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Desde el barrio: Las auténticas figuras

Martes, 26 Jun 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Por mucha moto trucada que quieran vendernos, por mucho que se empeñen en hacer pasar por excelente lo que no pasa de mediano, en el toreo siempre se imponen las evidencias. Una auténtica figura es aquel torero capaz de concitar la máxima atención de los públicos y de los medios; aquel que con su sola presencia en un cartel moviliza a miles de personas para asistir a un espectáculo que, de una u otra forma, acabará teniendo una trascendencia superior.

Auténticas figuras del toreo son José Tomás y El Juli, que ayer fueron capaces de remover toda una ciudad asfixiada de calor sahariano y de poner al rojo vivo las redes sociales antes, durante y después de competir al máximo nivel en la plaza de Badajoz. Hasta allí acudieron en peregrinación unos cuantos miles de devotos del toreo, ávidos de volver a sentir emociones fuertes en un tendido.

No pude ser testigo directo del acontecimiento. Motivos laborales me impidieron cumplir con la gustosa obligación de seguir a los grandes, pero a un par de miles de kilómetros, como otros muchos aficionados, también pude sentir la tensión de la tarde y conocer al instante lo que sucedía en la capital extremeña al calor sofocante de la flama de San Juan.

Terminada la corrida, las llamadas telefónicas, los mensajes de internet y las redes sociales crearon una inmensa tertulia taurina mundial, en la que los apasionados del toreo, alentados de nuevo por la presencia y la competencia de los más grandes, transmitían sus emociones y vivencias, compartían sus opiniones y entusiasmos, revivían con ansiedad cada momento de la tarde y, en definitiva, volvían a sentir y a vivir la grandeza de este espectáculo singular.

Que nadie se engañe: sólo las grandes figuras son capaces de crear un estado de expectación similar, de provocar que el corazón de miles de personas lata a la vez no sólo a la vista del ruedo sino a cientos de kilómetros, incluso al otro lado del océano. Y más si esas figuras de verdad se deciden a competir cara a cara, por mucho que el cuajo y la raza de la corrida a la que se enfrentan no esté a la misma altura que el acontecimiento.

Sería bueno que José Tomás y El Juli se vieran más frecuentemente en los patios de cuadrillas. No sé si es bueno para ellos, por lo que para ambos supone de obligación a forzar la máquina hasta el límite del riesgo, a tensar la cuerda hasta su extremo. Pero sí que lo es para la afición y para la Fiesta, que vive de mitos y de leyendas, que se alimenta de duelos y gestas, que necesita para sanearse de ese más difícil todavía sólo al alcance de los privilegiados.

Han pasado las horas y los aficionados que estuvieron en Badajoz, y los que no, siguen discutiendo desde la admiración, buscando matices, intentando narrar y describir lo indescriptible de una tarde que se les ha grabado en el alma, o defendiendo a uno u otro torero según sus gustos y su criterio. Pero todos, sin excepción, han visto reforzada de nuevo su pasión por el toreo.

Ante evidencia tan apabullante, ha llegado el momento de reivindicar definitivamente esa grandeza, de hacer que la pasión vuelva a imponerse sobre la mezquindad de quienes manejan a su interés la manija de un espectáculo que no les pertenece, que han usurpado y malversado tantos siglos de una historia escrita precisamente por las auténticas figuras. Como lo son estos dos madrileños que ayer en Badajoz se jugaron el pellejo para devolver a la Fiesta su esplendor de siempre. Porque el toreo, si es tan sincero e intenso, no conoce de crisis ni de números. 


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