No cabe duda de que el público a los toros suele ser veleidoso. Y hoy en la Plaza México la fiesta –con "f" minúscula, por supuesto– se desbordó a alturas insospechadas hacia el final de la tarde, cuando se pidió el indulto del toro "Revolucionario", de la ganadería de Jorge María, en la parte postrera de la animosa faena realizada por Angelino de Arriaga.
A estas alturas de la corrida, en el ambiente revoloteaba el espíritu navideño unido al placentero efecto del alcohol, sustancia que en este magno escenario hasta cuenta con una peña cuyo nombre homenajea a tan vital líquido.
Y como dicen que cualquier momento de felicidad que no es producido por el alcohol es ficticio, entonces el indulto que cosechó el toreo de Apizaco fue algo así como una inesperada fantasía.
Del toro hay que comentar que tuvo una gran nobleza y duración, así como el mérito de haber embestido sin cesar no obstante que había permanecido más de un mes en los corrales del coso, pues se trataba de un sobrero de la corrida que toreó Morante el 19 de noviembre. Pero de eso, a concederle el perdón de la vida, ciertamente había un trecho.
Después de la pifia del juez de plaza Chucho Morales, al regalarle una oreja a Alfredo Gutiérrez en el cuarto, se la pensó un poco antes de atender la petición de indulto formulada por el público –que sí era mayoritaria–, y al poco tiempo sacó el pañuelo blanco para indicar el premio para "Revolucionario" antes siquiera de que Angelino de Arriaga se echara la espada a la cara.
A favor del joven tlaxcalteca hay que apuntar la variedad de la faena, en la que hubo pasajes buenos, sobre todo cuando toreó al natural. El dinamismo de su labor fue aquilatado por el público quizá porque su actitud fue la del torero que sale a hacer fiestas desde que se abre de capote.
Las chicuelinas de recibo, el quite –también por chicuelinas de brazos muy altos– y el trasteo en su conjunto, fue una continua pirotecnia de jovialidad que acabó encandilando a la parroquia, y el entusiasmo creció a la par que el tlaxcalteca iba intercalando trincherillas, desdenes, afarolados (convirtió un pase de pecho en un afarolado, casi nunca visto, por ejemplo) y otros adornos que aumentaron la euforia de la gente.
De pronto, y casi por obra de magia, se gestó la petición de indulto y no tardó mucho en llegar, como tampoco las prendas de vestir, los sombreros, las botas de vino, y el entusiasmo colectivo cuando Angelino daba la vuelta al ruedo en compañía del empresario y ganadero Rafael Herrerías.
En sus dos toros anteriores –ambos de Carranco–, Angelino no había conseguido conectar demasiado con el público, y si bien es cierto que su primera faena, al toro más potable del hierro titular, había sido aseada, casi no tuvo empatía con el público. En el sexto abrevió dada la condición nula de embestida, convencido tal vez qua ya era hora de anunciar el regalo de un sobrero que le permitió alcanzar este triunfo que ojalá le reditúe y le abra las puertas de otras plazas para que se sume al carro de la "nueva generación del arte", como le llaman.
Eduardo Gallo realizó dos faenas sumamente sólidas y auténticas, de corte ojedista, en las que se jugó la voltereta sin miramientos en varias ocasiones. Tuvo más impacto la realizada al segundo toro de la corrida, que estaba muy en tipo de la ganadería, que duró poco.
Cuando el de Carranco se paró, Gallo se pegó un tremendo arrimón y disfrutó colocándose en medio de los pitones, con una gran plomada en las zapatillas, lo que le valió sonoros olés por parte de un público que sucumbió ante su espartano valor. Fue una lástima que no estuviera fino con la espada, porque seguramente le hubiese tumbado dos apéndices de ley a este ejemplar.
Esa misma mentalización, seguridad y despliegue de valentía, se hizo patente en el quinto, un toro sumamente basto, por alto y cornicorto, que no reunía las condiciones de trapío para esta plaza. Y como las hechuras no mienten, pues el de Carranco regateó muchísimo las embestidas en casi todos los cites que le propuso el torero salmantino, que volvió a pisar terrenos prohibidos para la mayoría de los mortales.
A Alfredo Gutiérrez le sucedió un tanto igual que a Federico Pizarro el domingo anterior. Es decir, venía entrenado a tope, y con una buena inercia para demostrar que todavía es un torero a tomar en cuenta. Sin embargo, la poca colaboración de su lote le impidió mostrarse, salvo en contados pasajes.
Al toro que abrió plaza lo toreó con oficio a pesar de que acudía con violencia a la muleta. El cuarto tenía peligro sordo y se revolvía en las manos. Porfió sin demasiados resultados, pero con loable esfuerzo, y lo mejor de su quehacer fue la excelente estocada que colocó a este ejemplar, misma que motivó la exigencia por parte del público para que le entregaran una oreja que fue ruidosamente protestada cuando llegó a sus manos. ¿Alguien comprende esta bipolaridad taurina?
Ya decíamos que el público de toros a veces, como hoy, suele ser desconcertante y hasta caprichoso, más aún si andamos ya cerca de cumplir dos semanitas del famoso puente Guadalupe-Reyes... ¡Salud, señores!