Al nombre de Julián López "El Juli" responde el ser humano que más conoce a esa especie animal llamada toro de lidia. La historia del toreo -y porqué no, la historia de la humanidad- deberá reconocer que es El Juli el hombre que más se ha acercado a conocer completamente ese indescifrable instinto llamado bravura, que solo es propia de los toros de lidia.
Al nombre de Iván Fandiño corresponde el "balón de oro" del toreo del año 2012. Porque según Radio Nacional de España, que tiene el prestigio desde hace varias décadas de conceder la "Oreja de oro" al mejor torero de cada temporada, Fandiño es quien mejor interpretó ese arte llamado tauromaquia.
Al nombre de Sebastián Vargas responde el torero colombiano que más toros lidia año tras año en las plazas de Colombia. El número uno del mercado nacional. El que más pueblos y municipios conoce, el que se mantiene en plena actividad, y quien, en teoría, podría ser capaz de mirar a las figuras y defender la localía, entre otras, porque ya conoce lo que es hacerlo, y en la Santamaría de Bogotá.
Tres figuras máximas volvían a coincidir en un mismo cartel en Cañaveralejo. Como hacía mucho tiempo no sucedía. Tres figuras que se vieron obligadas a defender su prestigio ante un serio y respetable encierro de Las Ventas del Espíritu Santos. Serio y respetable más que por sus hechuras, por su exigente comportamiento.
Por ejemplo, el segundo de la tarde, "Bailarín", fue inventado por El Juli. Sólo le bastó a Julián López mirarlo a los ojos para entender cuáles eran los secretos que escondía el toro. Tuvo que irse hasta los medios para mostrarle por donde debía embestir, llevárselo a los terrenos donde mejor desarrollaría sus virtudes, la principal, la forma tan emocionante de embestir con la cabeza a ras de suelo.
Porque esa virtud fue la que más explotó El Juli para inventarse a "Bailarín". Todo lo hizo por abajo, con la muleta barriendo la arena, alterando la duración de los segundos, al límite del poderío, de la profundidad, y además pasándose el toro muy cerca, es decir a poco, muy poco, del toreo perfecto, ante un toro que era renuente y al cual era difícil de convencer, pues no tenía la casta suficiente para admitir el tamaño sometimiento que ofrecía El Juli. Pero el torero pudo hacerlo con su toreo cercano a la perfección, que a pesar de un fallo con el descabello, en Cali decidieron valorarlo solo con una oreja.
Iván Fandiño, que poco se había visto con El Juli en España, no aprovechó la oportunidad que tenía en Cali para desafiarlo. Con otra fórmula. La de la intensidad. Fandiño, el "balón de oro" del toreo, se puso serio, y se vio obligado casi que a dejarse matar para intentar eclipsar a quien puede ser el astro rey del toreo moderno. En el tercero de la tarde estuvo muy quietos y se pasó el animal muy cerca. Y toreo con cabeza y profundidad, con muletazos soberbios, una faena muy intensa que le valió una oreja.
Pero fue más intensa aún la del sexto. Fandiño salió como un perro de presa y se inventó un saludo por gaoneras, es decir con el capote a la espalda, pero no tras el puyazo, desde el mismo momento en que el toro salió a la arena, cuando más ímpetu tiene. Y con la muleta, Fandiño también se sintió capaz de inventarse toros. Porque poco a poco fue llevando al exigente toro a que entregara todas sus posibilidades. Cada serie superaba a la anterior.
En técnica, en estética, y obviamente en intensidad. Y Fandiño quedó exhausto y rompió el candado de la puerta grande con unas manoletinas en las que se pasó al toro a centímetros; unas bernadinas en las que se lo pasó a milímetros, y una estocada en lo alto en la que se tiró derecho al morrillo del animal. Fandiño se impuso en un feudo que, como la plaza Cañaveralejo, históricamente le ha pertenecido a El Juli.
Sebastián Vargas pasó trabajos. No encontró fórmulas para montarse en el mismo tren que pasó por Cañaveralejo. Le costó trabajo descifrar a sus toros, y hasta pasó tragos incómodos, como esa larga cambiada de rodillas, en el que el toro al final optó por arrancarle una de las hombreras de su traje, a milímetros de su cuello. También pasó trabajos ante un ambiente hostil, con un sector del público que lo quiso reventar desde que se abrió de capa. Tarde nada fácil para Vargas.
Del encierro de Las Ventas, probablemente se esperaba otra cosa. Se esperaba un toro que galopara, que embistiera con dulzura, con calidad. El encierro de Las Ventas que se lidió no fue para echar cohetes, pero fue muy exigente y con bastantes cosas para resolver. Fue saludable para la tarde que los toros del ganadero César Rincón no le pusieran el triunfo en bandeja de plata a las tres figuras. Y salvo el manso que sacó de casillas a El Juli, en el quinto lugar, los toros exigieron, y recompensaron a quienes supieron resolver tales exigencias.