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Desde el barrio: Tiempo para los novilleros

Martes, 12 Mar 2013    Valencia, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Por encima de las mediáticas y puntuales polémicas tomasistas, de ese desafortunado pero elocuente cruce de comunicados entre el de Galapagar y la empresa hidrocálida, estos días interesa más el asunto de los novilleros. Al fin y al cabo, el mismo futuro del espectáculo.

Mientras en la plaza "San Marcos" se trabaja en pro del escalafón menor de ambos lados del charco, en España la matinal de Olivenza y las tres primeras novilladas de Fallas han movido a una latente reflexión sobre la idoneidad del actual planteamiento empresarial para con los noveles.

Porque una de las mejores noticias de este arranque de temporada en España es que, después de muchos años de rutina, una nueva generación de novilleros ha conseguido por fin ilusionar a los aficionados. Y no se sabe si también a las empresas, pues parece como si en las salas de mando del toreo nadie se hubiera dado por aludido a la hora de diseñar un escenario propicio para fomentar y sacar partido a la situación más allá de la aparente explotación inmediata.

La caída en picado del número de novilladas en los últimos cinco años puede que sea la consecuencia más preocupante para el toreo de esta crisis estructural. Reducidos a su mínima expresión los festejos en portátiles y pueblos, por la extinción de los "ponedores", durante gran parte de la campaña al escalafón novilleril le quedan únicamente como escaparate y rodaje las duras y escasas novilladas organizadas en unas pocas plazas de primera, hasta que lleguen septiembre con las contadas ferias específicas que algunos ayuntamientos mantienen heroicamente.

No tienen tiempo los aspirantes ni para la preparación ni para las contemplaciones. El actual sistema taurino se permite así el absurdo lujo de fagocitar y agotar novilleros en apenas unos meses, exigiéndoles desde el primer momento, desde el mismo debut con picadores, unos resultados que la inmensa mayoría no está capacitada para ofrecer tan tempranamente.

Luis Reina, el responsable del espectacular boom novilleril extremeño desde la dirección artística de la Escuela de Badajoz, decía el otro día en la transmisión de ondatoros.com que hoy por hoy  el salto a los festejos picados es para los chavales como pasar de la fantástica Disneyworld a una dura e inmisericorde jungla. Y tiene toda la razón en su elocuente metáfora.

Nunca la fragua del toreo fue sencilla, ni debe dejar de serlo. Pero si, como en el reino de los cielos, son muchos los llamados y pocos los elegidos, al menos el toreo debería a volver a dejar un  margen de viabilidad para que los más capacitados puedan desarrollarse con un mínimo de paciencia.

El aprendizaje del oficio siempre necesitó de tiempo, y las prisas nunca llevaron más que a un inevitable fracaso. Pero los tiempos, y la pésima organización, están haciendo que a chavales que recién acaban de debutar con picadores, o que, si acaso, suman una docena larga de festejos, se les estén pidiendo prestaciones de figura. Que se les exponga al juicio de prensa y aficiones de máxima exigencia a las primeras de cambio, y que, sin apenas experiencia, se les enfrente por sistema al novillo más fuerte, voluminoso y armado de los últimos cien años, cuando no de feas hechuras y de juego complejo, como muchos de los lidiados en Valencia estos días.

En ese sentido, recordaba ayer mismo un torero hecho en la dureza, la preciosa novillada con que también en Fallas se reveló Vicente Barrera a mediados de los noventa. Por no hablar de los entipados e infalibles utreros, de los mejores hierros, con que la última gran generación de novilleros españoles –la de los Ponce, Finito, Jesulín, Caballero, Chamaco…– se preparó con tiempo, éxitos y fundamento, para tomar de forma natural el relevo de los grandes toreros de los ochenta.

Pero de eso ha pasado ya mucho tiempo, dos largas décadas en las que el sentido común de todos los que tienen capacidad de decisión en este negocio –incluidos también los ganaderos, que se supone que trabajan a muchos años vista- se ha trocado en un torpe y ciego interés cortoplacista.

Sería bueno que hubiera un acuerdo tácito entre empresas, criadores y demás sectores implicados para no desperdiciar esta repentina ilusión que están despertando los novilleros. Que no los estrellen ante los imposibles, que no tengan que esperar a las ferias de septiembre para volver a llamar la atención y que, sin dejar de exigirles en una medida racional, se les favorezca un buen caldo de cultivo que destierre las prisas y las urgencias.

Y no sólo sería bueno, sino también imprescindible. Por el bien de la propia Fiesta e incluso del negocio empresarial, necesitado de inversiones de futuro. Porque sin favorecer la renovación generacional, el espectáculo está abocado a morir de aburrimiento.


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