Fermín sorprende y Aguilar ratifica (video)
Domingo, 18 Dic 2011
México, D.F.
Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo
El potosino detuvo el tiempo en muletazos de gran despaciosidad
La sangre nueva del México taurino sigue dando sus frutos, y esta tarde en la Plaza México vimos torear muy bien a Fermín Rivera y a Mario Aguilar, que cortaron sendas orejas y, por encima del resultado numérico, el primero sorprendió y el segundo ratificó.
Y aquella manida –y absurda frase– de "es que en México no hay toreros" que todavía se escuchaba con frecuencia apenas hace un par de años en boca de ciertos empresarios cortos de visión, hoy día sería una mentira como la copa de un pino. ¡Claro que hay toreros, y muy buenos! Sólo es cuestión de darles el seguimiento adecuado.
Como Fermín Rivera, que también es de dinastía, y hoy enseñó una magnífica cualidad: el temple. Porque si algo brilló en su toreo fue el maravilloso acoplamiento que tuvo con los dos toros de su lote, siendo la faena al cuarto ejemplar, el único más completo del encierro de Villa Carmela, un dechado de despaciosidad y ritmo.
Y parece como si el tiempo nos hubiese devuelto a uno de aquellos grandes muleteros de los sesentas, dotado de cadencia y suavidad, en una faena de altos vuelos por la pausa y el pulso que imprimió a cada uno de sus sedosos muletazos.
Por el pitón derecho se deslizó el toro, embelesado en esa forma de torear tan sabrosa, y con el olé de fondo; el olé profundo y serio de La México, cuando se convierte en un "¡oleeeé!" de esos que sólo los privilegiados son capaces de sacarle a esta sensible afición de sus entrañas.
Pues así fue el coro que escuchó Fermín Rivera en gran parte de la faena, y si el toro no tenía la misma definición por el pitón izquierdo, ahí fue donde el potosino que su trasteo no era obra de la casualidad, sino del ensayar despacio… para torear despacio.
Así como estuvo deteniendo el tiempo en pases de gran cadencia, así mismo entró a matar, y colocó una estocada en lo alto, asegurándola con su estatura, y con la convicción de que no podía marcharse de la plaza sin una oreja en la espuerta; una oreja de peso, de esas que harán que otros empresarios se fijen en este torero, al que en su día se le adelantó, quizá por el capricho necio de que le abriera plaza a una figura para tomar una alternativa para la que todavía no estaba preparado.
Los dos quites que nos regaló el sobrino de Curro y nieto de don Fermín, uno por chicuelinas y otro por gaoneras, tuvieron lo suyo y fueron premonitorios de una actuación sumamente entonada.
Después de verle las orejas al lobo, Fermín está de regreso, con una forma de torear madura y serena, que encantó al público. Enhorabuena, torero, porque con ese nombre y ese apellido, sólo te queda honrar a los espadas de tu familia que te antecedieron, figuras de sus respectivas época, torero inolvidables.
Mario Aguilar enfrentó un primero toro sin remate, el único que desentonaba de un encierro bien presentado y con ejemplares muy finos; de pitones blancos y vueltos, morillos prominentes y armoniosas hechuras.
El hidrocálido bosquejó detalles ante este toro, que no duró un suspiro, y como no había pasado nada, en el sexto salió a arrear como se debe. Y como Aguilar, además de clase tiene raza y valor, la gente vibró con entusiasmo, porque Mario se pasó al toro a centímetros por la espalda en tres riesgosos péndulos.
Cuando parecía que el toro iba a ir a más, terminó apagándose; lo que nunca se apagó fue la actitud del torero de Tauromagia Mexicana, que le robó pases con la misma entrega, en distintos terrenos, haciendo gala de un excelente concepto del toreo, el que siempre lo ha acompañado desde que era un incipiente novillero.
Y como mató de una estocada de impecable ejecución, le concedieron la otra oreja de la corrida, que se suma a la que cortó hace algunos domingos. Ése es el camino, y ya no debe bajarse del carro de los triunfadores.
En medio de estas sólidas actuaciones de los mexicanos, el sevillano Daniel Luque pasó de puntillas ante dos toros descastados que apenas y le permitieron mostrarse.
Meritoria fue la faena al segundo, porque el toro era el más serio de todos y miraba mucho al torero, que se plantó con hombría en los medios y lo sometió con autoridad en una faena sobria que echó a perder con el acero.
La del quinto fue una faena breve y de cierta mala gana, molesto, desde luego, por el juego de un toro distraído que embestía con la cara alta. Sólo detalles de torero caro pudo bosquejar Daniel, al que todavía no le embiste un toro en La México para destapar el tarro de las esencias. Y hoy no pudo ser.
Ficha México, D.F.- Plaza México. Séptima corrida de la Temporada Grande. Unas 8 mil personas en tarde fresca. Toros de
Villa Carmela, bien presentados, con excepción del 3o., flojos y de escaso juego en su conjunto, salvo el 4o., que tuvo calidad y mayor duración. Pesos: 486, 470, 477, 495, 490 y 472 kilos.
Fermín Rivera (azul rey y oro): Ovación y oreja.
Daniel Luque (gris perla y oro con remates negros): Silencio en su lote.
Mario Aguilar (azul marino y oro): Silencio y oreja.
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