Desde el barrio: Son una secta
Martes, 14 Feb 2012
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Lo dijo hace unos días el sagaz Helder Milheiro, de Protoiro, en el Forum de Azores: sin llegar a desestimarles, hay que empezar a derribar estereotipos erróneos y considerar que los antitaurinos, por mucho ruido que hagan, son pocos y no están tan bien organizados como nosotros mismos hemos creído.
Sobre esa certeza, ante tanta agresividad mediática y tanto afán de acomplejarnos, los taurinos hemos de dar el paso definitivo para defender enérgicamente nuestros lícitos derechos y nuestro incomparable patrimonio cultural. Y un punto fundamental en esa lucha es desenmascarar a los líderes abolicionistas, poner en evidencia unos objetivos no tan bienintencionados como aseguran tener y denunciar los despreciables y violentos procedimientos con que intentan imponer sus criterios.
Viendo sus maniobras, más que un reflejo del pensamiento social bien podríamos decir que los antitaurinos son una secta, en el estricto sentido de la palabra. Una secta con líderes expertos en manipular mentes a base de repetir mensajes interesados, o de aislar a sus seguidores en una realidad paralela y ajena a las circunstancias del mundo actual.
Una secta que, como tal, hace que sus miembros más exaltados se conviertan en terroristas cada vez más activos, como demuestran los hechos recientes: el atentado contra la casa de André Viard, el incendio de "La Petatera" en México o el ataque de "hackers", tras la careta de Anonymous, a portales taurinos de Internet en Colombia y España.
Sin dudar de la buena fe, aunque bastante discutible, de muchos de sus militantes, los movimientos antitaurinos parecen estar manejados por gentes que buscan el enriquecimiento personal, que se apoyan en una causa aparentemente moral para su propio lucro, aprovechando la confusión de los tiempos que vivimos.
Y así, aparte de la sensiblería animalista que engorda el negocio de las multinacionales para mascotas, a través de estos movimientos se busca también la extensión del veganismo, la imposición de una filosofía de comportamiento antinatural –el hombre es omnívoro y tiene incisivos para cortar carne– de la que saca tajada toda una cadena de tiendas y productos de consumo para sus manipulados adeptos.
Sobre un pretendido respeto a los animales que en realidad no tienen, muchos de estos personajes se han hecho hueco en una sociedad desnortada, hasta el punto de permitirse afirmar absolutas barbaridades sin que nadie se atreva a sacarles los colores. Y así, con total desvergüenza, un parlamentario chuflón e irresponsable se atrevió hace unos días a comparar las corridas de toros con Auschwitz en el mismo Congreso de España.
O, en la cima de su cinismo, más bien su delirio sectario, el cabecilla argentino llegó a descolgarse la semana pasada en twitter asegurando que hay "buenas noticias para Grecia", por cuanto una ley ha prohibido el uso de animales en los circos. Así que quizá estemos todos equivocados y las manifestaciones que se están viviendo en Atenas estos días de fuego no sean para protestar por las asfixiantes medidas económicas impuestas a la población griega sino para celebrar que allí los leones ya no saltan por el aro.
Por el aro quieren hacernos pasar a todos los demás estos ideólogos de la nueva moralidad. Una minoría que deja de ser respetable en cuanto arremete e insulta para imponer sus dudosos criterios, por mucho que los medios de comunicación den más importancia a los cien manifestantes de México que a los cuarenta mil espectadores que a esa misma hora había dentro de la plaza, o a los doscientos que el otro día en París se desgañitaban en una histérica "perfomance" contra las corridas.
Dejemos ya de estar hartos, de sufrir pasivamente tantos ataques y plantémonos ante esta violenta discriminación a que nos quieren someter. Somos más y, sobre todo, somos normales. No somos esa minoría acomplejada y sádica por la que quieren hacernos pasar. Los raros son ellos. Lo dicho: una secta.
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