topé con la magnífica obra del escultor Jorge de la Peña, la estatua de Don Nacho. Me quedé contemplándola largo rato.

Mi nieta Sofía Madrazo Gómez-Urrea, que venía conmigo, me preguntó: "¿Abuelo, quién es este señor de piedra? Me la eché a los brazos: "Hija, un viejo y muy querido amigo mío".

Antes de salir del coso, en la boca de la puerta por donde entran las cuadrillas, volví la cara para verle, y como en innumerables ocasiones, cuando el me dejaba en mi casa, levanté mi mano y le dije:

"Hasta mañana, Don Nacho".


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