El arte del toreo campea en El Domo (video)
Viernes, 22 Feb 2013
San Luis Potosí, S.L.P.
Juan Antonio de Labra | Enviado
Diego Silveti cortó tres orejas y salió a hombros
El cartel deparaba muchas emociones, ya que se trataba de una doble confrontación entre España y México, representada por toreros de distintas generaciones y muy diversa cuerda expresiva, que inexplicablemente no despertó demasiado interés en el gran público, ese que es capaz de llenar un escenario tan moderno y funcional como es El Domo de San Luis Potosí.
Y ya se darán de topes los que no vinieron esta noche a los toros, pues el arte del toreo brotó de distinta manera. Por una parte, con una primera faena de Diego Silveti de una sólida estructura y tremendo buen gusto; por otra, con una obra genial de Morante de la Puebla. En medio de ambas puestas en escena, la del torero de dinastía y el sensible diestro de La Puebla del Río, navego El Payo contracorriente hasta imponer su voluntad con una determinación de hierro, mientras que Alejandro Talavante sorteó un lote sin posibilidades y pasó de puntillas.
Lo de Silveti fue importante porque fue capaz de realizar dos faenas de muy contrastadas: la primera, sobria, clásica y medida, con detalles técnicos y estilísticos que dieron cauce a su gran proyección. Porque el toro, un ejemplar bajito y muy agradable por delante, embistió tal y como era; es decir, con una gran dulzura. Y Diego pisó el redondel con aplomo en una obra en la que acarició el toreo suavemente y meció cada una de las nobles embestidas con mimo y cadencia.
A lo largo de la faena, el hijo del Rey David se enseñoreó con unas maneras elegantes que calaron hondo en el tendido, en las que sobresalió el toreo con la zurda, ceñido y vertical, en el que acompañó con el pecho aquella infinita bondad del toro. Y el final feliz de la espada, esa que a veces lo traiciona, fue el mejor colofón a un trasteo inteligente, sentido y torero.
En el octavo toro, que primero embistió con una bravura seca y terminó desfondándose hasta rajarse, el de Irapuato realizó una faena arrebatada y dinámica, en la que a veces se vio obligado a perseguir al toro por varias zonas del ruedo, enjaretándole muletazos de distinto acabado pero todos con la misma llama interior, esa que también cohabita en los genes de su famosa casta torera.
La salida triunfal a hombros, en solitario, puso de relieve la mentalización de cara a un año en el que deberá mantener la constancia y procurar redondear tardes como ésta, donde no se puede marchar nadie sin dejar huella.
Precisamente como la que dejó Morante con su perfumada faena el quinto, un toro cárdeno claro, que acudió a la muleta sin humillar, pero dejando estar muy a gusto al torero andaluz, que le cuajó una faena de raigambre sevillanista, desde el mismo instante en que, apenas al inicio de su labor, se paró de frente con la muleta en la derecha y evocó, de esa manera, a los grandes artistas de su tierra. Un recuerdo de Pepe Luis o de Manolo Vázquez, inclusive de Pepín Martín Vázquez, revoloteó por la moderna cubierta del coso, en un evidente recordatorio de que el toreo eterno, ese que abreva en las fuentes más puras, sigue brotando de la misma manera que hace cincuenta o sesenta años de las manos de un artista de esta talla.
Por eso Morante es etéreo; parece que flota cuando mece el cuerpo y torea hasta con el pelo, alborotado por el esfuerzo de vaciarse en una obra de una sublime improvisación, en la que brillaron los afarolados, los molientes invertidos, otros a pies juntos y, sobre todo, un toreo en redondo en el que detuvo el tiempo.
Parecía que Morante estaba toreando de salón, girando en los talones con una cadencia majestuosa, dejándole siempre la muleta puesta al toro debajo del hocico, apenas sin dar el toque y haciendo fluir la embestida para electrizarla con una vibración especial, esa que poseen los artistas de tanto pellizco.
¿Que si la faena valía dos orejas? ¡Por supuesto! Y sólo faltó que en vez de arrojarle al juez la oreja hacia el palco, nimio premio a tanta torería, hubiese preferido arrojar un par de gafas como ya lo hizo en cierta ocasión. Porque hay que ser verdaderamente miope –o ignorante, como bien lo dijo el propio diestro en una entrevista posterior– para no percatarse de eso que se llama arte, así como de la consiguiente transmisión que causó entre el público.
Y así como se prodigó delante de "Amor de dos", corrido en quinto lugar, abrevió ante el que abrió plaza, un toro correoso que recibió tres puyazos y ni siquiera así atemperó una violencia que contrastó demasiado con las dulces embestidas del quinto. Por ello se lo quito rápido de en frente, pues bien dicen que la brevedad es una especie de cortesía.
El Payo salió con la mente despejada y el corazón bien puesto a enfrentar la noche taurina, cargada de una responsabilidad que parecía pesar sobre sus hombreras. Y lo más significativo fue que nunca se desesperó, prueba de madurez y serenidad, que lo acompañó en dos faenas de mucho mérito por la paciencia que le tuvo a sus toros, a los que terminó metiendo en el canasto a base de valor y entrega.
Si no le concedieron la oreja fue quizá porque mató mediante una estocada caída; pero la del toro que cerró la función la paseó complacido y sonriente, satisfecha de que el esfuerzo desplegado tuvo, finalmente, un premio digno.
Alejandro Talavante no lo vio claro y, más que eso, no tenía ningún sentido afanarse con dos toros que no llevaban nada adentro, ni siquiera esa faena escondida que en mucho casos suelen tener determinados toros mexicanos. Así que el extremeño no se quiso poner pesado con su lote, ni con la gente, e hizo bien en tirar por la calle de en medio, ya que su inspiración requiere de materia prima para brotar del alma. Hoy no pudo ser. Y en ocasiones así es mejor que traicionar un concepto muy sincero.
Ficha San Luis Potosí, S.L.P.- El Domo. Un tercio de entrada en noche de temperatura agradable. Ocho toros de
San Miguel de Mimiahuápam (el 1o., sobrero sustituto de uno que se inutilizó y quedó descoordinado), desiguales en presentación y hechuras, variados de pintas y de escaso juego en su conjunto, salvo 4o., premiado con arrastre lento, y el 5o., ambos muy nobles.
Morante de la Puebla (negro y pasamanería blanca): Pitos y oreja tras fuerte petición con bronca al juez. Alejandro Talavante (negro y plata): Leves pitos tras aviso y silencio. Octavio García "El Payo" (azu purísima y oro): Ovación y oreja. Diego Silveti (sangre de toro y oro): Dos orejas y oreja. Incidencias: A la muerte del 4o. toro se rindió un minuto de aplausos a la memoria del novillero retirado Josele, fallecido en días recientes. El estado del piso no era el adecuado y provocó muchas caídas y resbalones de los toros. Destacó en varas Bernardo Hernández. Morante arrojó hacia el rumbo del palco de la autoridad la oreja que le concedieron. Silveti salió a hombros.
Comparte la noticia