La cara y la cruz. El blanco y el negro. Así se podría resumir la primera de feria en "Cañaveralejo". Tarde de antónimos. De marcados contrastes. Por cuenta de un desigual encierro de La Carolina, que desarrolló virtudes y defectos. Porque tres toros tuvieron mucho interés, y otros tres deambularon por las peores sensaciones. Miguel Abellán y Paco Perlaza triunfaron. Cortaron sendas orejas. En respectivos turnos donde tuvieron cotas altas.
El triunfo de Abellán también tuvo dos caras. Una amable y saludable por la categoría de su toreo. Fue la cara del segundo de la noche. Un toro bravo que tuvo sus mayores virtudes en la clase que desarrolló su embestida por el pitón izquierdo.
Por ese lado, Abellán toreó con suma categoría. Porque presentó la muleta con pureza y verdad ante un toro que aguardaba el momento para desplazarse. El torero tuvo que hacer un esfuerzo para echar la muleta adelante, traérselo toreado con mando, y acompañar con estética la embestida que, además de calidad, tenía importancia.
Fue la mejor cara de Miguel, que también acompañó el viaje del toro con estética y profundidad, lo que le dio mayor trascendencia a la faena. Antes, por el pitón derecho, el madrileño había apostado por el temple para ligar series con mucho ritmo.
Eso le permitió cortar la primera oreja de la tarde. Tenía la puerta grande entreabierta, la misma que tantos años se le ha resistido en "Cañaveralejo". Por eso apostó por el triunfo redondo ante el quinto, un toro que tuvo movilidad, pero que tras aguantar un duro castigo en el primer tercio, que soportó con más genio que bravura, desarrolló algún sentido en la muleta.
El madrileño apostó por ese paso adelante, no sólo para provocar la compleja embestida, sino para engañar al toro que en ocasiones parecía entender lo que sucedía tras el engaño.
La faena fue otra cara. Aunque muy acogida por el público, tuvo aires más defensivos por parte del torero. Pero mucha ambición. Quizá era la única fórmula. Porque el toro no era, ni mucho menos, para hacer el toreo caro, ese del primer turno. Seguro que el propio torero no se sentía del todo pleno con ese camino al que había recurrido.
Paco Perlaza tuvo en su lote dos toros opuestos. El primero, un manso que huyó siempre de su destino. Perlaza lo persiguió con la conciencia que sería en vano su sacrificio. Y se complicó tanto en la suerte suprema que no fue nada agradable para la vista los eternos minutos que ocupó para despachar a su oponente.
Necesitaba un respiro. Y este llegó en el último de la noche. Un toro enrazado, por la forma como pareció tragarse la muleta, pero con el antecedente, y posible causa, de que no fue picado. Apenas soportó un picotasito antes de marcharse suelto, hasta que el torero, en un precipitado gesto, apostó por cambiar el tercio a sabiendas que el de La Carolina llegaría enteró a la muleta.
Pero esa apuesta si tuvo eco. Porque sirvió para que el torero citara a distancia y soportara la movilidad del toro que no se cansó en repetir la persecución de la muleta, incluso, con momentos en los que Perlaza parecía verse ahogado por la trepidante embestida. Sin embargo, con recursos y con esfuerzo alcanzó a superar las dificultades.
Fue una faena, muy fiel a su tauromaquia, que llegó mucho a los tendidos, especialmente a los sectores que van en busca de fiesta. En buena parte por que las condiciones del toro transmitían emoción. La oreja fue el premio para un torero sobre el que se ha posado mayor responsabilidad en la feria.
La imagen de ese toro embistiendo con codicia fue la última, con la que el público salió dispuesto a seguir la feria en las calles. Y que también sirvió para que el hierro de La Carolina salvara los muebles de lo que parecía ser una quema.
Porque la imagen que dejaron los dos toros que le correspondieron a Uceda Leal fue preocupante. Dos toros sin casta. Sobre todo el cuarto, al que fue imposible picarlo por sus reacciones de pavor y huida frente al castigo. De nada sirvieron los esfuerzos del madrileño por enredar a sus oponentes.
Todo lo contrario. Uceda recibió dos bofetadas de desagradecimiento por parte de los toros, muy inferiores a la voluntad del diestro.