Tauromaquia: De México a Valencia
Lunes, 18 Mar 2013
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El sábado anterior, Alejandro Talavante llegó tarde al coso valenciano y, por esa causa, el inicio de la octava corrida de Fallas se tuvo que demorar trece minutos. Quizás eso influyó en el rácano otorgamiento de una oreja por su faena a "Extraordinario", de Domingo Hernández, pues por menos se otorgaron después otras dos a sus alternantes. La terna era de lujo y la plaza se llenó, algo que desde hace algún tiempo viene siendo raro en una España económicamente quebrada.
Como allá se recibe señal televisiva de las corridas de nuestra temporada grande, los expertos se mostraban escépticos respecto de las posibilidades de que la particular tauromaquia del extremeño –ampliamente expuesta en tiempos recientes sobre la arena de la Monumental… con el endeble post toro de lidia mexicano– pudiese encontrar cauce propicio ante los astados españoles. Una cosa es tentar en traje de luces, decían, más o menos veladamente, otra estar a la altura de las exigencias del toro verdadero.
Pues bien: en Valencia, muleta en mano, Talavante fue contundente. Si su capote había ondeado, bravo y mandón, en el quite por gaoneras –con réplica al canto de Castella con tafalleras giratorias–, la faena no tuvo desperdicio. Y si el cenit lo alcanzó en una tanda de naturales musicales, deslizados, templadísimos, el resto fue un derroche de imaginación en consonancia con ese hermoso castaño que, con más clase que bravura, fue un buen colaborador. Pero el torero estuvo por encima, realmente inspirado, y la oreja se antojó premio harto inferior a sus merecimientos.
Como quiera que Castella –ante un lote noblón, bajo de casta– anduvo también fresco, entregado y resolutivo, y Manzanares ni afloja ni pestañea en su voluntad de imponer esa tauromaquia de poder y largura que lo caracteriza, los valencianos pudieron disfrutar con los frutos de la temporada americana que habían hecho las tres figuras del cartel sabatino. Quizá menos José María –que no necesita mucho rodaje para seguir siendo quien es–, pero sobre todo Talavante, que se tomó en serio la campaña mexicana y se vistió aquí de luces más una docena de tardes durante el invierno. Y El Juli e incluso Morante hicieron otro tanto, sin olvidarnos de Castella y Padilla, que en abril y mayo estarán de vuelta en nuestras ferias.
Volver el calendario
Si omitimos a Hermoso de Mendoza, que lleva todo el siglo XXI sin bajar de medio centenar de actuaciones anuales en la república, y tal vez la capacidad de la feria hidrocálida para enganchar figuras extranjeras a su cartelería, la costumbre de los diestros españoles de hacer campaña invernal en nuestro país había caído en el olvido, con El Capea padre y en menor medida Manzanares y Joselito como los últimos exponentes de lo que fue enraizado paradigma. En 1964, El Cordobés había hecho más de 60 paseíllos en la república. Y ni hablar de Camino, cuando, ya veterano, hizo aquellas campañas a corrida diaria con Manolo Martínez.
Pero eso quedó atrás. Incluso El Juli, que recorrió el país como novillero sensación en 1997, ha toreado aquí relativamente poco en los últimos años; y no se diga José Tomás, que en México se hizo torero y hasta tiene casa en Aguascalientes, lo que no fue óbice para que haya declinado por insuficiente una jugosa oferta para reaparecer en la cercana Feria de San Marcos. Ni ellos ni ninguno de sus contemporáneos han emulado ni de lejos a los Cagancho, Manolete, Martorell, Paco Camino, El Viti, Manuel Benítez o Joaquín Bernadó, el catalán con más de 200 paseíllos en cosos mexicanos a lo largo de su dilatada trayectoria. Por no hablar de la época, anterior a sucesivos convenios y rupturas, en que los españoles contratados para cubrir cada temporada grande alquilaban casa en el Paseo de la Reforma, sabedores de que su permanencia en el país se prolongaría por cuatro o cinco meses de intensa actividad profesional.
Un viaje que a lo largo el primer tercio del siglo XX cubrían como algo usual desde Antonio Fuentes a Joaquín Cagancho, pasando por Antonio Montes –que aquí perdió la vida– Bombita, Machaco, el Papa Negro, Rafael El Gallo, Sánchez Mejías, Belmonte, Lalanda, Chicuelo y Domingo Ortega, entre una pléyade figurones, figuritas y segundones que copaban por entonces los carteles de nuestras plazas. Además de engordar su pecunio, es evidente que ese rodaje mucho les servía para llegar puestos a la temporada española.
El factor económico. Es muy posible que el renovado interés de los hispanos por volver a torear en nuestras plazas no esté divorciado del interés monetario. En los últimos años las temporadas europeas han ido a menos, tanto en número de corridas como en asistencia de público, y lo mismo ases que medianías deben sentir que ya las cuentas no les salen. Como para poner los ojos en América. Y como del sur del continente apenas queda el mercado colombiano, con Venezuela en franco retroceso y la generosa feria de Quito clausurada por el populismo taurofóbico, han vuelto a poner en su mira a México –y no solo la México–, en feliz coincidencia con la eclosión de una abundante camada de jóvenes valores nacionales con qué integrar carteles atractivos.
Los resultados están a la vista. Este invierno, no solo ha sido Guadalajara –sin duda la plaza más seria del país– sino otras que habían declinado y vuelven a ser lo que eran (Monterrey, León, Querétaro, Juriquilla… y ni qué decir de las ferias de enero y los carnavales jaliscienses, que este año incorporaron a cuanto torero hispano andaba por aquí. Y eran varios, pues el pisa y corre de otros años no lo siguieron esta vez los Talavante, Morante y El Juli (hasta el accidente vial que le impidió cumplir bastantes contratos), Antonio Barrera se despidió de los toros en León, y Padilla cayó de pie en la capital y la provincia.
Sin olvidar que tanto en el Nuevo progreso como el el domo de San Luis saborearon a fondo el aroma torero de Morante. Y que la campaña de Talavante, coronada con el discutible rabo de la Monumental, fue de lo más lucida y completa en cuanta plaza pisó.
Botón de muestra
¿Les gustaría un rápido retorno a tiempos más taurinos, por ejemplo al primer día del año 63, con las principales figuras hispanas enfrascados en la temporada mexicana en vez de brindar en casa con los suyos? Vayan pues los principales carteles de aquel martes.
En La México, partieron plaza Capetillo padre, Diego Puerta –que confirmó alternativa cortando la oreja del quinto de Torrecilla– y Jaime Rangel. Guadalajara: Jorge "El Ranchero" Aguilar, José Huerta y El Viti (oreja) con astados de La Punta. Irapuato: Calesero, Alfredo Leal y Paco Camino (oreja y puerta grande). Aguascalientes: Luis Procuna, el toledano Pablo Lozano y el local Jesús Delgadillo "El Estudiante", que cortó un rabo y salió en hombros con Procuna. Saltillo: Rafael Rodríguez, Córdoba y Bernadó, triunfador absoluto con corte de tres auriculares. Y en los tres últimos cosos citados se lidió ganado de Peñuelas, ganadería dura a la que ni siquiera Paco Camino le ponía peros.
Paco Cano
Nos jala de nuevo al presente, aunque sea para contemplar los venturosos cien años de Francisco Cano, que fotografió la corrida de Linares en que perdió la vida Manolete y sigue en activo cámara en ristre. El sábado, la sensible afición valenciana le rindió un cálido homenaje. Ayer, en cambio, sacó a relucir su vena más ramplona al imponer la puerta grande para El Cordobés y El Fandi, que habían despachado a bajonazos a sus nobles ejemplares de Núñez del Cuvillo, cuando el aroma torero lo había puesto en la lluviosa tarde el reaparecido Finito de Córdoba.
Por cierto
Si pude disfrutar de las corridas falleras fue gracias a oportuno telefonema de Leonardo Páez, que me condujo de la mano a la web indicada, misma que ahora te paso al costo, caro lector: www.torotube.tk.
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