Banners
Banners
Banners

Ruedo: El día en que David cambió

Miércoles, 02 Nov 2011    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Récord   
La columna de este miércoles

En 1979, David Silveti confirmó su alternativa en la Plaza México de manos de Manolo Martínez, en presencia de Eloy Cavazos, con toros de Mimiahuápam. Repasemos la película en la mente.

Durante la faena de muleta al sexto de la tarde, el nieto de "El Hombre de la Regadera" mete el pie en un hoyo del ruedo. Su rodilla cruje como una vara reseca. Los monosabios lo asisten, el dolor lo ciega. Es el inicio del calvario que luego dará razón de ser a su existencia, porque después de esa fractura sobrevendrán más fracturas con sus respectivas operaciones y rehabilitaciones. El torero de seda tiene rodillas de cristal. ¿David Silveti hubiera sido el mismo sin aquel martirio?

Tienen que transcurrir diez largos años para regresar a La México el 28 de mayo de 1989, alternando con Manolo Martínez y Miguel Espinosa "Armillita" en la lidia de un encierro de Tequisquiapan. Mientras David hace el paseíllo en su anhelada reaparición, su hijo Diego, de tres años de edad, retoza en la casa familiar de Salamanca; y su hermano Alejandro, que tiempo después estremecerá con sus proverbiales péndulos (suerte muletera en la que para pasarse a un toro por la espalda se necesita tener un pecho de hierro) triunfa en Jiquilpan en un mano a mano con Rafaelillo. El futuro "Rey" viene reconvertido en un hombre que le ha extraído lo positivo al sufrimiento. Esa tarde estrena una nueva propuesta taurina que cala hondo en los tendidos. Ha de quedarse quieto, por obligación y por convicción. Ya no es el anteproyecto de torero que conocíamos: David deja la atildada frialdad, el buen corte esaborío, para convertirse en un artista de carácter, totalmente expresivo y de extraordinaria esencia, que da al toreo un sentido épico. Su retorno causa positiva conmoción. Por fin "dice" algo toreando al hilo, con la figura erguida y muy embraguetado, dentro de un sistema de cercanías que acelera los latidos del corazón. Corta una oreja y da una vuelta al ruedo.

Es la tarde en que David se vuelve figura. Luego perfecciona su verónica rica en naturalidad, dando el medio pecho y desmayando los brazos, y sus escultóricas  gaoneras, en las que aguanta al máximo.

Poco a poco agiganta su condición de torero de arte al facturar derechazos y naturales de gran tersura, pero se descarrila invariablemente al tirarse a matar, ayuno de fuerza en sus frágiles articulaciones para acompañar el movimiento del resto del cuerpo, perdiendo decenas de orejas y dejando toros vivos por todo el país. Llegan cornadas en el clímax de faenas artísticas, esteticismo sangrante que ofrenda a la Virgen de Guadalupe.

Tiempo después se manifiestan silenciosamente los síntomas de la depresión, que representarán un escollo todavía más duro que los quirófanos. Ascético, se aferra al toreo como ejercicio del espíritu pero también como una obsesión enfermiza y entonces, reunidas en su conciencia todas las experiencias de su vida, vislumbra el final del túnel y se quita la vida en noviembre de 2003, tras dejar una huella profunda en el corazón de los aficionados.

Hoy he querido recordar el día en que David cambió para siempre, cuando ya se percibe en el ambiente la emoción que reviste el debut de Diego Silveti del Bosque este domingo en la misma plaza que su padre hizo vibrar.

Encuentro un paralelismo: a David no lo habían "visto" en la Plaza México hasta aquel inolvidable 28 de mayo de 1989. A Diego tampoco lo han visto, literalmente no lo han visto en el coso metropolitano. De tal manera que David llegó inédito y Diego también. David Silveti conquistó la plaza y ahora falta que su heredero, el desconocido, el que nunca ha pisado ese ruedo, lo haga también. De corazón estamos deseando que eso suceda.


Comparte la noticia