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Desde el barrio: El embudo

Martes, 20 Ago 2013    Bilbao, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Anda el toreo español estancado en números. La crisis se ha llevado por el sumidero las mega cifras de los años de exceso, para dejar la temporada en números pardos, tirando a rojos. Porque, a estas alturas del año, se calcula que la caída de festejos sigue imparable: hasta un treinta por ciento menos que en 2012, cuando ya creíamos que se había tocado fondo.

Las cifras del escalafón, que nunca sirvieron para valorar el toreo pero sí su situación estructural, se han reducido en más de un cincuenta por ciento respecto a las  campañas anteriores al estallido de la burbuja taurina. Y cada matador ostenta ahora dígitos propios de los tiempos de penuria, estadísticas casi de posguerra o incluso de Edad de Oro, cuando, paradójicamente, se celebraron en España menos festejos que en todo el resto del siglo XX: sólo interesaban José y Juan.

A ojo de buen cubero, el líder numérico del 2013, que no es otro que Juan José Padilla –habrá que analizar algún día el extraño pero admirable caso del jerezano, no habrá pasado de sesenta paseíllos cuando llegue la hora de hacer las cuentas finales allá por el mes de octubre. Es decir, que habrá toreado cien corridas menos que las que sumó el ínclito Jesulín en plena y delirante década de los 90.

Pero no vale hace comparaciones con aquellos tiempos de locos, porque –ni tanto ni tan calvo cada época de esa historia de dientes de sierra que es la de las corridas de toros tiene sus propias claves para dar sentido a los números cambiantes. Y la del presente se debate en una drástica reducción de oportunidades a todos los niveles de la sociedad.

Es de entender, por pura lógica, que, a menos festejos celebrados, haya menos puestos en los carteles. Y también que, como consecuencia, los  escalafones de matadores, novilleros y rejoneadores se hayan convertido en un estrecho embudo por el que sólo circulan con cierta holgura figuras reconocidas o toreros domésticos de las grandes empresas, que, en su torpe estrategia de autodefensa, han dejado de lado los criterios de la meritocracia.

Ha resultado muy triste comprobar que, a primeros de agosto, antes justo de que el tráfago ferial de Virgen a Virgen maquille en parte lo numérico del año, toreros con aval suficiente para figurar con otras cifras en esas fechas apenas habían sumado apenas tres o cuatro corridas en la tabla.

Es el caso de Joselito Adame, triunfador repetido en la primavera madrileña, o el de otros mexicanos, como Saldívar, Flores o Silveti, que presentaron credenciales en Las Ventas para aspirar a bastante más desde mayo en adelante. Pero ya adelantamos entonces que su falta de contratos no debía achacarse a ningún tipo de proteccionismo nacionalista sino a una situación crítica que tampoco ha respetado a los diestros españoles que aspiran a tomar el relevo.

Estrechado el paso a los carteles de unas ferias reducidas a lo básico, ocupados los escasos puestos de lujo por gente con iguales o mayores méritos o por funcionarios en nómina, nadie puede decir en realidad que está toreando mucho en este 2013, ni siquiera los privilegiados que ocupan la vanguardia en la salida del embudo.

El verdadero problema de esta crisis no está en las grandes ferias, sino en los pueblos, en las asoladas plazas de tercera. Secuestrado este menguante mercado por una cuadrilla de bandoleros de taquilla y subvención, proxenetas de la economía sumergida del toreo, los puestos del segundo circuito se están rellenando de indignos tuneleros que, en su utilizada desesperación, atentan tanto contra su profesión como contra la propia Fiesta.

Esa de los pueblos, donde los más capacitados relevistas deberían estar preparando su asalto al poder, es sin duda la parte más cerrada del embudo. Y en especial para los novilleros, que siguen esperando en su casa a que la llegada de septiembre, con sus ferias temáticas, les ayude a engrosar su raquítica estadística de los seis primeros meses de la temporada.

Sin visión de futuro y contra toda lógica, el toreo en España se debate este verano entre la estrechez de miras de las empresas y la de ese embudo de festejos que, en su trágica pinza, sólo ofrecen salida para unos pocos, cada vez con más cortas cifras y con más cortos resultados. Y parece también que a un muy corto plazo.


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