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"El Cordobés hijo" tentó en Piedras Negras

Viernes, 24 Oct 2008    México, D.F.    Juan Antonio de Labra   
Inconfundible expresión

Julio Benítez habla poco; pero la afabilidad de su trato es innegable. El flequillo rubio sobre su frente y la expresión ajada de su rostro, recuerdan a aquel Manuel Benítez de los primeros años: el maletilla indomable que salió de la entraña misma de la tierra para forjarse un destino; un irreverente que se atrevió a alzar la voz, provocó polémica y metió a casi toda España en la bamba de su carismática muleta.

Han pasado 45 largos años desde que su padre estuvo por estos lares. El desparpajo natural de aquel Benítez se aleja en el tiempo, mientras su hijo Julio, prudente y sereno, trata de meterse a México en la cabeza. Claro, no es fácil llegar a un sitio diferente y acoplarse rápido. Por el contrario. Acaso por ello se le percibe avispado y atento a todo cuanto le rodea.

La vieja casona de Piedras Negras abre sus puertas con entrega. Traspasar el umbral del oscuro zaguán, ahí donde el viento forma un remolino invisible, supone penetrar en un templo que rinde culto al toro de lidia. La antigua posta en el camino de herradura que unía al puerto de Veracruz con la ciudad de México, hoy día parece más imponente que nunca.


Las mejoras de esta hacienda se deben al empeño de Marco Antonio González Villa, heredero de una tradición que le corre por las venas. La iglesia que está frente a la casa, ahí donde reposan sus antepasados, es un recordatorio constante de identidad. Y el recuerdo perenne de su padre, Raúl González González, revolotea de manera incesante por los corredores desde donde miran, silenciosas, las cabezas disecadas de toros famosos.

Recorrer los potreros de Piedras Negras, y ver sus toros cárdenos pastando tranquilamente, es un placer para la vista. Se trata de una ganadería que conserva su solera y se mantiene en pie con el orgullo que le brinda una trayectoria plagada de triunfos. La divisa negro y rojo conserva su misterio.

El amplio ruedo del tentadero, que tiene unos 40 metros de diámetro, es el escenario donde Julio Benítez “El Cordobés hijo” pone a punto su preparación de cara al debut en tierras aztecas, donde tiene, de momento, cuatro corridas firmadas en las plazas de Tijuana, Tlaxcala, Motul y Puebla.

Este laboratorio de la bravura le ha servido para soltar los músculos; acostumbrarse a la altitud y sentir, sobre todo, la hospitalidad de la gente de acá. A ver qué pasa, se dice. Por lo pronto, Julio sigue los puntuales consejos de Raul Gracia "El Tato" y piensa en grande; se toma las cosas en serio. Ya está deseando vestirse de luces y que le embista un toro “a la mexicana”.

Vea la imágenes de la tienta en nuestra sección de "Galería"


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